Qué más quisiéramos que ver algún día a Colombia coronando su política de pacificación, por cierto viejo clamor que no se concreta porque existen intereses creados que hicieron del conflicto interno un negocio redondo. Ha sido mediante actos de guerra que obtuvieron jugosos provechos los perros de la guerra, narcotraficantes, cobradores de vacuna, secuestradores y sicarios, quienes hicieron de estas prácticas ilegales un modo vivendi. ¿A cuánto ascienden las inimaginables fortunas obtenidas en forma ilícita que hoy reposan en los paraísos fiscales? ¿Acaso podría hablarse de paz sin antes resolver de manera real cómo podrían satisfacerse las necesidades materiales entre quienes han vivido de este conflicto armado?
También cuando hablamos de paz debemos tomar en consideración conceptos como impunidad, justicia y reparo a los daños, lo cual plantea otras serias interrogantes: ¿Pensara Juan Manuel Santos dictar una ley de amnistía general? ¿O están o no de acuerdo las Fuerzas Armadas Colombianas con el borrón y cuenta nueva, circunstancia esta que seguramente el sucio de Álvaro Uribe aprovecharía para hacer demagogia política?
Aunque en sano juicio debemos admitir que la paz de Colombia sea también la paz de Venezuela, no por mera ligereza deberíamos pasar por alto que existen otros elementos indispensables para viabilizar el arreglo entre las partes en conflicto. Por ello no aconsejamos dejarse embelesar por cantos de sirenas, ni por promesas de aspirantes en campaña, pues llevamos años oyendo el mismo cuento cada vez que hay elecciones presidenciales en nuestra hermana nación. Ojalas que esta vez las buenas intenciones no sean más de lo mismo, y que resulte ser la excepción de lo que pareciera una mentira prolongada en el tiempo.