Pero empecemos por el principio y detengámonos en el programa de rescate para la banca norteamericana, y especialmente, pongamos atención a cuáles han sido los objetivos de su filosofía. Aunque nos disguste profundamente, este plan parece que hubiera sido concebido para beneficiar selectivamente a las principales multinacionales bancarias de Estados Unidos, mucho más que para sanear al sistema.
Y es lógico que así haya sido, más si nos ponemos a pensar que los funcionarios que diseñaron este plan, tanto en la Administración Bush como en la Obama, en la mayoría de los casos, también han sido ejecutivos de alguna de estas compañías y están imbuidos hasta los tuétanos de la sustancia que ha hecho crecer y desarrollarse a estos gigantes con pies de barro.
Lo ocurrido en este último año lo confirma en forma contundente.
En primer lugar, el grueso de la incalculable ayuda que la Reserva Federal destinó a este salvataje, se concentró en las corporaciones financieras de primer nivel, que a su vez eran las más comprometidas, pero a las que, de “ningún modo”, se podían dejar caer (Citigroup, Bank of América, JP Morgan y Goldman Sachs por citar a las más importantes). A pesar del sigilo con que se ha querido ocultar los montos de estas ayudas, se estima que han rondado los 50 mil millones de dólares para alguna de estas instituciones.
Pero por si esto fuera poco, el Gobierno Federal dio ayuda extra otorgando rebajas fiscales a estos “lideres del negocio financiero” para que adquirieran a otras instituciones importantes que estuvieran al borde de la quiebra. Los casos más notorios son la compra a precio de remate de Bear Stearns y de Washington Mutual por parte de JP Morgan, y de Merrill Lynch por parte de Bank of America. Obviamente que estas fusiones tan rentables para estos “primeros bancos” no han sido hechas con efectivo de sus propias cajas que estaban completamente vacías, sino con los generosos dineros de los contribuyentes, y con saldos financiados con la utilización de garantías muy especiales que la FED ha debido aceptar para que estos grandes negocios se concretaran. Esto ha llevado a Bank of America del cuarto o quinto lugar hasta el primero de la banca norteamericana, y a JP Morgan al segundo. Vaya ascenso vertiginoso para estos bancos que hace poco más de un año estaban casi quebrados, y que ahora se dan el lujo de concentrar mucho más poder y volumen de negocios que nunca.
Pero, lamentablemente, la Reserva Federal no ha sido igual de generosa con los más de 100 pequeños bancos locales o regionales norteamericanos a los que se les ha negado la ayuda necesaria y han ido a la quiebra. Pequeños bancos que, en algunos casos, eran el sostén crediticio de actividades productivas y comerciales de pequeño o mediano porte con base territorial, y por ende, cumplían con lo que debería ser la verdadera esencia del negocio financiero: asistir a la producción y al comercio y con ello promover al trabajo, que es la única forma de producir la verdadera riqueza, y ante todo, la riqueza digna. Sin embargo, estos pequeños bancos no han podido ser asistidos y han quebrado, mientras que las grandes corporaciones tienen dinero del Estado de sobra para que los reyes del negocio financiero artificial sigan jugando sus cartas de capital ficticio, haciendo inversiones especulativas de alto riesgo a cualquier precio.
La segunda crisis al acecho.
Pero, si alguien pone en duda lo que afirmamos anteriormente, tan sólo pongámonos a pensar cuánto se ha depurado al sistema de los males que lo han llevado a la presente crisis.
Empecemos, entonces, por los llamados activos basura, enormes cifras que figuran en los balances de estas grandes corporaciones, que inflan su patrimonio, pero que en realidad representan “valores” incobrables (las tantas veces mencionadas carteras de papeles tóxicos). Es que a pesar de la enorme ayuda que el Estado Norteamericano ha brindado para este rescate, sólo una ínfima parte de estos activos basura ha sido saneada (U$S 0,8 billones únicamente). Se estima que aún existen carteras de este tipo por unos 62 billones de dólares en toda la banca mundial, y buena parte de ella, en la de Estados Unidos. Esto significa que las “grandes finanzas” siguen paradas sobre un polvorín dispuesto a estallar nuevamente en cualquier momento. Es así de sencillo.
