Las tendencias políticas contemporáneas apuntan al agotamiento final de la democracia liberal-representativa y del modelo elitista que lo sustenta. La edificación de la forma/partido socialista debe partir de este hecho, y por tanto, sería contraproducente que siendo la revolución bolivariana la potencia que impulsa la democracia protagónica, participativa y revolucionaria, reproduzca una “lógica de mandatos representativos” en el interior de la forma/partido. Frente a esta hipótesis, es fundamental que la democracia socialista en el plano organizativo y de funcionamiento interno, sea esencial en el PSUV. Desde nuestro punto de vista, la democracia socialista es una democracia deliberativa, participativa y protagónica que lucha por el autogobierno popular, y por tanto una democracia contra-hegemónica.
El momento deliberativo de la democracia socialista implica la construcción de racionalidades contra-hegemónicas; esto es, racionalidades que apunta a una crítica teórico-práctica a la racionalidad que justifica, cosifica y naturaliza la división entre gobernantes y gobernados. Quién justifica, naturaliza y cosifica una mediación despótica, jerárquica, impositiva en las funciones de dirección intelectual, moral y política reproduce la lógica de la dominación simbólica y ético-cultural; y al naturalizar este proceso, se construye la gramática cultural de la “obligación a obedecer”. El autogobierno popular es una crítica radical de la “obligación a obedecer”.
En una democracia socialista no estamos “obligados a obedecer”, sino que la potencia de las pasiones-argumentos de las singularidades revolucionarias, obligan a los “delegados revocables” a rendir cuentas y “mandar obedeciendo”. El propio Chávez, en este contexto, esta limitado en el ejercicio de su mandato, no solo por razones del derecho constitucional de extracción burguesa, sino que por razones de la edificación de una cultura democrática socialista tiene que “mandar obedeciendo”, no “mandar mandando”. Esta ruptura cultural genera “deflación de expectativas” en algunos dirigentes políticos que vienen acumulando privilegios con la fórmula “mandar mandando” y con los cargos que ostentan; como si fuesen rangos o títulos nobiliarios de las viejas corporaciones o de la maquinaria bélica-industrial.
Una cultura democrática socialista reconoce la igualdad política de las singularidades revolucionarias, una igualdad en la diferencia, en la alteridad, en función de la justicia y la liberación social y cultural. Mientras los seguidores de la revolución francesa, que fue una revolución burguesa triunfante, cantan los estribillos de la libertad, la igualdad y la fraternidad de individuos, sin comprender los acentos ideológicos de estas consignas burguesas, la democracia socialista plantea las figuras de la justicia, la alteridad y la liberación de las singularidades. No nos bastan los derechos individuales, y mucho menos si legitiman la desigualdad en nombre de la igualdad ante la Ley, queremos afirmar los derechos de los sujetos revolucionarios, comenzando por los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, para pasar a los derechos a la diferencia, a la alteridad, a la liberación.
No queremos una forma/partido que se conforme con las consignas de la revolución francesa, exigimos una forma/partido que reconozca la relevancia de las insurrecciones populares-subalternas, por ejemplo, de Tupac Amaru II o de las cumbes afroamericanas. No queremos una forma/partido que utiliza el “poder pastoral” (Foucault) para adoctrinar con pedagogías bancarias y conductistas a “masas sin conciencia revolucionaria”, exigimos una forma/partido capaz de poner en juego pedagogías críticas y liberadoras, que rompan con el fetichismo, con la cosificación y la naturalización de las lógicas de la explotación, la coerción y la hegemonía ideológica o ético-cultural.
Exigimos una ruptura con la subcultura de aparato, con la imposición de líneas, o con maniobras de cúpulas/cogollos. Compartimos la necesidad de nuevas mediaciones político-estratégicas para llevar adelante el proceso de organización y transformación revolucionaria, pero no creemos suficiente una forma/partido calcada de los formatos moderno-coloniales de la política y de lo político. Una forma/partido alejada del poder constituyente, de los movimientos, redes y colectivos revolucionarios no se adecua a la democracia socialista.
El “centralismo democrático” conduce a reproducir el elitismo de la democracia representativa burguesa, es una suerte de taylorismo político, de expropiación del poder de decisión, de anulación de capacidades y destrezas políticas colectivas, de la implicación en la deliberación-decisión política por parte de las multitudes. Los diseños organizativos deben ser flexibles y eficaces, vivimos tiempos de ruptura de paradigmas organizacionales, donde la invención, las redes de coordinación y estudio, pueden potenciar la innovación y el derecho a vivir la revolución también en el interior de la forma/partido.
Una organización de redes-plataformas-movimientos que articulen los “frentes de lucha” como nodos de un sistema abierto, y que articulen los “frentes de lucha” a la modalidad de los consejos del poder popular. Articular los batallones territoriales a los frentes de lucha, y los frentes de lucha a los consejos del poder popular. De esta manera la forma/partido se dinamiza en el ambiente de las redes/plataformas/movimientos, generando sinergias entre una estructura de militantes y un complejo de colectivos de simpatizantes-aliados sociales.
La clave de la propuesta es negarse a fetichizar la potestas o el poder delegado; es decir, cuestionar permanentemente la división entre dirigentes y dirigidos en el seno de la mediación político-estratégica. Esto implica democratizar la democracia revolucionaria, y plantear una revolución cultural correlativa a la revolución socialista en la constitución organizativa del sujeto nacional-popular indo-afro-latinoamericano, singularidad revolucionaria de la multitud que construye una alter-mundialización.