1.- Comparto con Dussel la tesis de la trasmodernidad que ya expuse en Las Lógicas de Chávez (El perro y la Rana, Agosto 2006). Se deduce de esta postura que el Socialismo del Siglo XXI si no transgrede el edificio conceptual moderno nos llevaría inexorablemente a repetir la experiencia soviética o sus similares.
Aquí hay que ver dos cosas: los conceptos del paradigma moderno no nos sirven para reconceptualizar la revolución, serán útiles sólo aquellos que ensamblen con un nuevo contexto histórico, social y político. Es decir, aquellos que se acoplen a los nuevos contenidos de la revolución. Libertad, igualdad, fraternidad, por ejemplo.
Parece poco probable que la transmodernidad pueda ser asumida desde el centro de la modernidad; hoy, esa tarea más bien parece ser un reto para la periferia de ella misma. Nunca los centros hegemónicos del capital cumplieron con la profética aspiración del filósofo de Tréveris, ni siquiera la revolución Rusa. Esto significa que la revolución que ello implica debe ser asumida desde la alteridad de la modernidad, nosotros, los pueblos del Sur, en el sentido tanto geográfico como metafórico que le ha dado Hugo Chávez. Si algún centro hegemónico del capital transita esa ruta hoy, bienvenido sea.
También pareciera que la nueva época revolucionaria nos involucra en esa otredad. Es desde los suburbios de la modernidad, desde su otra cara, como los condenados de la tierra de Fanon recuperarán el protagonismo que les ha sido negado secularmente. Estos seres invisibles a quienes alude Gustavo Pereira, emparentados con el Garabombo de Scorza, podrían ser redimidos por sí mismos como nuevos sujetos de la historia.
Por otro lado, el concepto de “partido” como tal es un constructo moderno, Maquiavelo dixit. Creo que tanto Julio Escalona como Roland Denis han dado buen trato al tema. Marx, planteó la necesidad de la revolución social y agregó que sin ella no habría revolución que valiera la pena. Con ese fin invocó un fantasma, el Manifiesto Comunista: la unión de los trabajadores del mundo.
Lenín, en las condiciones concretas de la revolución rusa, hubo de plantearse un partido que llevara la conciencia a la clase obrera desde afuera, los revolucionarios profesionales del ¿Qué Hacer? De allí a las perversiones de Stalin, un pasito, la construcción de la “falacia” del marxismo–leninismo (Biardeau). Ese esquema lo reprodujeron los partidos comunistas del mundo, justo lo cuestionado por Alfredo Maneiro cuando se divide el PCV en 1971, experiencia de obligada referencia en los tiempo actuales.
Se preguntaba Maneiro en Notas Negativas:¿Por qué no plantearse la creación de una organización revolucionaria como un instrumento a medio camino entre el movimiento espontáneo de las masas y la sedimentación continua de una dirección que no sea un fin en sí mismo, ni se abrogue para sí la condición de iluminada? En constante redefinición organizativa, política, teórica, ideológica y filosófica. Un movimiento de movimientos, ni más ni menos, nuestro proyecto original cuando lo conocimos y, de paso, nos unificamos con Hugo Chávez.
2.- De otra parte, no parece ser la “clase obrera”, ni el único, ni el motor indispensable para avanzar en los cambios revolucionarios. Son múltiples los actores sociales que aspiran a la revolución, no digamos con un protagonismo teleológicamente establecido, o signado por una racionalidad científica inexorable(Socialismo científico), sino con uno más realista y menos dogmático o, al menos, más creativo. Creo que por allí esta la ruta. Si los Consejos Comunales u otras formas de militancia popular, como los trabajadores organizados, reivindican su condición de poder movimiental, constituyente, generador de nuevas relaciones de poder en la sociedad, podríamos estar pensando en la revolución propiamente dicha y en una institucionalidad de otro orden. Pienso que Hugo Chávez apuesta a eso, muy atinadamente.
