Lástima que sean los contextos del desconcierto los que nos obliguen a reflexionar sobre las causas y el azar del actual orden de las cosas. En cierta medida, a pocas horas de los resultados electorales, comienzan los comentarios, los artículos y las reuniones que buscan desentrañar las razones de los resultados y sus consecuencias. Pareciera que la coyuntura despertó el letargo y que una vez más, diciembre de por medio, el nuevo año que se acerca depara grandes esfuerzos por recuperar los espacios perdidos.
Dos derrotas, dos derrotas consecutivas, dos años pensando(nos) y repensando(nos) el quehacer de una revolución. Culpabilidades, causas supuestas, operaciones aparentes van configurando el paisaje de una matriz que, esperamos, se refleje en la práctica. Que si fue el pueblo que no fue a votar, que si fue el voto castigo, que si el burocratismo y la ineptitud de la gestiones anteriores. Cúmulo de preguntas y respuestas que van navegando en el aire como recorriendo un pasado reciente que aún no logramos entender.
Hace algunos años, con el 27 de febrero, algunos afirmaban convincentemente el inicio de un nuevo proceso, el nacimiento del bando, el quiebre de la identidad política que sustentaba el régimen de la democracia liberal cuartorepublicana, la apertura de un proceso constituyente. Algunos años después, con el ascenso del compañero Chávez al poder, los analistas políticos de la izquierda, celebraban el desarrollo del proceso, su consolidación a través de la toma del poder, el desarrollo real y concreto de la propuesta de país por la que siempre estuvimos luchando en las calles.
Del refugio, de la resistencia, pasábamos, ahora sí, a la ofensiva. Pasábamos de la cotrahegemonía a la emancipación, dejábamos atrás los espectros de la resistencia, la capucha, la clandestinidad, la conspiratividad, para ser, por primera vez, gobierno. Luego, el 11 de abril, el golpe petrolero, nos dieron la alarma de que aún, a pesar de estar sobre el aparato del Estado, quedaba mucho por resistir. Resistir a los lugares comunes del neoliberalismo, resistir ante la sedimentación del poder, resistir frente a la captura de la imaginación. Y más tarde, a 3 años del referéndum revocatorio, la primera derrota, un año después (con la mayoría de las gobernaciones del país), la segunda derrota. Pero después de todo, qué carajo, somos gobierno y somos la primera fuerza política del país.
Pese a los tropiezos y los desconciertos, aún seguimos atrincherándonos. Pasamos del refugio local al refugio gubernamental. Somos gobierno pero con la lógica de la resistencia. Siempre conteniendo, siempre replegándonos, siempre estableciendo líneas de fuga frente a la oposición e incluso frente al mismo aparato del cual formamos parte. Resistir no está mal siempre y cuando tengamos en cuenta el objeto de la confrontación, pero sobre todo las líneas de fuga posibles para que, haciéndole frente, también podamos construir.
Hace algunos años, digamos que, algunos años atrás dentro de la historia de la revolución bolivariana, discutíamos y reflexionábamos, sobre el proceso de construcción de la nueva identidad política en Venezuela. Nos preguntábamos cómo recomponer el tejido social golpeado por el neoliberalismo, sobre el kairos transformacional (como diría un buen amigo), sobre los puntos de bifurcación y sobre la posibilidad de que el proceso que recién se iniciaba reprodujera a calco y copia los mismos errores del pasado. Y dentro de todo, advertíamos un peligro, que pasáramos de la desconfianza en los políticos a la desaparición de lo político. ¿Será que los resultados recientes son la advertencia que anuncia la desaparición de lo político? ¿Será que a pesar del discurso, hay quienes depositan su confianza en el mercado y en la redención individual?
Esperemos que la presencia de Ledezma en la Alcaldía Mayor nos permita hacer lo que realmente y nunca hemos dejado de hacer: resistir.
(*)Tesista de Sociología de la UCV
marilenaj@gmail.com