Aunque aquí no termina todo: en el último año han sido muchas las fuentes que han señalado que los bancos continúan realizando inversiones especulativas de alto riesgo, pero ahora utilizando los dineros de los contribuyentes. Por supuesto que, como lo han hecho desde siempre –y mucho más ahora--, esto se encubre tras una fina ingeniería de vericuetos contables y de relaciones comerciales “especiales” que se mantienen con alguna de sus subsidiarias en los paraísos fiscales.
Los paraísos fiscales en el entramado financiero global.
Y he aquí uno de los puntos cruciales de todo este asunto. Con mucha frecuencia sentimos hablar de algunas islas del Caribe (aunque hay unos cuantos lugares más en el Mundo que cumplen igual función) como centros de evasión impositiva, o de blanqueo del dinero del tráfico de drogas o de armas o de otras maniobras ilícitas.
Obviamente
que esto es así. Nadie lo duda. Pero aparte de todo esto, los paraísos
fiscales han sido una pieza fundamental que ha encajado a la perfección
dentro del andamiaje del negocio financiero globalizado. Han sido el
paso adelante que necesitaban dar algunos banqueros para llevar hasta
el último extremo la fuerte desregulación que sus negocios han gozado
durante la última década en el primer mundo. Y vaya si lo han
conseguido
Empecemos
por lo más obvio: la evasión fiscal y el fraude. Las grandes
corporaciones financieras suelen ofrecer “productos muy atractivos” de
sus filiales en estos lugares (donde el secreto bancario es regla de
oro, no existe ningún tipo de regulación, y las franquicias impositivas
son la norma), para “transferir” cuantiosos fondos de las casas
matrices. Esto no sólo es hecho para eludir imposiciones tributarias,
sino para evitar los mínimos controles que la autoridad monetaria
debería realizar y más que nada, para no inmovilizar reservas o
encajes, a los que sí estarían obligados en su país de origen.
Pero además, esta ha sido la forma más utilizada para apropiarse de los dineros ajenos, como ha quedado demostrado que ha pasado en el último año y poco. Ahí tenemos el caso de muchos de los “hedge funds” (fondos de alto riesgo) que fueron utilizados con total discrecionalidad durante el boom de la burbuja inmobiliaria, atrayendo hacia ellos a muchos inversores por los exagerados “réditos” que ofrecían en comparación con otros derivados financieros. Dos de los más grandes de estos fondos, que quebraron apenas estalló la crisis en septiembre de 2008, pertenecían a Bear Stearns, (que por entonces estaba calificado como el quinto banco de inversión de todo el mundo) y de ellos no se pudo recuperar más que el aire y una dirección postal en las Islas Caimán desde donde “funcionaban”. Ni más ni menos que ha sido así: estos famosos “instrumentos financieros de primer nivel” y un apartado postal en un paraíso fiscal, bastaron para desviar cientos y cientos de millones de dólares, y esquilmar al ahorro y a la buena fe de muchos honestos ciudadanos que confiaban ciegamente en sus agentes de inversión y en el majestuoso mundo de las finanzas.
Y jugando un poco con las palabras: más que una casilla postal en las Islas Caimán, en realidad, toda una postal que revela la quintaesencia del sistema financiero global que nos rige y del modelo capitalista que le da su seno.
Aunque, aquí no terminan los beneficios extras que han encontrado las grandes finanzas a nivel global en la utilización de estas sociedades instrumentales de banca offshore. Hay más aún.
Las grandes fusiones apalancadas.
