El dulce espectáculo, que de colores, música y tambores ofrecen al mundo Los Diablos Danzantes de Yare, es la estampa que marcan ellos hoy, cuando han sido enviados al folio de la memoria histórica de la humanidad. Son ellos la expresión cultural eterna de Venezuela, venerando al Cristo Redentor de los Pobres. Es la imagen del pueblo oprimido del mundo en un ruego a su liberación. Pero hay otros diablillos que merodean los espacios de Venezuela y el mundo y para nada se aproximan a tal hazaña. Ellos merodean la muerte, cuando, por esperpentos espirituales o por talantes de ocultos deseos, a ella sedienta de ellos, se aproximan. Por eso se vio algún día de esos que no se olvidan, a un religioso de otros mundos deseando con alarmante insolencia, la muerte de Chávez. Y por eso también vivimos con patético asombro como Orlando Urdaneta, prevalido de un cinismo extravagante, explicaba con detalles desde Miami, como asesinar desde lejos al presidente. Por eso también, sin temor a que quedara al descubierto su afanosa soberbia el rey de España, le gritó un día a Chávez que no quería oír más su voz, como queriendo acallar en Chávez la afrenta que le proporcionaba la matazón de indígenas que sus sanguinarios predecesores perpetraron. Y también por eso, un 12 de abril un grupeto de facinerosos famélicos de poder, intentaron perpetrar en Chávez, y en las playas del caribe venezolano el más funesto de los crímenes que por siglos se pueda señalar. Y ahora hoy, disfrutando con sorprendente necrofilia orgánica el padecimiento circunstancial del presidente, los verborreros de la oposición acuden a la satanía más infame que la crueldad pueda justificar, para implorar la muerte del presidente. Es fácil notar en Tal cual, El Nacional y el runruneo de El universal, los deseos de sus maledicentes editoriales en la dirección del deseo a los peores males al presidente. Mientras tanto el Presidente, noble y preclaro como la revolución que dirige, está pensando en una amnistía para el perdón a sus furibundos detractores. Pero ese es el sacrificio de las almas nobles. Abrir en la oscuridad, una delgada brecha por donde pueda colarse un poco de sensatez en las almas diabólicas, que lo acerquen al perdón. Y nace entonces el extraño símil en singular paradoja, de unos alegóricos Diablos Danzantes con la esperanza histórica de redención y otros endemoniados sujetos en la espera inútil de aniquilar esta extraordinaria revolución.
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