Bolívar se encuentra entre los estados en los que el éxito de la Alianza Patriótica ha sido más efectista. En la región se disputaban ocho curules para la Asamblea Nacional (AN) y seis de ellos han sido ganados por candidatos del PSUV. El candidato a la representación indígena apoyado por la Alianza en la región oriental también fue mayoritariamente votado. La Alianza también estuvo igualmente a la cabeza en la obtención de votos para sus candidatos a ocupar curules en el Parlamento Latinoamericano.
Por esos resultados y por el número total de votos obtenidos queda claro que el PSUV es el partido hegemónico y que mantiene una abrumadora ventaja sobre cualquiera de sus pares. De hecho, el estado Bolívar continúa mostrándose como un bastión bolivariano, en la línea de lo ocurrido durante la pasada década (hasta en la propuesta de reforma constitucional se estuvo por encima del voto opositor). No es por tanto de extrañar que entre los dirigentes regionales del PSUV se esté celebrando con alegría estos resultados, aunque quizá la guachafita que algunos de ellos se traen en los medios de comunicación le parece a uno excesiva. ¿Y por qué digo esto? Porque, más allá de lo constatable en cuanto a hegemonía en la representación institucional, surgen los “peros” en cuanto se revisan detalladamente los resultados electorales para hacer un análisis contextualizado de lo que está ocurriendo en la región.
En Bolívar está retrocediendo el voto bolivariano en términos relativos, y esto no debería ser ignorado. El retroceso, además, no es nuevo, pues el análisis de los datos electorales muestra que, principalmente desde 2006, los porcentajes de apoyo a candidatos o propuestas ligadas al bolivarianismo retroceden o en el mejor de los casos se mantienen frente a los porcentajes de apoyo a candidatos de la oposición y sus (anti)propuestas. En las elecciones o referendos ligados directamente a la figura de Chávez el voto regional en guayana sigue estando en términos porcentuales por encima de los promedios nacionales (así ocurrió en el referéndum de 2004, en las presidenciales de 2006, en la enmienda de 2009 e incluso en las votaciones por la reforma de 2007), pero la diferencia entre estos promedios y los resultados en guayan es cada vez menor. Esto es: la que aparecía hasta 2006 como una de las regiones en las que el porcentaje de apoyo al bolivarianismo estaba muy por encima de la media (hasta en 7 puntos porcentuales) se está convirtiendo tendencialmente en una región-promedio. Cabe preguntarse a qué se debe este encogimiento de la ventaja bolivariana en la región.
Referendo 2004 | Presid 2006 | Reforma C. 2007 | Enmienda 2009 | |
Promedio nacional | 59,09% | 62,84% | 49,29 (a) | 54,85% |
Promedio regional | 66,35% | 68,57% | 52,7% | 58,03% |
Como muestran estos datos, Bolívar se mantiene como fortín bolivariano en términos electorales, pero aparece una tendencia hacia la igualación de los resultados regionales con los promedios nacionales.
Pero si esto es lo que ocurre en las votaciones en las que la figura de Chávez está directamente en la palestra (incluyendo la propuesta de reforma constitucional, que había sido originalmente formulada por el Presidente), la situación es bastante pero para el bolivarianismo en las elecciones en las que su figura sólo es proyectada indirectamente. Veamos lo que ha ocurrido en las votaciones a la gobernación desde el año 2000 (nota 1):
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El porcentaje de apoyo al candidato asociado al bolivarianismo (que en 2000 era, sí, el mismo Rojas Suárez que en el golpe de 2002 anduvo de bailes y que hoy anda de la mano con Primero Justicia) se ha ido reduciendo hasta llegar casi a igualar en 2008 al obtenido por la suma del voto rival (en 2008 no hubo acuerdo opositor en Bolívar, donde Andrés Velásquez y Rojas Suárez acudieron a las urnas; la suma de sus votos los dejaba a un punto porcentual de Francisco Rangel).
Y ahora, analizando con detalle los resultados de la votación el 26-S, también aparecen síntomas de debilitamiento del bastión bolivarense. Se vence, sí, pero parece que cada vez con menos holgura.
