Los filisteos, antes orgullosos y desafiantes, huyeron despavoridos dejando en el campo de batalla esparcidas armas y todas sus pertenencias, hasta el orgullo mismo. Habían sido asustados y derrotados, pues especializados y débiles, como país rentista, sólo apoyados en el tamaño y fuerza de Goliat, cayendo este por los efectos de la audacia y creatividad de David, no tuvieron otra cosa por hacer que salir a la carrera, casi como las fuerzas estadounidenses de Saigón en el definitivo ataque de los vietnamitas.
Aquiles, el hijo de la diosa Tetis, parecía invulnerable. En el campo de batalla se movía con relativa libertad y sus pies parecían no tocar el suelo, por eso le decían el guerrero "de los pies alados". Pero tenía su debilidad, como los especializados, en su talón y en él le ensartaron una flecha envenenada.
Desde Darwin, hasta llegar a las ciencias modernas se sabe que los seres especializados son débiles. Los fuertes son aquellos con mayor capacidad e instrumentos para adaptarse a las circunstancias.
Si alguien es débil, siempre se había dicho, revisemos historia y literatura, somos nosotros. El rentismo es nuestro tendón de Aquiles. Aquel osado quien dijo que, aunque no pudiésemos vender un barril de petróleo saldríamos adelante con su plan, no pensó muy bien en lo que dijo o sobreestimó su capacidad de avanzar. Su plan, por distintas razones, no nos hizo fuertes, pues pasaron los años y seguimos pegados al rentismo. Se nos cayó el negocio petrolero, se debilitaron nuestras fuerzas y las medidas que nos aplica el rival, de por sí contundentes, como flechas se clavan en nuestro tendón de Aquiles.
Goliat, por su tamaño y fuerza y Aquiles, por toda la invulnerabilidad que disfrutaba su cuerpo por haber sido sumergido en un lago en donde no entró su talón, parecían imbatibles, pero al primero lo derrumbó David desde lejos con un certero disparo de su honda y al segundo, en pleno vuelo, una de las tantas flechas que cruzaban el campo de batalla y ante él resultaban inútiles, se le clavó en el talón. La perspicacia, habilidad y hasta paciencia superaron a la fuerza y poder de quienes lucían imbatibles.
Las sanciones de Goliat contra Venezuela, porque así es, es contra toda Venezuela, no afectan a quienes ejercen el gobierno como a uno, la gente del común. El coronavirus, digamos por azar, pues todavía no se sabe a ciencia cierta el origen de la plaga, salió de China disparado, ahora se ceba en una Europa descuidada de población muy anciana, comenzó a hacer sus estragos en Estados Unidos y se desplaza hacia el espacio nuestro. Pero el virus no diferencia entre humanos; menos se acuerda con unos contra otros ni está dispuesto a repartir el botín.
Es como si las 7 plagas de Egipto y todo el mal encerrado en la Caja de Pandora se hubiesen desatado en concierto contra nosotros todos. El coronavirus es una cosa azarosa, las sanciones fueron lanzadas deliberadamente y obedecen a un plan. El primero pudiera acabar con nosotros y dejar el campo de batalla regado con nuestros multitudinarios cuerpos, porque estamos demasiados débiles; el rentismo fue un campo propicio para que las flechas enemigas, las de Trump, se clavasen mortales en las carnes de unos escogidos de antemano, los venezolanos pobres. Y David, en nuestro caso, no supo medir el momento y espacio para retar a Goliat.
Sucre, en Ayacucho, estaba en minoría y en desventaja con respecto a los pertrechos de guerra del enemigo. David, desde el principio supo que no podía retar a Goliat cuerpo a cuerpo, ni siquiera con el peso de las armas habituales de un guerrero de entonces. Por eso, le combatió desde lejos o afuera, apoyado en su destreza para manejar la honda y una afilada piedra incrustó en la frente de Goliat. El Mariscal de América, movió su ejército por farallones y quebradas, hasta hallar el espacio donde el ejército enemigo quedó en desventaja y justo, no antes ni después, en el momento preciso, se lanzó al ataque y en breve tiempo se hizo triunfador.
En 1859, el general paecista León Febres Cordero, con una fuerza inferior a la de su rival, el federalista Juan Crisóstomo Falcón, que contaba aparte de su ejército, con el agregado de 3500 hombres de caballería al mando del general oriental Juan Antonio Sotillo, fue feamente derrotado en la "Batalla de Coplé", justo por faltarle lo que le sobró al Mariscal, talento. Se dejó encerrar en un espacio al borde de una laguna y sabana cenagosa donde la caballería oriental no pudo combatir en lugar de llevárselo tras él hacia espacios abiertos.