Como bien sabemos, una de las consecuencias primordiales que la tan mentada globalización ha traído consigo ha sido la integración vertical de las distintas actividades de un mismo sector económico a nivel mundial. También es notoria la absorción de los principales competidores por parte de empresas líderes de modo que el “libre mercado” siga floreciendo cada vez más a nivel mundial. Todas las multinacionales más importantes lo vienen haciendo con fusiones, adquisiciones y asociaciones de las distintas empresas vinculadas a su interés en el lugar donde más convenga. Es más, todos solemos asombrarnos del furor que esto viene tomado en los últimos tiempos, ya sea por lo vertiginoso de estas adquisiciones, como por las cifras siderales que se manejan en estos acuerdos. Y es aquí donde también aparecen los paraísos fiscales dentro de la ingeniería de las grandes corporaciones financieras, en lo que se conoce como “apalancar un negocio”. Estas compras que cuestan miles de millones de dólares en muchos casos, se concretan con el respaldo de alguna casa matriz bancaria del primer mundo, aunque en realidad se hace intervenir a una filial en el paraíso fiscal. Obviamente, a esto se agrega el apoyo por demás optimista de las calificadoras de riesgo (que como tantas otras veces hacen la vista gorda acerca de estos pequeños detalles), y la operación en un alto porcentaje se “financia” con papeles emitidos por estas entidades offshore manejadas desde Wall Street o la City. La casa matriz, además de embolsar cuantiosos honorarios por la intermediación, empuja y mucho para que estos grandes negocios se concreten y con ello se infle el valor de las acciones de la “fusionada” hasta que en algún momento, como hemos visto tantas veces, caigan estrepitosamente.
La fiesta que no se acaba.
Como
queda claro, nada de lo anterior ha cambiado a pesar de la ayuda
estatal y de las quiebras. Lo extraño es que estos grandes financistas,
que se creen muy inteligentes, y siempre dicen estar un paso más
adelante de todos, no se hayan dado cuenta de que al menos deberían
haber guardado cierto recato, e incluso, hubiera sido
muy sensato dar una imagen de resignación y de austeridad ante los
daños que sus acciones le han ocasionado a tantos.
Lamentablemente no ha sido así, sino todo lo contrario.
El primer ejecutivo en caer apenas desatada la crisis, Stanley O’Neal de Merrill Lynch, luego de renunciar porque la compañía que dirigía había perdido 8.000 millones de dólares, recibió una pequeña compensación de U$S 161 millones por su gran desempeño. Y el Bank of America, que obtuvo 45.000 millones de dólares en ayuda del Gobierno y sustanciales rebajas fiscales para hacerse cargo de esta compañía, pagó con los dineros públicos 3.600 millones de dólares en bonos a gerentes de la empresa quebrada. Mientras tanto, el Citigroup intentaba pagar U$S 100 millones al corredor de una de sus más importantes subsidiarias, también con fondos de los contribuyentes. Y el J.P.Morgan manifestaba que no iba a suspender la compra de dos jets y un hangar de lujo por 138 millones de dólares, eso sí, con efectivo provisto por el Departamento del Tesoro.
Todo esto ha sublevado los ánimos de muchos, en especial los ánimos de millones de norteamericanos que se han quedado sin trabajo, que han perdido sus ahorros o abandonado sus casas por no poder pagar las hipotecas, y más que nada, porque para ellos el futuro no deja de ser sombrío y siguen sin ver la luz al final del túnel (como tantos optimistas de Wall Street y del Gobierno no se cansan de anunciar, una y otra vez, que ya está llegando).
Las regulaciones que no se concretan.
Y para evitar que estos males vuelvan a ocurrir, Obama “el progresista”, ha designado a gente muy capacitada y muy conocedora del gran mundo de las finanzas. Lástima que estén tan vinculadas a Wall Street y a la feroz desregulación de la última década.
