1.- PSUV: TIEMPO PARA IMPENSAR LA CUESTIÓN DEL PARTIDO:
Para lograr la fusión de las izquierdas sociales en una poderosa mediación política, se trata no solo de re-pensar el partido revolucionario, se trata más bien de impensarlo. Por impensar comprendemos una perspectiva que reconoce que dependemos de presunciones, premisas y presupuestos dudosos, que apenas se debatidos, y que anclados en el fondo de nuestras formas de conciencia social y política, desparecen y reaparecen en mil formas distintas cada vez que la las realidades histórico-sociales nos revela su inadecuación. Y esta inadecuación exige una praxis contra-hegemónica de desarticulación-rearticulación de nociones, conceptos y categorías políticas. Entre ellas la herencia canónica del “partido revolucionario”, el dogmatismo estalinista con su “centralismo burocrático” y las limitaciones del propio “leninismo organizativo” a la luz de los retos del siglo XXI.
Sobre el estalinismo-burocrático ha cierta conciencia social y política sobre lo nefasto de replicar un camino semejante de revolución anticapitalista. Este camino, sencillamente, ha muerto, e implica error tras error, fracaso tras fracaso. Sobre el “leninismo organizativo” hay una polémica fecunda que debe ser asumida como problemática de debate, de deliberación, como ejercicio de crítica radical, para evitar cualquier regresión autoritaria, cualquier despotismo, cualquiera figura de barbarie política.
En gran medida, una parte importante de la izquierda anticapitalista militante se ubica con facilidad en el programa de investigación-acción del marxismo revolucionario. Sin embargo, bajo las aguas del marxismo revolucionario existen corrientes diversas de interpretación de las ideas-fuerza que se desprenden de este programa teórico revolucionario. Sin duda, sin Marx es imposible pensar cualquier programa político de transición al Socialismo, pero hay mucho mas que Marx, un mas allá de Marx, que es indispensable para enfrentarse a la inadecuación de la teoría revolucionaria heredada con las realidades histórico-sociales del presente.
2.- LA UNIDAD DE LA DIVERSIDAD ES ALGO MÁS QUE UNA CONSIGNA:
El esfuerzo de articulación de voluntades, pasiones y razones socialistas pasa por el reconocimiento de que la edificación de la organización política revolucionaria, es correlativa a los esfuerzos por clarificar el horizonte ideológico desde el cual se sustenta el proyecto estratégico; y ya no basta con declararse marxista, leninista, trotskysta, gramsciano, mariateguista, guevarista, martiano, bolivariano, sandinista, etc.
El asunto es más complejo y requiere un pensamiento complejo, consiste en la articulación de la acción conjunta de enfoques revolucionarios diversos a través de una metódica democrática de debate, que edifique en la praxis, principios unitarios, criterios compartidos para la unidad de acción revolucionaria. Existe un atajo que simplificaría esta complejidad, intentar homogeneizar ideológicamente a la diversidad existente a través de dispositivos disciplinarios, pero este atajo de unidad sin diversidad es una réplica de la tradición estalinista. Otro atajo, es inhibir el pensamiento crítico y el debate, y alienar esta capacidad humana en un cuerpo dirigente, esperando desprendernos de nuestras responsabilidades en el presente histórico. Y finalmente, otro atajo, es suponer que el pensamiento revolucionario se ha encarnado en un genio individual, en una gran personalidad histórica, y que derivado de esta situación, simplemente seguimos la voz infalible del mando personal sin someterla a examen crítico. Estos tres atajos, nos llevan a situaciones despóticas.
Se trata de otra ruta, construir unidad en la diversidad, lo que implica reconocer que el punto de partida es la diversidad sin una clara unidad de acción; y los diferentes puntos de llegada, para cada coyuntura, y para el debate permanente del horizonte estratégico, son una diversidad de enfoques revolucionarios con unidad orgánica de acción. En este proceso que afirma como un valor positivo la existencia de la diversidad, de la pluralidad de corrientes y tendencias, de la multiplicidad de singularidades, de la máxima variedad posible para lograr la unidad de acción eficaz, se debate la complejidad de la nueva situación concreta de la organización política revolucionaria. Se trata de democracia revolucionaria interna, de democracia contra-hegemónica.
