Durante los días 7 y 8 de julio de 2017 se realizó la cumbre del G-20 (Grupo de los 20). Este grupo reúne a los países más industrializados del mundo, que incluye a tres latinoamericanos: Argentina, Brasil y México. La sede de esta cumbre en esta ocasión fue la ciudad de Hamburgo, situada al norte de Alemania, la cual cuenta aproximadamente con una población de 1,8 millones de habitantes.
Más allá de las discusiones y conclusiones a las que se llegó en esta cumbre, relacionadas con el futuro de la economía mundial, está el hecho resaltante de la violencia que grupos anticapitalistas y antiglobalización desataron en Hamburgo durante estos dos días, como una demostración simbólica de las corrientes políticas y de opinión que en todo el mundo se resisten a lo que se considera como el avasallamiento del capital.
Aun cuando las autoridades alemanas, y las de Hamburgo en particular, esperaban manifestaciones violentas contra la cumbre del G-20, los hechos superaron a las expectativas. Activistas violentos arremetieron contra todo lo que consiguieron a su paso. Supermercados, tiendas de ropa, droguerías, restaurantes, cajeros automáticos, etc, fueron presa de la ira incontenible de los violentistas. La situación llegó a tal punto, que 20 mil agentes policiales tuvieron que ser desplegados en Hamburgo, de los cuales por lo menos 300 resultaron heridos.
Ya de regreso en sus palacios de gobierno, los diferentes líderes de los países industrializados retomarán sus labores. Cada uno en su contexto específico tendrá que lidiar con la violencia en sus diferentes formas, bien sea ejerciéndola contra grupos organizados o espontáneos que se oponen a sus políticas, o bien en respuesta a la violencia que estos últimos hayan emprendido. Lo cierto de todo, es que la violencia parece ser el signo de estos tiempos, sea física, psicológica, comunicacional, jurídica, económica, o de cualquier otro tipo. El objetivo final es imponerse sobre el otro, someterlo.