Comencemos por esto último. El actual director del Consejo Nacional Económico, Lawrence Summers, inició su carrera en los cargos públicos siendo Economista en Jefe del Banco Mundial y luego ocupando otros puestos dentro de la administración Clinton hasta llegar a ser su Ministro de Finanzas en el último tramo de su gestión. Estando al frente del Departamento del Tesoro a principios de los 90, le tocó salir al rescate de México y Rusia que enfrentaban severas crisis económicas. De esta época es su muy recordada “sugerencia” (que iba indisolublemente ligada a la ayuda que le estaba brindando a estas naciones Estados Unidos y los organismos internacionales) de que debían tomar las mismas “tres acciones” que eran los pilares de la Administración Clinton según sus propias palabras: “privatización, estabilización y liberalización”. Obviamente que cuando un ex jerarca del Banco Mundial habla de estabilización, en realidad se refiere a los duros ajustes fiscales que han debido soportar tantas naciones subdesarrolladas a cambio de la “ayuda” recibida. Pero más allá de esto, esta es una frase que lo pinta de cuerpo entero.
Aunque, en realidad, es mucho más recordado por ser el artífice del resurgimiento de la “banca de inversión” al promover como Secretario del Tesoro la derogación de la ley que la había prohibido luego de la crisis del 29, por ser considerada entonces como la gran causante del crack de aquellos años. Ante estos hechos Summers dijo que la eliminación de las restricciones que imponía aquella vieja ley de 1933, permitía actualizar las reglas que regían a los servicios financieros y adaptarlos a las necesidades del siglo XXI. Aunque, a fuerza de ser sinceros, no se adaptaron las reglas a las nuevas necesidades, lisa y llanamente, se las hicieron desaparecer por completo.
El propio Obama citó a este hecho como una de las causantes de la debacle financiera norteamericana de 2008.
Así y todo, con estos antecedentes, y en contra de lo dicho por el propio Obama, este buen señor, fue designado como uno de los principales asesores del Gobierno de Estados Unidos para establecer un nuevo orden financiero. De no creer.
Ahora, nos falta la frutilla de la torta: el actual Secretario del Tesoro Timothy Geithner, un ex ejecutivo del Citigroup que ha sido duramente criticado por haber actuado con favoritismo cuando era el Presidente de la Reserva Federal de Nueva York. Allí estuvo a cargo de administrar, “en el lugar de los hechos”, el primer paquete de ayuda que la Administración Bush dispuso apenas desatada la crisis (a Lehman Brothers se la dejó caer sin miramientos, mientras que luego, este mismo jerarca, haría ingentes esfuerzos por salvar a otras instituciones en iguales o peores condiciones que la citada). Tampoco pudo escapar a la condena generalizada de que hubiera permitido que se pagaran con dinero de los contribuyentes los cuantiosos bonos que antes detallábamos, y que no hiciera nada para evitar el despilfarro que muchos creen que están llevando a cabo las compañías financieras con la ayuda estatal.
Pero también ha sido alguno de los propios colegas del actual Gobierno quien ha puesto en tela de juicio la falta de transparencia de su gestión. Esto ha ocurrido al nombrar como consejeros privados (para que lo asesoren en el Ministerio de Finanzas) a ejecutivos salidos directamente de las empresas que se deben regular y para lo cual, tampoco, ha pedido el consentimiento del Congreso. Como diría Paul Volcker en declaraciones recientes sobre este particular: “que se rodee de consejeros informales (sin el apoyo del Congreso) y que todavía provengan del núcleo duro de Wall Street, es algo que no debería pasar.”
Si estos son los hombres encargados de formular la tan esperada regulación que acabe con todos los excesos del negocio financiero, estamos convencidos de que ésta nunca va a llegar.
En definitiva, sin un rescate que haya limpiado de papeles tóxicos a la gran banca, y con reguladores que pareciera que estuvieran jugados a que todo siga casi como está con muy leves retoques, la inminencia de una segunda crisis es inexorable.
Y lamentablemente, todo indica que el Mundo continuará padeciendo a este sistema financiero por mucho tiempo más, a pesar de la crisis, o de las crisis. Pero no pongamos la carreta delante de los bueyes: mal que nos pese, mientras no logremos destronar al capitalismo rampante y desvastador que nos rige “urbi et orbi”, todo va seguir igual o peor, incluido este orden financiero que es su mejor síntesis.
Esperemos que no sea muy tarde para cuando lo logremos.