En un artículo publicado en Aporrea, Florencia Herrera destacaba la victoria de la revolución en Bolívar y sugería que era ejemplo nacional. Mencionaba como clave del éxito de la Alianza en Bolívar la experiencia floreciente del Control Obrero, las nacionalizaciones y la lucha contra la tercerización en las denominadas empresas básicas. Desde luego, el primero de los factores es digno mención y de todo el apoyo que se le pueda dar (teórico y práctico), siendo un germen real de potencial transformación de las relaciones de producción dominantes en el país. Sin embargo, los primeros pasos del Control Obrero en la región no deberían ser señalados como clave de la victoria en la región guayanesa. ¿Por qué? Pues porque aunque es constatable que tras el inicio de estas experiencias de organización productiva ha llegado un momento electoral en el que se da un aumento sobresaliente de la participación en el estado (por lo demás en línea con lo ocurrido en todo el país y con lo que, por cierto, ya ocurrió en 2008), también encontramos que la diferencia entre el bloque bolivariano y el opositor ha disminuido en la región. Y esto, contra lo que sugiere Florencia Herrera en su artículo, es incluso más acusado en el circuito 2 (municipio Caroní), donde efectivamente se aglutina el voto obrero de la región y donde se están dando las experiencias de Control Obrero.
Para demostrar esto, que es algo que en mi opinión invita a ser más cautos en los análisis y en las expresiones de triunfalismo, podemos hacer una comparación con lo ocurrido en las elecciones regionales de 2008. El contexto en 2008 era sin duda diferente en algunos aspectos, pero también es comparable en otros muy importantes. También entonces se elegía a personas para ocupar curules en cargos deliberativos (CLEB, en este caso) y también entonces la figura de Chávez fue (más o menos tácitamente) central en la campaña: para el bolivarianismo, proyectando su capital político sobre los candidatos de la Alianza; para la oposición, como figura que había que desligar de las elecciones, pues se reconocía su popularidad y capacidad de liderazgo. En 2008, en la votación por la elección de gobernador, el PSUV prácticamente sextuplicaba con sus votos (que fueron a favor de Francisco Rangel) los conseguidos por el segundo partido en la región, que era LCR (que daba sus votos a Andrés Velásquez). Así, el PSUV obtenía para su candidato el 42,93% de los votos válidos en la región, mientras que LCR solamente canalizaba el 7,84% del voto regional.
En el voto por lista para la elección de diputados al CLEB la situación era similar: el PSUV aportaba para los candidatos de la Alianza 167.237 votos, mientras que LCR aportaba 30.446 a favor de Nelly Frederick (AD). El pasado 26-S, en el voto-lista el PSUV obtuvo un 46,64% de los votos válidos, mientras que LCR se quedaba con 10,71%. Una diferencia abismal, sí, pero que pasa de ser sextuplicación a quedarse en cuatriplicación. Pero esto es sólo uno de los síntomas a tener en cuenta, porque, dada la polarización de bloques con la que se concurre a las elecciones, se deben mirar a otros indicadores.
Miremos a cuál es la cantidad de votos obtenidos por la Alianza y la MUD en la región. En el voto-lista, la Alianza obtiene 257.546 votos (50,32% de los válidos) y la MUD obtiene 243.998 (47,68%). En el circuito 2 (Caroní) la diferencia es efectivamente un poco mayor para la Alianza en el voto-lista: 50,57% por 47,50% de la MUD. Ahora bien, en este mismo circuito, el voto por los candidatos nominales es muchísimo más estrecho: los 3 candidatos del PSUV se imponen a los de la MUD (encabezados por ese mismo Rojas Suárez) por poco más de un punto porcentual (que se traduce en casi 10.000 votos, eso sí).
Hay muchos otros datos significativos en la región, como por ejemplo que en el municipio Heres, donde en las pasadas regionales el PSUV perdió la alcaldía, el agregado de votos haya vuelto a favorecer a la alianza opositora (en este caso, a la MUD).
Con estos resultados, sobre los que en mi opinión convendría reflexionar a fondo, y con la tendencia que se puede apreciar en el voto bolivarense, cabe preguntarse si verdaderamente existe un techo sólido e insuperable de votos para la reacción en Guayana o si por el contrario ese techo es de paja y está siendo precisamente quebrado por los que hasta el momento viven por encima de él – entre otros por los que se regodean demasiado en el bonche de la victoria.
Nota 1: Datos sacados del artículo “Bolívar, espejo de la revolución: los comicios regionales de 2008 en Guayana”, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 15, nº 3 (2008).
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