No son deseos de quienes aspiramos llegar ilesos al 2019, el que por desgracia se produzcan conatos de explosión social, ni mucho menos que sean los cuarteles los que tomen decisiones que pudieran alterar el hilo constitucional como en otros tiempos. Sin embargo, los hechos indican que son las fuerzas de las circunstancias que parecieran empujar a Nicolás Maduro a ser el chivo expiatorio de una crisis inducida por múltiples factores y que tienen en jaque al gobierno nacional. De modo que a todas luces resultan oportunas las recomendaciones que hacen Toby Valderrama y Antonio Aponte, cuando precisan “que todos los días alguien alerta al gobierno sobre la gravedad de la situación, y todos los días el gobierno desestima el llamado”.
En Venezuela no ha sido fácil la transición de un viejo orden, a un nuevo orden de cosas. De ahí que estemos pasando las de Caín, pues el Estado no ha sabido dar pie con bola para atacar las causas de nuestros males. De tal manera que no podemos confiarnos mucho, mientras el clima político tiende a enrarecerse. Estos primeros síntomas de saqueos que nos recuerdan el drama de Guarenas en febrero de 1989, aunado a los estragos que hacen los bachaqueros cuando especulan en el mercado negro y dejan vacíos los anaqueles, son razones para pensar que estamos montados sobre un barril de pólvora. A todas estas cabe preguntarse: ¿Sera que exageramos viendo ciertas ficciones, o que simplemente presenciamos un dialogo entre ilusos como Don Quijote y Sancho Panza cayéndose a coba?
Los hechos demuestran que el gravísimo error de Maduro y Cabello fue pasarse de listo repartiéndose la cochina, en unas chucutas primarias que hirió de muerte el orgullo de ser chavista. Y por creer comérsela toda empleando la dedocracia para colocar a sus afectos, con ello solo lograron enfadar a la militancia que no se cala “candidatos” calembés que ofenden la inteligencia del pueblo chavista. Por ello se explica que las encuestas revelan que el PSUV ande volando muy bajo, y que su tabla de salvación depende de que surja una izquierda emergente que incline la balanza en el próximo parlamento. No entender esta dramática realidad, equivale a perder de vista las perspectivas, precipitar el principio del fin, y cabal la tumba del proyecto histórico que pudo ser el más fascinante ensayo republicano del siglo XXI.
¿Por qué será que cuando dos pugnan por ser quien da las ordenes como inquilino del Palacio de Miraflores, también es altísimo el riesgo de que el poder quede atrapado en un callejón sin salida? ¿O será este el misterio que encierra la pregunta de las sesenta y cuatro mil lochas?