Una de cal y otra de arena

El proceso bolivariano es tan complejo, dinámico y contradictorio que uno pasa de una rabieta con el gobierno a un estado de contentura con el PSUV, en un santiamén. Eso sí, seguimos confiados en que lo negativo sea circunstancial, y que más adelante los entuertos se enderezan.

La indignación nos sacude cuando una empresa transnacional anuncia que abre de nuevo sus puertas tras un conflicto laboral que ha dejado en el camino dos trabajadores muertos y 175 obreros (padres de familia) despedidos con autorización del Ministerio del Poder Popular para el Trabajo (¡qué socialistas!).

Leemos la información y sentimos que estamos en un gobierno que bien pudiese estar presidido por un Carlos Andrés Pérez, acompañado por su equipo de neoliberales de escuela, o un Rafael Caldera, a la diestra de su grupo de neoliberales venidos del revisionismo de izquierda, y no por un camarada que se proclama marxista y nos recomienda la lectura del Manifiesto Comunista, como para indicarnos por dónde van los tiros en este proceso.

Pareciera que mientras el líder de la revolución bolivariana se declara marxista, teoría política de la clase obrera, su ministra de Trabajo actúa bajo las premisas de eso que el PPT (casualidad, de donde ella viene) llama “socialismo productivo”, especie de marca comercial que anuncia un “socialismo bonito” para la oligarquía, tanto la criolla como la extranjera; con lo que coincide un diputado, también rojo-rojito, que en la Asamblea Nacional dijo que no se podía aceptar que la dirigencia sindical parase la producción de una transnacional sólo por la nimiedad de estar defendiendo los derechos de los trabajadores.

Tenemos, pues, gente del gobierno, roja-rojita, más interesada en la cantidad de automóviles lujosos y costosos que pueda producir una transnacional que en los derechos de los trabajadores.

Bien, pasamos de esta indignación a un estado de contentura cuando escuchamos a través de la radio la voz de militantes de base del PSUV, dirigentes comunitarios, organizadores de batallones, gente sencilla, hablando del socialismo, de la patria, de las comunas, del pueblo legislador; con su propio lenguaje, aferrados a las lecciones del comandante Presidente.

Es decir, la voz del pueblo llano y sencillo, que desplaza por momentos el rutinario discurso del ¡Uh, ah, Chávez no se vá! de una dirigencia ya demasiado repetida, desgastada y muy acomodada en la parafernalia de un Estado rico.

Esto es posible gracias a la participación democrática, al protagonismo de todos a partir de un proceso interno que por momentos se coloca por encima del encumbramiento de los dirigentes de los partidos tradicionales.

Es un paso adelante que ha dado el PSUV y que podrá seguir ensanchándose dependiendo de la respuesta que de la militancia a esta convocatoria.

Respuesta que debe darse, por un lado, con una presencia masiva a la hora de elegir a los candidatos definitivos; pero, por otro, y es el paso más importante, que con su voto sea capaz de darle el respaldo a las candidaturas que no provengan ni estén bajo el amparo del poder constituido, sino que se inclinen por aquellas opciones con aroma, sudor, voz y presencia del poder constituyente.

Paso al poder popular, es lo que se requiere. Victoria de la clase trabajadora ante la burocracia que se coloca al lado de la clase social dominante.

Por un socialismo de verdad, lejos de la caricatura que muchos aburguesados nos quieren presentar como válido; bien lejos de ese socialismo que hasta puede parecerse a un desfile de Miss Venezuela, con sus luces y faralaos de primera, tal como se empeñan muchos rojos-rojitos en presentarlo.

psalima36@gmail.com


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Pedro Salima


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