Los oligarcas rusos, Putin y el engaño de los lentes del siglo XX

Leyendo algunos mensajes en las redes sociales y opiniones expresadas por algunos conocidos, confirmamos que es un grave error mirar este siglo con los lentes del pasado, sobre todo con los de la Guerra Fría de entre 1945 y 1990. El error más frecuente en esas opiniones en torno a la guerra Ucrania/Rusia (o la invasión de la segunda a la primera), es asumir que Rusia es la Unión Soviética, de lo cual se infiere a) se trata de un conflicto entre sistemas socioeconómicos diferentes, digamos socialismo y capitalismo, b) ser de izquierda implica, necesariamente, ponerse del lado de Rusia, c) hay que alinearse con el enemigo de mi enemigo, pero con un entusiasmo digno de la mejor de las causas. Una vez polarizada la discusión, se tranca la posibilidad de ver los hechos tal y como son. La cosa empeora, si además se trata de defender la política del gobierno (o de la oposición) sobre la mentada guerra. Lo que pudiera ser esperanzador (sólo hasta cierto punto; ya sabemos que no hay peor ciego…), es que esas tomas de posición se deben a ignorancia pura y simple. De modo que se impone la tarea de echar ciertos cuentos poco conocidos.

Empecemos por la caracterización social, económica y política de Rusia. Se dice que se sabe que Rusia no es la URSS ni es socialista. Se dice que se sabe, pero no se termina de aceptar, tal vez porque que no se conoce cómo llegó a ser el capitalismo (de los más salvajes del mundo) el sistema socioeconómico de ese inmenso país eurasiático.

Lo primero que hay que establecer es que ese fue un proceso guiado por el FMI y demás organismos financieros del capitalismo global. Y de una manera ortodoxa, rígida, fundamentalista, dentro del neoliberalismo, como cuestionó incluso uno de los economistas empleados de importancia del Fondo Monetario Internacional, el Premio Nóbel, Joseph Stiglitz. Resulta que el FMI le indicó al gobierno de Boris Yeltsin, surgido del derrocamiento (sí, derrocamiento; no simple derrumbe) del Partido Comunista y la eliminación de la Unión Soviética, una privatización rápida, un atajo hacia el capitalismo salvaje y, para ello, un tratamiento de "shock".

Según Stiglitz; el primer paso fue la liberalización instantánea de precios, que desató una inflación que liquidó los ahorros y situó la cuestión de la macroestabilidad en el primer lugar de la agenda. De aquí en adelante las políticas centrales del modelo fueron estabilización, liberalización y privatización, con el agravante de que el proceso se inició sin ningún marco regulatorio, lo que confluyó en una situación de corrupción endémica. Uno de los mecanismos de esta "privatización forzada", además de subastas amañadas, fueron las deudas masivas del Estado con bancos privados (encabezados por sujetos que hasta hacía poco eran dirigentes del PC y de la KGB, por cierto, de donde salió Putin), con la garantía de las acciones de las grandes empresas que fueron soviéticas. En seguida, las deudas se hicieron impagables y los bancos se quedaron con las empresas. De un día para el otro, los amigotes de Yeltsin se hicieron inmensamente ricos.

Esta rebatiña entre los bandidos, provocó un enfrentamiento entre la Duma (el parlamento ruso) y el presidente, que se resolvió cuando el segundo envió unos tanques a que apuntaran el edificio legislativo hacia 1993. Pero la economía rusa sufrió una debacle: los supermillonarios, los nuevos oligarcas, sacaron sus recursos del país, saquearon algunas empresas (por ejemplo, la Rosneft) y se produjo una crisis monetaria en 1998, que llevó a Yeltsin a solicitar unos megapréstamos al FMI. Esos reales (más de 22 mil millones de dólares…algo incomprensible para un limpio como yo), claro, fueron a parar pronto a los caudales de los oligarcas en sus cuentas en Suiza y demás. Fue en medio de este desastre que Yeltsin mandó a llamar a un formalito ex agente de la KGB, que había ayudado a su amigo (de Yeltsin y suyo, de Putin), el alcalde de San Petersburgo (antes llamada Leningrado), a convertir a esa ciudad en otra las Vegas pero hablando ruso, con casinos, prostíbulos, mafias y demás. Pero esa es otra historia.

