Criticaba Lenin a los ultrosos que pensaban que bastaba matar a los líderes burgueses para que viniera la revolución. Lenin sostenía que inmediatamente esos líderes eran sustituidos por otros, probablemente más agresivos, dadas las circunstancias.
Dicho más estructuralmente: se trata de una función y no de una persona.
La salida de Ravell es un alivio para aquellos que padecían sus métodos de infamia y perfidia, como pocas veces se vio desde Shakespeare para acá. pero no lo sacaron para complacer al gobierno, como andan diciendo él y sus sacristanes de amén, sino para complacerse los dueños del negocio, que descubrieron precisamente eso, que los dueños del negocio eran ellos. Los burgueses son sumamente celosos de sus privilegios y jamás dejan que un capataz se les iguale.
La intriga que marcó la salida de Ravell es toda una comedia humana, como la que narraba Balzac. Traiciones, dobleces, extorsión, contorsión, fementida, chantaje, amenazas, cobro de peaje, trácalas, o sea, capitalismo del más asquerosito.
Ahora bien, esa salida no implica necesariamente un cambio de línea editorial y política. Los días lo dirán, pero mientras tanto a no bajar la guardia y seguir adelante como si nada. Total Cisneros, más racional y frío, entendió temprano que no había fundado empresas para tumbar gobiernos sino para ganar real y que, total, la Revolución Bolivariana no le estaba quitando nada. Como no se le dieron ni el Golpe ni el Paro y vio que no se le darían o que tendría que arriesgar la hacienda sin seguridades de nada, se retiró del juego golpista, por ahora, porque uno nunca sabe lo que pueda hacer mañana o esté pasando debajo del capó porque así son los burgueses.
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