Esto último no lo han entendido: PCV, PODEMOS y PPT. De no hacerlo con tiempo los molerá el trapiche de la historia. O, la memoria popular les volteará su página ante su incomprensión de los problemas del presente, y así, podrían quedar como piezas de museo. No estamos en tiempos de cuidar parcelas, los vientos que soplan son de carácter unitario, o nos unimos o erramos.
3.- Unión de Socialistas Bolivarianos de Venezuela. No es una simple reunión de palabras. Es una propuesta conceptual para intentar definir el tipo de organización revolucionaria que necesitamos.
Conozco al menos tres referencias cercanas a la construcción de esta idea. La primera, un artículo de Amable Fernández, escritor sur merideño, ( amablefernandez@gmail.com ) donde expresamente infiere la noción de Socialistas Unidos de Venezuela para diferenciarla de la de “partido”, “idea que fragmenta semánticamente”. La segunda, interrogante planteada por el General Alberto Muller Rojas en su artículo: El ¿Partido? Socialista Unido, publicado el 23-02-07. Dice: “El mismo término de partido es contradictorio con la idea de democracia participativa, contemplada en la parte programática-sin dudas de inspiración socialista- de la constitución vigente” y, la tercera, lo referido por Margarita López Maya en su artículo del 18-03-07, cuando señala que “Crear partidos en el contexto actual es un desafío considerable. No pueden ser partidos de élites, como lo fueron en las democracias representativas. Tampoco pueden emular a los partidos del socialismo del siglo XX, que fracasaron también al sustraerle el poder decisorio a la gente y al no reconocer el pluralismo como principio democrático”.
El propio Presidente Chávez ha señalado expresamente que la propuesta del PSUV no excluirá sector alguno y buscará aglutinar las más diversas expresiones del poder popular. Y, en su llamado a la unidad, resaltó lo dicho por Simón Bolívar: “La unión no nos vendrá por prodigios divinos”, queriendo reafirmar con esto que ésta es un requisito para avanzar y profundizar la revolución bolivariana y ella se fragua al calor del ejercicio democrático profundo.
Como observamos, no es el sujeto individuo-propietario propio del capitalismo histórico, el eje alrededor del cual se plantea el tema de la revolución y sus formas de organización política y social. Son múltiples actores quienes reclaman confluencia de autonomías, protagonismo colectivo, democracia profunda, horizontes comunes en medio de la diversidad de movimientos, en fin, no el antiguo “contrato social” del capital, sino un nuevo estatuto, legitimador de nuevas relaciones sociales en construcción y de una hegemonía democrática, en el sentido gramsciano, protagónica y participativa.
En noviembre del año pasado (Diverso y Adentro, 04-11-06) planteábamos que institucionalizar el poder popular, unificar a los revolucionarios y desmontar la gran ideología del capital, eran las grandes tareas para emprender la edificación del proyecto socialista en Venezuela. El tiempo nos ha dado la razón, ahora cimentada en la proyección de los motores: Explosión de los Consejos Comunales, Reforma Constitucional, Moral y Luces, Nueva geometría del Poder y Habilitante, sumados a la propuesta de la unificación de los revolucionarios y el pueblo.
La unidad de los revolucionarios en conjunción con la organización popular es lo que posibilitaría realmente la definición , tanto de una estrategia, como de un modelo socialista en Venezuela, en términos distintos a como han sido los ensayos socialistas precedentes, en particular el de la Unión Soviética, y, en consecuencia, se puedan superar las rémoras históricas del burocratismo, la reproducción del modelo industrialista de occidente, la tara del pensamiento único propia del verticalismo partidista y la cultura cimentada en la primacía de la racionalidad científico-técnica.
