Resulta paradójico que una de las proposiciones más humildes de Chávez -que retrata su afán democrático y diluye su liderazgo en planos colectivos-, sea precisamente la que ha despertado expresiones de censura y las acusaciones de prepotente, dictador, autoritario y enemigo de la democracia por parte de la oposición –de quien efectivamente cabría esperar, dada su obcecación y discurso- y ha suscitado –menos comprensible- dudas y temores, cuando no distorsiones, por parte de militantes de la Revolución que confunden el qué con el cómo. Son cosas diferentes la convicción y el planteamiento de la unidad y la manera cómo se construya esa unidad. Hay quien injustamente le atribuye una forma específica (cupular, burocrática, desideologizada) que, por lo demás, nadie hasta ahora ha postulado como vía para la creación de ese partido.
¿Dónde están los revolucionarios?
El primer reconocimiento de la proposición de Chávez es la admisión de que ninguno de los partidos integrantes del Bloque del Cambio es el Partido de la Revolución Venezolana. Ninguno encarna en si mismo las características políticas, organizativas e ideológicas definitorias de ese partido. Menos arrogarse el papel de conductor del proceso revolucionario ni sostener que su programa y sus dirigentes sean el programa y los dirigentes de la Revolución. En consecuencia, nadie puede convocar a los revolucionarios en términos de decirle que abandonen sus respectivas militancias partidistas u organizativas y se integren a su partido.
Este reconocimiento no es poca cosa porque sitúa la discusión en el plano de la sinceridad y de la humildad. Es un antídoto contra el sectarismo en tanto reconoce que no se es el único partido revolucionario y reconoce en otros sus iguales. Quien se acerca a la discusión partiendo de esta perspectiva puede asumirla en términos de cómo debería ser ese partido, cuál su programa, cómo sus mecanismos de participación y toma de decisiones, etc., y no en términos de defender posiciones de entrada y estructuras organizativas ya hechas.
Consecuencia del reconocimiento anterior es admitir también que los revolucionarios que impulsan el proceso bolivariano están repartidos en los diferentes partidos -y aún fuera de ellos-, impulsando con su trabajo y su compromiso político diario las luchas del pueblo y las acciones del gobierno.
Más aún, numerosas individualidades y pequeños grupos se mantienen fuera de los partidos partidos políticos. La gran masa chavista no está organizada en partidos políticos sino que se mantiene activa alrededor del máximo dirigente de de la Revolución antes que de estructuras organizativas específicas. Es lo que se ha llamado el chavismo silvestre. Y las razones no hay que buscarlas en actitudes antipartidos sino en la inconformidad con partidos que mantienen vicios del hacer político cuartorrepublicano o que, aún siendo nuevos, los han incorporado tempranamente a su vida interna. Ese chavismo silvestre es militante, transformador y librepensador, comprende la necesidad del partido, tiene cultura democrática y está dispuesto a integrar sus esfuerzos en una auténtica organización revolucionaria.
Necesidad del partido
Otro reconocimiento importante del planteamiento de Chávez es que la unidad de los revolucionarios en el seno de una misma organización no sólo es un objetivo deseable sino una necesidad perentoria para avanzar. De maquinarias electorales que se mueven para la ocasión a un sujeto revolucionario colectivo; de organizaciones de comportamiento reactivo a instrumentos con la iniciativa política del cambio.
La transformación del país es una tarea compleja que sólo puede asumirse a través de una voluntad colectiva como el partido. Maquiavelo reinvindicó el papel del líder para la conquista y la dirección del Estado. Gramsci, por su parte, señaló que el líder capaz de dirigir las transformaciones en las sociedades modernas es un pensamiento y una voluntad colectiva, esto es, el partido político.
No es posible que una individualidad, por muy extraordinaria y capaz que sea, asuma y dirija la transformación de la sociedad. Se requiere del concurso de las grandes mayorías; de su aprobación y de su apoyo. Y no es posible lograr y estructurar ese sin contar con un partido político organizado a lo largo y ancho del país, en todos los frentes de lucha, en todos los estamentos de la sociedad, asumiendo reivindicaciones y objetivos políticos definidos.
Mucho más cuando se trata de una Revolución que promueve la participación conciente de las grandes mayorías en la toma de decisiones, en el control de los programas y los dirigentes y en la orientación general del Estado. Tal orientación confrontará los intereses de los sectores aferrados al poder, tanto nacionales como extranjeros, quienes opondrán barreras, sabotearán procesos y defenderán sus privilegios y cuotas de poder. Es impensable la victoria sin un partido político.
Las conquistas alcanzadas hasta hoy están permanentemente bajo el fuego hostil de nuestros enemigos. Estos, desconcertados en principio por el empuje brutal de las fuerzas del pueblo; sin embargo, han dispuesto de los recursos y el tiempo necesario para rehacer sus maltrechas filas, aún poderosas, y luchan hoy por reconquistar espacios perdidos. Desde adentro y desde afuera emprenden sus acciones y movilizan sus ideas retrógradas, sus chantajes y sus extraordinarios recursos materiales, en función de liquidar las pretensiones de redención y de progreso del pueblo venezolano. En estas circunstancias, necesitamos de la inteligencia vivaz, de la capacidad para concentrar energía, dirigir esta batalla en todos los frentes y prever los movimientos contrarios, aislar su influencia y reducirlos. Esta responsabilidad sólo puede llevarla a cabo con éxito el colectivo organizado en partido político, convertido así en sujeto de la Revolución.