Porque uno puede superar sus debilidades con talento y actuando oportunamente, como en el espacio y el momento adecuados. No cuando nuestra ira y hasta sueños indican.
Venezuela está devastada. Se retó al contrario creyéndonos fuertes y poderosos siendo débiles. Con un tendón de Aquiles desde donde nace el talón mismo hasta la nuca. Y ahora, en este estado de postración toca a nuestras puertas el coronavirus. Y este no viene sólo por mi o aquél. Le falta la delicadeza necesaria para saber de qué lado de la diatriba estoy y de llegarlo a saber, pues los designios de Dios son insondables, eso poco le importa. Viene pues contra todos y, nuestra mayor fortaleza que sin duda pudiera ser la solidaridad inherente a la condición humana, está como en estado de agonía.
Estamos como los israelitas atacados por los filisteos y al mando de estos el descomunal Goliat. Y para remate, el coronavirus se desparrama por la tierra y hasta nosotros llega estando todos con las defensas bajas. El jefe de los aqueos nos metió un caballo enorme, como aquel que siglos antes metieron en la ciudad de Troya. Ahora, nosotros y los jefes aqueos que entraron en la barriga del caballo y andan desperdigados por todos los espacios estamos asediados por el virus. Y allá donde habita el jefe aqueo que a estos que acá están ordena, todo el mundo también tiembla por el cerco del virus que se convierte en el enemigo de ahora de todos, de la especie humana.
Y mientras todo esto pasa, el gobierno agobiado por los ataques enemigos, su persistente "como habilidad" de hacer lo que no debe y abstenerse en lo que debe, desesperado intenta detener al enemigo de todos. Es quien le da el frente al virus. Y la gente lo sabe. Hasta Bolsonaro, lo que ya es mucho decir, entiende la emergencia y deja que sus subalternos se entiendan con los de Maduro para contener al enemigo común. En Colombia, su gobierno como más "papista" que el Papa, no entiende la emergencia. Hasta Capriles ha comprendido la magnitud de la tragedia que a nosotros todos, a la especie humana amenaza y asume un gesto propio de la solidaridad que a cada uno corresponde.
Guaidó, no cabe duda es de los soldados aqueos que entraron escondidos dentro del caballo. Pero ahora está en ciudad de Troya, que no es sólo el espacio nuestro, sino el del planeta todo. El enemigo es común y demasiado agresivo y estamos en la obligación por humanos de derrotarlo y a ahora. Y pese nuestra aparente debilidad, por la impericia del gobierno y todo lo que cada quien crea necesario decir, tenemos una fortaleza, sólo que ahora está como desmontada y guardada en donde se suelen guardar las cosas bellas que por los momentos no usamos. Como las joyas de la abuela y las fotografías de la familia cuando éramos muchachos. Tenemos nuestra proverbial solidaridad y capacidad para unirnos en los momentos cruciales.
Guaidó tiene un papel que jugar. Y no es ese de tonto de "acordar con el gobierno de Colombia para manejar la frontera", pues bien sabe que no dispone de los medios necesarios para eso y Duque le manipula. Y lo que es peor, hasta los que pudiera considerar de los suyos, oyéndole decir eso se ríen. Pero si puede, como Capriles, declarar que lo primordial por ahora es derrotar al virus y que suma sus fuerzas para dar ese combate. Puede olvidar que es un aqueo que quiere acabar con los de Troya, asumir que es un humano y ponerse a combatir a favor de su especie. Tampoco es bueno que aproveche la confusión y se vuelva a esconder dentro del caballo a esperar que todo pase, pues cuando aparezca y haya la calma que pese todo siempre dejan las tormentas, no hallará nadie que le recuerde y lo que sería peor, quien lo recordará como uno que dejó el campo de batalla y se escondió mientras el enemigo hacía trizas de los suyos.
Y puede Guaidó, sabiendo el daño que nos hace, porque bien lo sabe, demandar a Trump, que también ahora está cercado por el virus, que levante las medidas que con los suyos pidió al presidente del norte. Si eso hace, después de la tormenta, habiendo contribuido a enfrentar con éxito los embates de esta, podrá volver si le parece conveniente al sitio y la actitud de antes y seguro que contará con sus fuerzas intactas.
Por eso, debe cambiar de actitud y dejar la cuarentena en la que se metió así mismo. Debe salir a combatir contra el enemigo de ahora que lo es también de los suyos y no esconderse en el caballo y dejarlos a la deriva y bajo la protección de quién o quiénes no deja ni un instante de mirar como enemigos. No es contra los troyanos el combate de ahorita, sino con un enemigo común. ¡Es momento para la grandeza, no para los pequeños que se dejan arrastrar por las bajas pasiones!