Volvamos por ahora a la Rusia de los nuevos oligarcas. Como decíamos, todos fueron funcionarios del Partido Comunista y su brazo represivo político, la KGB. Cuando Yeltsin, ya viejo, enfermo y alcohólico (algo así como Lusinchi, pero mucho más poderoso), con varios ataques al corazón encima, designa como su sucesor a Vladimir Putin (sí, Putin fue el sucesor designado por este sinvergüenza), los oligarcas tenían tanto poder que tuvieron ciertos roces con el nuevo presidente a partir de 2000. Algunos sucumbieron a investigaciones sobre corrupción (de las cuales se salvaron los amigos de Putin, claro); pero otros se subieron al carro del nuevo jerarca, convirtiéndolo en el nuevo pran de los oligarcas rusos. Este se hizo popular (era menos conocido que otros políticos del momento; le bastaba el padrinazgo de Yeltsin) con una guerra sangrienta, la de Chechenia, que empezó a hacer demagogia con el herido nacionalismo ruso (de gran potencia, no de país neocolonial ¡ojo!) que aspira reconstruir el poderío del imperio, con Iglesia Ortodoxa junto a él y todas las tradiciones de grandeza que elogia su ideólogo oficial, Alexander Dugin. Ya le he dedicado algunas páginas a este último personaje. En fin, un agitador del chovinismo ruso bicolor: rojo y pardo (pardo de fascismo).

Pero lo más interesante son los paralelismos que pueden establecerse. Uno, es con el propio Maduro: luego de dar un viraje a la política de corte keynesiano-populista de su padrino Chávez, a partir de 2019, le dio rienda suelta a un paquete de ajustes macroeconómicos que ni mandado a hacer por el FMI: dolarización de facto, liberalización de los precios, mirada para otro lado ante el saqueo de las grandes empresas básicas, contrabando de combustible, extinción de los derechos laborales, caída del salario para disponer de una fuerza de trabajo extremadamente barata, y leyes que estimulan la inversión extranjera y la privatización en la explotación de nuestras riquezas minerales con una opacidad envidiable para Yeltsin (Ley Antibloqueo, de estímulo a las inversiones, etc.). Y hace poco anunció la venta de acciones de varias empresas del Estado. Por supuesto, esto se parece muchísimo a lo que hizo Yeltsin y continuó Putin.

El otro paralelismo, que da para otros artículos futuros, es el de Ortega y Yeltsin, a partir de 1990. Por supuesto, hablo de la famosa "piñata" que determinó, mediante un manejo legal, que la propiedad de bienes expropiados a Somoza, pasara a la familia Ortega y allegados, y ocasionara una grave crisis moral y política del FSLN, que determinó la salida de importantes cuadros de la lucha antidictatorial, desde Sergio Ramírez, hasta Ernesto Cardenal, Dora María Téllez, Mejía Godoy y muchos más memorables dirigentes sandinistas.

Estos procesos lamentables, tristes, profundamente decepcionantes, son parte de las cosas que hacen muy diferentes los siglos XX y XXI, y que hace imposible aplicar los esquemas de la Guerra Fría de la centuria pasada en la actualidad. El tema da para mucho más. Por ahora lo dejaremos hasta aquí, no sin asentar que Putin brotó de ese saqueo de la economía rusa de los noventa y que representa un capitalismo de lo más salvaje, con un discurso de gran potencia que busca enganchar desprevenidos con el lema de un "nuevo orden mundial". En fin, se trata de un tipo belicoso (recordar la guerra de Chechenia) que quiere restaurar un poderío perdido. Y esa guerra no es más que otro conflicto interimperialista, como los que analizaba el amigo Lenin allá, a principios del siglo XX.

 



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Jesús Puerta


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