El cambio climático como negocio

El llamado cambio climático es una realidad tan evidente y difundida que no precisaría entrar en más disertaciones, dado que los medios ya se ocupan cumplidamente del asunto, únicamente cabe incidir en la gravedad de la situación. Al margen de lo dicho, poco hay que añadir al respecto, salvo lo de que está revolucionando la marcha normal de la naturaleza viva en cuanto atañe a hombres, animales y plantas, de lo que no es exclusivamente responsable la actividad humana. También, habría que considerar que los cambios climáticos debieron ser una constante desde que la pelota azul cobró presencia en el caos del universo, y este último cambio, más llamativo por mor de la comunicación global, no puede considerarse novedoso. Ahora, lo que llama la atención es la rapidez con la que acontece y sus consecuencias, que se evidencian con huracanes, lluvias torrenciales, calentamiento del mar, calor asfixiante, sequías, deshielo polar y otras irregularidades climáticas. Sin embargo, pudiera ser la manifestación de un proceso natural que tiene como eje central la actividad del conocido como astro rey, que ha entrado en fase de sobrecalentamiento cíclico del que, desde aquí, se aprecian claramente sus efectos, sin necesidad de ser experto en la materia. Todo lo demás con lo que se acompaña el tema, salvo lo que cuenta con el aval científico neutral, no es más que publicidad comercial y propaganda política dirigidas a promocionar unos y otros intereses, pero sin aportar soluciones realistas, porque escasean. Hablando llanamente, si se trata de buscar remedios eficaces, parece que no hay ninguno; salvo la inocente pretensión de colocar una enorme tela sombreadora en torno al planeta y esperar que con ella sus pobladores no se derritan.

Instituciones y Estados tratan de encontrar remedios a su alcance para aliviar los efectos perceptibles del cambio climático, casi siempre alineándolos con la realidad mercantil del momento. Por ejemplo, nuevas ocurrencias para paliar lo que unos entienden como problema y otros como medio para alimentar el negocio, tales como plantear el tema de los gases de efecto invernadero conforme al pago de peajes, sustituir la energía de los combustibles fósiles por la electricidad para ampliar el negocio, destruir presas para que el agua se vaya directamente al mar, proteger acuíferos para que beban las aves mientras los hombres se mueren de sed, dar cuerda a lo verde, en tanto que se incendia intencionadamente el arbolado y arrasa la fauna, o proyectos similares. En definitiva, con falta de efectividad o simple sentido comercial, se pretende solucionar el insoluble problema del calentamiento global, del llamado efecto invernadero y del incierto futuro del planeta, ante el entusiasmo de las masas, que asumen como válida cualquier ocurrencia diseñada por la mercadotecnia, ya sea económica o política. Pese a su endeblez en cuanto al fondo del asunto, a efectos prácticos, menos es nada, si no faltan las buenas intenciones. Lo más apreciable de tales soluciones, algunas al margen del cambio climático, es que los beneficiados, generalmente los pobladores de las sociedades ricas, se nutren de alimentos hoy más sanos, aunque contaminados con productos de última generación, respiran aire menos cargado, pero igualmente afectado con nuevos venenos, y algunos disfrutan de urbes inteligentes, repletas de ondas nocivas de todo tipo, e inundadas de numerosos artilugios de tracción a batería que estrechan el cerco al viandante.

Volviendo a lo inmediato y a lo más evidente, es que, al margen de los científicos, que dicen estar muy enterados del tema, y de las diversas opiniones de los de a pie, quienes realmente entienden lo del cambio climático son los dedicados a explotarlo como negocio mercantil. Con independencia de los fenómenos derivados de la abrupta actividad solar, los del mundo del dinero y sus empleados hacen su agosto todo el año a su costa. A la vista, el problema se canaliza como un negocio más, explotado en última instancia por el gran capital. El que se empeña en culpar al hombre de los efectos adversos que se aprecian, cuando quien ha calentado el ambiente durante años han sido sus fábricas y sus productos de progreso mercantil. Ahora, la realidad del mercado viene a poner sobre el tapete que, como el potencial económico del viejo material contaminante está agotándose, no queda otra que renovarlo para sacar beneficios de los nuevos productos que la tecnología está obligada a poner en escena, por lo que hay que aprovechar para utilizar con tales fines el cambio climático. Hay que tener en cuenta que el capitalismo exige la permanente innovación de su material productivo para mantenerse en forma. De ahí el proyecto para poner fin a los combustibles fósiles y similares reemplazándolos por otros, siempre que estén situados dentro del círculo del negocio mercantil. Lo sustancial para el mundo del dinero es vender a toda costa, explotando cualquier opción que aparezca en escena. Asumida la paternidad del negocio climático, colaboradores incansables de la novedosa actividad productiva son los medios de difusión, encargados de vender en términos publicitarios cualquier acontecimiento que deba ser noticia, dispuestos a concienciar a las gentes de las bondades tecnológicas y de las buenas intenciones de estos nuevos redentores mercantiles de la salud de la tierra. Para entenderlo, no hay que olvidar que, en gran medida, no dejan de ser empresas capitalistas que están al reparto de los beneficios del negocio. También cumplen con su papel esos otros personajes que se despliegan de cuando en cuando para llamar la atención, tanto sobre el cambio climático como de su presencia como organización, amparándose en proclamas antisistema, probablemente financiadas por el propio sistema.

Derivado el problema del cambio climático en la dirección del negocio, se aprecia el avance del proceso de sensibilización de las personas sobre el tema, quienes asumen un excesivo sentimiento de culpa. Para aliviarlo, los afectados se dedican a cumplir activamente con su función consumista y compran los últimos productos de casi todo, siempre que lleven la etiqueta de material diseñado para salvar el planeta. De esta manera tan comercial, acaso se pretenda poner remedio al cambio climático.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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