Dieterich ha mencionado algunas de las condiciones que posibilitarían hoy en Venezuela el socialismo del siglo XXI: Dos tercios de la población votaron por el Presidente con pleno conocimiento de su bandera del Socialismo. Esto es un mandato sustancioso de los venezolanos. El avance del sistema educativo, económico y de la conciencia del pueblo han sido notables. La integración latinoamericana y la destrucción de la Doctrina Monroe parecen ya imparables. Las Fuerzas Armadas ahora son confiables y tres sectores claves de la economía nacional están en manos del gobierno: el Estado, PDVSA-CVG y más de cien mil cooperativas. (02-01-07)
Si bien es cierto que hay que construir y diseñar una nueva lógica económica y social, con principios rectores fundados en la solidaridad, la planificación y el ejercicio democrático en las decisiones, incluso instaurando el principio regulador de la economía socialista, fundado en la teoría del valor; también, lo es el que ello será posible si desmontamos las claves de la racionalidad científico-técnica del capital, la cual, no sólo ha llevado a fracturar los intereses colectivos de la sociedad, sino que ha colocado al hombre como un objeto, despojándolo de su subjetividad. Toda ciencia trascendiendo, diría San Juan de la Cruz.
Como observamos, la complejidad, en la acepción que le da Morin a este concepto, de los retos actuales de la revolución venezolana obliga a pensar los cambios en profundidad. Sin transformación cultural sería cuesta arriba cualquier radicalización de la revolución. Y ello implica una gran politización de la vida social, no necesariamente una “partidización” de la misma, porque en la política es donde se decide en grande y en pequeño, ésta sería la palanca en la formación de una nueva cultura, desde luego, el Motor Moral y Luces va a contribuir con ese proceso, sin embargo, sería insuficiente sino tiene simultáneamente una guía teórica y política, un instrumento que pueda sintetizar experiencias, generar nuevas lógicas del pensamiento y la acción.
Observamos así, siguiendo el pensamiento de Roland Denis que “El conocimiento, la lucha por nuevas relaciones de producción, la tecnología en sí como producto del ingenio humano, hoy por hoy son uno de los núcleos centrales de la lucha global de liberación de los pueblos, una lucha quizás definitiva” (17-01-07).
Esta herramienta u organización sería el equivalente al “intelectual orgánico”, en el sentido que le adjudicó Gramsci, no como un aparato construido desde fuera del movimiento popular, sino una instancia profundamente enraizada en él, producto de su dinámica, y que, a la vez, sea capaz de interpretar y orientarle con sentido estratégico. La construcción y consolidación de tal expresión organizativa no es cosa de días, e incluso de meses, podría ser de años de paciente labor. Sería un ejercicio real de una filosofía de la praxis.
Como lo señala el propio Denis: El problema no es de teorías ni modelos acabados, mucho menos de “partidos o vanguardias únicas” que dirijan esta lucha tan compleja. El problema es como nos situamos de lleno, en tanto expresiones de una misma clase explotada y una misma multitud en lucha, dentro del tipo de guerra que tenemos delante. Principio de praxis y no sólo de razón es lo que “dirige” al socialismo nuestroamericano.
O, como también lo expresa Biardeau: “Todo esfuerzo organizativo para amplificar la potencia revolucionaria del poder popular debe subordinarse a él, y nunca pretender sustituir los mandatos que nacen del pueblo por funciones de mando de aparatos y estructuras verticales de dirección” (01-03-07)
Por eso sugerimos la idea de concretar esta forma de organización como una unión, colocando entre comillas la definición clásica de “partido” Debe quedar claro, igualmente, que no es un frente político, sino más bien un movimiento de movimientos, con una dirección unificada e imbricada en los propios movimientos. Por su carácter socialista y bolivariano, sería la Unión de Socialistas Bolivarianos de Venezuela.
Nos ahorraríamos varias incongruencias, no sólo semánticas, como esa de partido-unido. O, como la disyunción partido de masas o de cuadros. La expresión final de esta idea se la debemos a la señora Tania, viuda de Schafik Handal, quién luego de una charla en el Instituto Farabundo Martí (27-02-07) me escribió en un papel como interpretó y resumió nuestra exposición: Unión de Socialistas Bolivarianos de Venezuela.
wladimiruiz_t@hotmail.com