En primer lugar, las entidades
financieras no están dispuestas a asumir los costes de una crisis
provocada por sus prácticas especulativas. Quieren hacerlos recaer sobre
los trabajadores, los pensionistas, los estudiantes, los parados y los
enfermos. En segundo lugar, se pretende desmantelar lo que queda del
estado social. Aplicando las doctrinas expuestas por Hayek en los años
sesenta, el estado debe limitarse a la beneficencia. Su intervención no
debe tener efectos redistributivos de la renta. La sanidad pública debe
ser una sanidad para los pobres que no puedan costearse la atención
médica. De esa forma, la sociedad se fragmenta en “ganadores” y
“perdedores”. Entre quienes pueden permitirse pagar una sanidad privada
de calidad y los que tienen que acudir a hospitales públicos en busca de
caridad. Teniendo como referente este contexto, aquí se analiza el
poder del sistema financiero sobre los estados.
La regulación fallida
A finales de 2008 todo el mundo parecía de acuerdo en la necesidad de
regular y redimensionar el sistema financiero. Parecía el fin del
neoliberalismo y sus dogmas. Se anunciaba una nueva era de
eco-keynesianismo. Pero un año después la situación era del todo
diferente. El sistema financiero había conseguido paralizar las reformas
diseñadas por los sistemas políticos. Esto ocurrió en todas partes y a
todos los niveles. Pasó en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en la UE y a
nivel global.
Este hecho plantea un problema muy grave a
cualquier pretensión de democratizar el sistema financiero. Para someter
a control democrático el sistema financiero es necesario, primero,
democratizar el sistema político. El sistema financiero condiciona
fuertemente las decisiones del sistema político. Presiona desde fuera y
se infiltra dentro de él. Hay que acabar con esa situación para poder
plantear seriamente cualquier propuesta de regulación financiera. Para
ello es necesario identificar las fuentes de poder político del sistema
financiero.
El poder del sistema financiero sobre y dentro de los estados
La primera fuente de poder político del sistema financiero deriva de
que actualmente los estados tienen que financiarse acudiendo a los
mercados financieros. Los estados habían obtenido tradicionalmente
fondos a través de los Bancos Centrales. El neoliberalismo tuvo como uno
de sus objetivos acabar con esa situación. En la Unión Europea lo
consiguió plenamente. El Banco Central Europeo no puede suscribir deuda
pública directamente. No está autorizado a prestar dinero a los estados.
Pero sí puede prestar dinero a los bancos. Tras la crisis financiera el
BCE prestó cientos de miles de millones de euros a los bancos a un
interés muy bajo. Estos préstamos han de sumarse a las enormes cifras
destinadas a su rescate. Hoy en día los bancos utilizan el dinero a bajo
interés obtenido del BCE para prestárselo a un interés exorbitante a
los estados europeos. Es una situación absurda e indignante.
La
necesidad de financiación de los estados es consecuencia de sus déficits
presupuestarios. Los déficits actuales (al menos en Europa) no son
producto de un aumento del gasto público. Esos déficits son consecuencia
de la disminución de la recaudación debida a la reducción de impuestos a
las empresas y a los ciudadanos más ricos. La crisis financiera agravó
los déficits. Los estados acudieron al “rescate” de los bancos
proporcionándoles billones de dólares y euros. Las medidas iniciales
para combatir la crisis también supusieron un aumento del gasto público.
La ralentización de la economía disminuyó aún más la recaudación
impositiva. La deuda de los estados se hizo mayor. Con ello aumentó
también su dependencia de los mercados y entidades financieras.
Otra fuente de poder político del sistema financiero es la amenaza de
crear “pánico” o “inestabilidad” en los mercados. Ese es uno de los
chantajes utilizados más frecuentemente por las entidades financieras
para condicionar las decisiones de las instituciones políticas. Un
conjunto de entidades financieras poderosas pueden retirar rápidamente
gran cantidad de capital invertido en un país. Eso tiene consecuencias
catastróficas: baja la bolsa, la cotización de la moneda cae, las
agencias degradan la calificación de la deuda… Se inicia así una espiral
descendente muy difícil de combatir. La posibilidad de realizar este
tipo de chantaje deriva de la libertad de circulación de capitales a
través de las fronteras.
Además de esas formas de presión sobre
los estados, los bancos disponen de poder político dentro de los mismos.
Stiglitz muestra en su libro sobre la crisis el grado de infiltración
del sistema financiero en el seno de las instituciones estatales. Los
grandes bancos controlan a los políticos estadounidenses, financiando
sus campañas. Las "puertas giratorias" entre el mundo de las finanzas y
el mundo de la administración pública giran a gran velocidad. Los
regulados de hoy serán los clientes de mañana o lo fueron ayer. La
necesaria distancia de la administración respecto de los intereses
privados no existe en el caso de la (poca) regulación financiera
norteamericana. Así, por ejemplo, Paulson concedió una ayuda de 89.000
millones de dólares a A.I.G. El mayor beneficiario de esa ayuda fue
Goldman Sachs, su antigua empresa [1].
La manera de resolver la
crisis en Estados Unidos prueba la influencia política del sector
financiero. Se ha concedido a las grandes entidades financieras rescates
millonarios sin exigirles nada a cambio. Los directivos de las
entidades rescatadas han mantenido sus sueldos astronómicos mientras
muchas personas perdían su casa, su empleo, o ambas cosas. La manera de
enfocar la crisis no cambió con la llegada de Obama al poder. El
presidente del cambio mantuvo al equipo económico de Bush modificando
ligeramente el orden de las sillas. Obama dejó quebrar la General Motors
y rescató a los grandes bancos. Algo ha cambiado sustancialmente en
Estados Unidos. Antes se decía que "lo que es bueno para General Motors
es bueno para Estados Unidos". Ahora resulta que es bueno para los
Estados Unidos lo que es bueno para Wall Street.