La heterogeneidad social y cultural del pueblo bolivariano implica una forma de mediación política más flexible, no reducida a la pura integración de aparatos militantes que a la larga terminan generando conflictos implacables en la lucha por el poder interno del aparato. Ello cuando no está debidamente normado y se carece de una cultura política democrática deviene en la integración de aparatos autoritarios, intolerantes y proclives a la manipulación corruptora. Estos comportamientos alejan a la nueva ciudadanía socialista en construcción de los partidos y alimentan la antipolítica.
Las diferencias de enfoque sobre la ideología revolucionaria, y sobre los temas políticos de coyuntura entre miembros, militantes y actores pertenecientes a diversas generaciones, a diversas experiencias socio-históricas, a diversas influencias ideo políticas, no deben convertirse en procesos de organización de facciones que luchan por monopolizar la verdad revelada del primigenio pensamiento revolucionario, sino que deben constituir tendencias que estén en permanente interacción, en juego interno, es decir en sistemático intercambio democrático de ideas, interpretaciones y lecturas.
Mientras las fracciones se organizan en torno a personas, a caudillos, las corrientes y tendencias se organizan en torno a proyectos, a perspectivas y enfoques. El partido debe constituirse en una organización de corrientes históricas y tendencias revolucionarias, donde los derechos de las mayorías contingentes no avasallen a las minorías, pero donde las minorías no sean ni desleales, ni sectaristas ni divisionistas. En ese sentido la libertad de manifestar diversas ideas revolucionarias debe ser lo más amplia posible. Los derechos de los militantes y miembros de la organización no deben ser menores a los derechos ciudadanos de acceso al debate público y a la participación establecidos en la Constitución Nacional. Pero ello implica deberes, el más importante en una organización política, el resguardo de la unidad plural, la constante construcción de acciones unitarias y el respeto entre dirigentes, miembros y militantes.
Debemos reconstruir las formas de la crítica constructiva y dejar de lado el canibalismo político que destroza la unidad real de las fuerzas revolucionarias. Y este no es un asunto abstracto, examinando la historia del movimiento socialista nos encontraremos que las situaciones con mayor fecundidad revolucionaria fueron aquellas donde se construyó una cultura de debate entre corrientes, enfoques y tendencias diversas con un ánimo unitario. Nadie ha dicho que este debate no contenga tensiones, desgarramientos, conflictos, experiencias dolorosas; pero mientras el objetivo superior sea la construcción de una plataforma de acción unitaria frente al adversario estratégico, la fecundidad revolucionaria es incomparablemente superior a las situaciones donde se esteriliza el debate.
Vale decir, una nueva izquierda revolucionaria debe ser re-fundada sobre muchas de las bases estratégicas y teóricas abordadas por Marx, Engels, Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Mariategui, Gramsci para nombrar solo algunas referencias clásicas; pero y esto es fundamental, debe ser una superación de las concepciones arraigadas en la izquierda histórica nacional. Lo que estamos diciendo es que toda una tradición debe ser re-pensada e impensada, y ambos procesos implican la actividad de pensar críticamente en comunidades de debate-acción.
No se trata entonces de repetir ciegamente aquella consigna de que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”. Se trata de reconocer que no hay UNA teoría revolucionaria en la situación presente. Que esta condición es un factum de la actual situación. Que se trata más bien de plantear, que sin debate revolucionario entre enfoques diversos no será posible construir la praxis revolucionaria, y en ella, la unidad de acción revolucionaria. Sin debate revolucionario no habrá teoría crítica revolucionaria, y cualquier mapa teórico revolucionario es un momento interior del despliegue de prácticas revolucionarias específicas en el campo histórico. Sin debate, sin reflexión, sin investigación, sin pensamiento crítico, sin elaboración de enfoques y consignas, será muy difícil consolidar una praxis revolucionaria. No hay recetas para ser aplicadas, hay que elaborar mapas para las nuevas situaciones sociales, para cada uno de los casos nacionales, y para momentos históricos específicos.
3.- FECUNDAR LA CULTURA DE DEBATE EN LA EDIFICACIÓN DEL PARTIDO:
Entonces, la cuestión del estilo y la calidad del debate revolucionario es parte del presente. Un debate que construya unidad en la diversidad, que fortalezca la unidad de la diversidad, lo que implica una madurez política suficiente para abandonar las prenociones, los presupuestos, los prejuicios, las premisas cuando la práctica así lo exija, cuando las tesis, las razones, los argumentos se muestren inconsistentes e inviables. Se trata de una diversidad de enfoques y teorías abiertas a la refutación de la práctica histórica, abiertas al aprendizaje de la práctica histórica, abiertas a su reformulación cuando así lo exija la práctica histórica.
