Honduras y los dos bandos: la oligarquía y el pueblo

Estamos viviendo días aciagos en América Latina tras el golpe de estado en Honduras. Se ha develado, una vez más, y cuando parecía que no volvería a resurgir, el fantasma del zarpazo de la oligarquía, que disfrazada entre las bambalinas de la política, nunca ha creído ni practicado la verdadera democracia. Ya se sabe que todos los componentes de la misma, grupos políticos inveterados, apapipios de la cúpula militar, clase ricachona voraz y egoísta, clero reaccionario y parásito, no creen más que en sus propios intereses y en el modelo de dictadura política que han mantenido vigente desde la fundación de nuestras repúblicas. Por eso, cuando se les escapa de las manos el poder, y el presidente ni se somete ni se vende, y el pueblo ocupa su verdadero lugar, como le corresponde en un régimen democrático, empiezan a tramar sus traiciones apelando a cuantos resortes espurios crean que pueden facilitarles recuperar el terreno perdido.

He ahí en Honduras los dos bandos de la vida política de nuestros pueblos. Decía Martí que “los hombres van en dos bandos: los que aman y construyen y los que odian y destruyen”. Quienes han visto las imágenes de los acontecimientos en Honduras los puede reconocer fácilmente. La oligarquía, escondida tras las bayonetas, pretende imponerse por la fuerza bruta, cuando no lo puede alcanzar por el engaño al pueblo.

Así se ha mostrado la oligarquía hondureña: confabulada toda la clase política, empresarial, judicial, militar y clerical, inventando subterfugios y falsedades para defender a ultranza sus intereses egoístas y reaccionarios; dispuesta a quebrantar cuantos principios nacionales e internacionales se interpongan a sus intenciones ambiciosas de poder y explotación; desconocedora e insensible a los verdaderos sentimientos y aspiraciones del pueblo, de los sectores mayoritarios y necesitados del país; brutal a la hora de actuar, con falta de respeto a la Constitución, a las leyes, a los principios, a las formalidades y esencias de la actuación gubernamental, y desplegando las fuerzas represivas de las botas castrenses; ausencia total de ética, capaces de mentir en todos los terrenos, incluso en forma burda y tonta, como fue presentar una carta apócrifa de la supuesta renuncia del Presidente Zelaya. ¡Qué clase de payazos serían, si no fueran además unos traidores y criminales, a los cuales no se les puede reír la ridiculez, y sí castigar ejemplarmente!

La historia de esta clase engreída y fatalmente peligrosa, viene de siglos, y allí existe una mezcolanza de intereses creados entre la burguesía nacional y extranjera. Hace 105 años, el ojo avizor de José Martí, nos la pintaba de esta forma, comentando la realidad de Honduras:

“De tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras y por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingües que en su tierra les escasean o se les cierra. (…), pero con el pretexto del trabajo, y la simpatía del americanismo, no han de venir a sentársenos sobre la tierra, sin dinero en la bolsa ni amistad en el corazón, los buscavidas y los ladrones”.  

En estos momentos los golpistas están acorralados internacionalmente. Se ha visto un rechazo como nunca antes, y las medidas concretas deben hacer colapsar prontamente a la levantisca actitud traicionera de los militares y políticos reaccionarios.

Hoy la lucha continúa a nivel internacional. Dentro de Honduras debe continuar el enfrentamiento del pueblo contra esa oligarquía rapaz. Zelaya regresará a su país, y esperamos que la marcha democrática de la política hondureña continúe su curso. Lo que mañana ocurra en Honduras debe servir para que nunca más las botas militares pretendan ahogan las ansias de justicia de nuestros pueblos. Hay que sepultar definitivamente a las tiranías y a las oligarquías capaces de ejercerlas.


wilkie@sierra.scu.sld.cu




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Wilkie Delgado Correa


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