Lo mismo ha
ocurrido en Gran Bretaña. Según un informe alternativo elaborado por un
grupo de economistas de la Universidad de Manchester, la dificultad
principal para reformar el sistema financiero británico es el poder
político de la City. Los banqueros (o determinados altos cargos y
accionistas de ciertas instituciones financieras) tienen a un número
considerable de políticos como rehenes. El gobierno encarga informes
sobre el sector financiero a expertos procedentes de ese mismo sector.
El poder político británico está, pues, profundamente infiltrado por el
sistema financiero [2].
En España, privatizar las cajas de
ahorro ha sido hacer precisamente lo contrario de lo que se debía. No se
ha corregido su deriva hacia la bancarización. No se ha intentado
recuperar su función social ni potenciar la gestión participativa de las
mismas. Lo que se ha hecho es presionarlas más que a las entidades
bancarias para que se “saneasen”. Ello ha conducido a que las cajas
creasen sus propios bancos y les asignasen sus mejores activos. Luego,
estos bancos se han privatizado, vendiendo sus acciones a precio de
saldo. Ahora su destino está en manos de fondos de inversión y de
pensiones cuyos gestores sólo están interesados en el rendimiento
económico [3]. Se ha perdido la oportunidad de crear una banca pública
que garantizase el crédito como servicio esencial.
La necesidad de una movilización ciudadana
Los problemas más importantes de la actualidad encuentran siempre un
obstáculo para su solución en el poder y la actuación de las entidades
financieras. Éstas han causado la crisis actual. Pero hacen soportar sus
costes al conjunto de la sociedad. Mientras, sus ejecutivos se embolsan
cantidades inmensas de dinero. No estamos hablando de banalidades: la
remuneración de los altos directivos se "come" el 50% de los beneficios
de la banca industrial en Gran Bretaña.
La crisis, el paro, la
reducción de los gastos sociales, la dificultad de adoptar políticas
anticíclicas, la imposibilidad de acometer en serio una transformación
ecológica de la sociedad, la imposibilidad de democratizar el poder
político... todo se topa con el mismo obstáculo: el poder del sistema
financiero; con su poder económico, su capacidad de presión sobre las
instituciones políticas, su infiltración dentro de esas mismas
instituciones.
El sistema financiero es en este momento el
"enemigo principal" como se decía en otros tiempos. Es necesaria una
fuerte movilización popular para hacerle pagar las consecuencias de la
crisis y despojarle de su poder político; para redimensionarlo y
reorientar su actividad en un sentido social y ecológico; para dar un
primer paso en la democratización de las instituciones políticas. No
parece ser suficiente con una movilización popular que presione al poder
político. Éste es un rehén del poder financiero o está conchabado con
él. Las movilizaciones de Barcelona contra la aprobación de los
presupuestos restrictivos de la Generalitat lo pusieron de manifiesto.
Estamos metidos en un círculo vicioso. Hay que adoptar una serie de
medidas para disminuir el poder político del sistema financiero. Esas
medidas deben ser tomadas por las instituciones políticas. Las
instituciones políticas no pueden adoptarlas debido al poder político
del sistema financiero. Es necesario, por tanto, combatir ese poder.
Pero...
Hay bastantes indicios de que el sistema representativo
tal como está ahora en Europa no va a resistir la forma actual de
gestionar la crisis. El autoritarismo tecnocrático que se ha implantado
en Italia o Grecia lo ponen de manifiesto. Personajes procedentes del
sector financiero e impuestos por “la troika” (FMI, UE y BCE), presiden
los gobiernos de esos países e implantan medidas de “ajuste” aún más
rigurosas que sus predecesores. En el otro extremo está la “revolución”
democrática de Islandia: los ciudadanos hicieron caer a su gobierno, se
negaron a pagar las deudas de los bancos en un referéndum, y se pusieron
a elaborar una nueva constitución. Ahora son los únicos que están
saliendo de la crisis, porque han hecho lo contrario que el resto de los
países europeos en dificultades: aumentar el gasto público. ¿Serán el
autoritarismo disfrazado de tecnocracia o la revolución democrática
desde abajo las dos únicas alternativas a corto plazo para los estados
europeos periféricos?
En España se pondrá pronto a prueba la
resistencia del sistema político existente. Será más o menos a mediados
del 2012: en el momento en que se plantee la asunción de la deuda
privada de los bancos por parte del estado. Cuando la población se
entere de que España no tenía graves problemas de deuda pública, pero sí
de deuda privada. Cuando se dé cuenta de que el gobierno va hacer
recaer sobre todos nosotros las deudas asumidas por los bancos, como en
Islandia. ¿Qué pasará en ese momento? ¿Se formará un gobierno de
concentración, como paso previo a alguna forma de autoritarismo
tecnocrático? ¿O habrá una fuerte movilización desde abajo que
transformará radicalmente el sistema político y dará lugar a una salida
de la crisis completamente diferente?
Notas:
[1] Stiglitz, Joseph: Caída libre. El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial, Madrid, Santillana, 2011, p. 114.
[2] V. «An Alternative Report on UK Banking Reform», en: http://www.cresc.ac.uk/publications/an-alternative-report-on-uk-banking-reform, pp.11-17.
[3] V. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, José Miguel: “Privatización de las cajas de ahorro españolas: viejo propósito, excelente negocio y expolio social”, en PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, Nº 114, 2011, pp. 37-47.
José Antonio Estévez es Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Barcelona, redactor de Mientras Tanto y colaborador de Alba Sud.