Se trata de razones incardinadas en pasiones y voluntades, lo que implica un tono emocional de la cultura del debate en las filas de la diversidad de las fuerzas revolucionarias. Un tono emocional cuyo imperativo ético es la articulación cuantitativa y cualitativa de la unidad de acción revolucionaria. No se trata solo de razones, se trata de pasiones, de la construcción de voluntades colectivas en el campo histórico.
Por ejemplo, a algunos les dolerán las siguientes palabras. Reciban pues, con el espíritu abierto de una crítica que pretende estimular el debate en función de la articulación de tendencias y corrientes diversas, lo siguiente. En primer lugar aquella que ha hecho de Lenin un icono y un dogma. ¿Es posible rescatar otro Lenin de aquel fosilizado por el ‘leninismo ortodoxo’?
El dogma permite la tranquilidad de la simplicidad intelectual, la certeza de lo ya dicho, la apelación de la autoridad. Por otra parte, siempre una buena fórmula es más reconfortante y fácil que, como decía Hegel, el doloroso trabajo de lo negativo. Las corrientes revolucionarias que se encontraban dispersas, se han reunificado gradualmente en la revolución bolivariana, pero no existe hoy una organización política revolucionario, y lo hay solo existe embrionariamente. Esto tiene una base histórica: el profundo retroceso de las ideas socialistas en la historia nacional y las derrotas de las cuatro décadas pasadas, que solo fueron remontadas por la conjunción de una crisis histórica del bloque de poder capitalista y su sistema de partidos, y la emergencia de una rebelión cívico-militar de signo nacional-popular, que colocaron en la retaguardia de ese proceso a las izquierdas partidistas.
También existió una base espiritual: el fracaso de los intentos de las diversas corrientes socialistas revolucionarias de constituir una organización unitaria. La tendencia no fue elevar exponencialmente la unidad, sino fracturar, dividir y debilitar a la izquierda anticapitalista a partir de complicados logaritmos que apelaban a la pureza de uno que otro dogma. En vez, de sumar, multiplicar y elevar a la n potencia a las fuerza revolucionarias, se trato de restar, dividir y aplicar con extrema eficacia la práctica de logaritmos que disiparon las energías revolucionarias, hasta llegar al punto límite: 1 / infinito = cero. Ya lo decían algunos funcionarios de inteligencia del régimen de punto-fijo: la izquierda revolucionaria venezolana se divide sola. Se perdió de vista el numerador: la unidad de la diversidad.
Actualmente, no tenemos recetas universales para la unidad de las fuerzas revolucionarias en distintos países y momentos históricos, puesto que la construcción de cada corriente depende de factores históricos y sociales concretos. Pero la experiencia del pasado nos puede enseñar lecciones fundamentales en el presente. Si en el pasado se tomaron decisiones y se siguieron determinados cursos de acción, llevando el esfuerzo al fracaso ¿Por qué replicar esta experiencia? Tenemos ante todo un espíritu crítico y abierto, prerrequisito imprescindible para construir positivamente sobre nuevas bases teóricas y políticas.
Una organización política revolucionaria debe reconocer la diversidad de corrientes y tendencias internas, de agrupaciones abiertas que fecunden el debate. Que no se confunda esto con fracciones de poder ni con sectas internas. Se trata del reconocimiento de la diversidad, del pluralismo socialista en el seno de una fuerza socialista, donde existirá un juego democrático de mayorías y minorías, un equilibrio de compromisos entre tendencias para que una metódica democrática garantice la unidad de acción. Porque una organización política revolucionaria, si pretende proyectar hacia afuera la democracia revolucionaria, participativa y protagónica, debe practicarla internamente. Se trata no de una maquina de lucha trivial, con una unidad de mando simple, con una jefatura unilateral. Se trata de una unidad de mando colectiva, donde el intelectual colectivo, practicando la democracia contra-hegemónica, genera mapas de orientación/decisión para profundizar y consolidar el proyecto estratégico del nuevo socialismo del siglo XXI: un proyecto que pretende luchar contra la dominación, la hegemonía, la coerción, la explotación, la discriminación y la exclusión.
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