Partido unido de los revolucionarios no es lo mismo que único partido
Una evaluación interesada y distorsionadora de la derecha ha pretendido asociar los planteamientos de Chávez sobre el partido unido de los revolucionarios con la situación de otras realidades históricas, inspiradas por motivaciones teóricas e ideológicas diferentes que no tienen que ver con el bagaje y la experiencia política de la revolución bolivariana. La formulación de un partido unido de la Revolución Venezolana no significa la formulación de un partido único para las fuerzas del cambio ni para la sociedad venezolana.
Los grandes logros de la revolución venezolana han sido democráticos, plurales, participativos. Del lado de la izquierda, los diversos partidos han participado conservando su independencia organizativa e ideológica. Ateos, cristianos, marxistas, gramscianos, trotskistas, leninistas, etc., han participado en la defensa de esta revolución.
Pero a su vez esta lucha se ha dado enfrentando a otros venezolanos que organizados en partidos políticos con intereses de clases contrapuestos tienen derecho no sólo a su existencia sino que también han desempeñado un papel dialéctico, acentuando y dándole perfil a una resultante que representa a la totalidad de la sociedad venezolana. Papel que podría caracterizarse como una profundización de la cultura democrática, de la necesidad de la existencia de pensamientos políticos diferentes. Los partidos son expresión de intereses de clases y en tanto estas existan tenderán a expresarse a través de partidos o fracciones de partidos. En una auténtica revolución la resolución de estos conflictos se realizará a través de la confrontación democrática de las ideas, mediante el socavamiento de las bases materiales que las fundamentan y mediante la creación de instancias de expresión y toma de decisiones en el seno del pueblo.
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La lucha política no se agota con el partido
La participación política no está restringida a los partidos políticos. Hay instancias de organización distinta a los partidos en donde es posible la participación política en términos individuales o de pequeños grupos y abarca desde los sindicatos, las ongs, los movimientos sociales y la simple asamblea ciudadana que corresponden a trincheras de participación y combate político.
En nuestro país, además de los partidos políticos, los movimientos sociales, las organizaciones gremiales, sectoriales, etc., como instancias válidas de participación política; se está impulsando el desarrollo del poder local a través de consejos comunales, mesas técnicas, comisiones de contraloría y otras formas de participación popular. Todas ellas constituyen instancias o escenarios de participación política abiertas a los ciudadanos no organizados en partidos políticos.
¿Es posible la unidad?
La unidad de los revolucionarios es un objetivo deseable. La unidad es necesaria. Pero, ¿es posible en unas fuerzas transformadoras diversas, con orígenes ideológicos distintos, con maneras peculiares de arribar a la Revolución y con expectativas y objetivos igualmente diversos, cuando no francamente antagónicos? ¿Están sus dirigentes dispuestos a ceder sus puestos o, en todo caso, asumir la cola de león antes que la cabeza de ratón?
Sin duda, depende de cómo se construya esa unidad. Y lo primero que debe hacerse es asumir esa complejidad en términos de comprensión y de discusión. Para unirse y antes de unirse es necesario discutir, decía Lenin en los días iniciales del Partido Socialdemócrata Ruso. Y fundamentaba esta tesis en que la unidad constituida superficialmente, sin la solidez de ideas claves compartidas, saltaría en pedazos cuando la primera dificultad revele ideas y posiciones contrapuestas.
Podría decirse que es común en los partidarios de la Revolución Bolivariana la idea del cambio y el reconocimiento del liderazgo del Presidente Chávez. Pero, ¿es esto suficiente para asumir la tarea de transformar radicalmente la sociedad venezolana? Al momento de asumir decisiones concretas sobre asuntos fundamentales, ¿no se revelaría inevitablemente nuestras libérrimas opiniones sobre lo que debe hacerse y cómo debe hacerse?
Por supuesto, no se trata de que todos tengamos las mismas ideas sobre todas las cosas. Pero si que compartamos las líneas fundamentales de un programa de transformación política a partir de las cuales puedan definirse la acción política cotidiana y las grandes tareas de la revolución. Si se pospone la discusión necesaria en aras de la unidad, sólo se alimentará un monstruo, en el mejor de los casos. Porque también se abriría espacio para los oportunistas de toda laya. Estos, interesados en el manejo personal del poder, se guardarían de expresar opiniones divergentes, aceptarían cualquier programa que se les proponga y se limitarían a seguir las orientaciones del líder hasta tanto puedan disfrutar del poder y sus prebendas.
Se produciría un proceso de decantación al revés: El partido se conformaría por un aluvión de oportunistas y aventureros y los verdaderos revolucionarios terminarían por marcar distancia de ese partido e impulsar su propia revolución.
Evidentemente no basta discutir. Hace falta la voluntad de buscar acuerdos, entendiendo que el proceso de construcción de la unidad es un proceso complejo, que requiere su tiempo y no es posible saltarse a la torera las etapas de preparación, presentación de propuestas, discutir una y otra vez las diversas opciones, arribar a acuerdos, implementar acciones y retomar de nuevo el proceso.
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