Una Revolución es la acción más sublime que la especie pueda emprender, se trata de recuperar la condición humana del humano, de establecer relaciones que permitan que la naturaleza humana se encuentre con su espiritualidad, con su condición social, se entienda parte de la vida. Es una empresa muy difícil, ni siquiera hay certeza de su posibilidad, algunos grandes pensadores postulan que ya se perdió la oportunidad de unir al hombre con su esencia, de elevarlo a niveles de humanismo sobre el animal o la cosa.
El principal enemigo de este objetivo es el hombre mismo, el camino que lo conduce a su propio encuentro está lleno de extravíos, el pasado pesa sobre el presente e impide el vuelo. Muchos son los pasos errados, los atajos que conducen al pasado. Los brotes de inhumanidad son frecuentes, se deslizan sobre miles de excusas para saciar a la bestia construida en milenios de sistemas depravados.
Las Revoluciones deben cuidar con celo su humanismo, su condición amorosa, es allí donde reside la garantía para no extraviarse. Una pequeña falla de esta condición se convertirá en una definitiva pérdida del rumbo. Esto lo saben los grandes revolucionarios. Fidel se devuelve a buscar al caído del Granma porque sabe que esa acción decide la calidad de la Revolución, su posibilidad. Por la misma causa Chávez perdona a quien lo agravia. Es que una Revolución se construye sobre el amor, nunca sobre el odio. Por amor se va a la guerra a combatir a quienes lo impiden, la violencia no es una virtud, es un recurso necesario. Por amor se busca la verdadera paz, se busca al humano que espera en los abismos de la especie.
La prisión de Julián Conrado y del vasco Asier Guridi es una acción que le hace severo daño a la Revolución, a la educación de las masas, a la formación de la conciencia revolucionaria, al internacionalismo. Tener en prisión a Revolucionarios, a quienes luchan por el bien común, a quienes desprendidos de todo interés material se entregan a la causa noble de la humanidad, no es propio de una Revolución, al contrario, lesiona su humanismo, la condena.
La prisión de estos dos luchadores es una falta grave que debe ser subsanada de inmediato. No puede ir por buen camino una Revolución que tenga en prisión a revolucionarios, a humanistas, a lo mejor de la humanidad, y donde ni el partido, ni el polo patriótico, ni las Comunas, ni los consejos comunales, ni los gobernantes, ni los parlamentarios, nadie, se da por enterado frente a esta barbarie. Sólo un puñado de jóvenes se importa, siente en su corazón que algo malo pasa y protesta.
Pero, ¿cómo explicar que se sonría al explotador y se encierre a los luchadores contra la injusticia? Esto sólo se puede comprender si lo ubicamos dentro de la feroz lucha de clases que sucede en nuestra Revolución. Es así, estos presos lo son de las ideologías disolventes, de los espectros del pasado que nos habitan, su prisión es una señal de triunfo de esos extravíos, y es un aviso de que enfrente hay abismos.
No hay otra solución que su libertad, no hay discusión, nada justifica que la Revolución vuelva a comerse a sus hijos.
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