La epidemia mundial, hoy ya pandemia, producida por el nuevo coronavirus ha tenido una difusión abundante, más que inusitada, a través de la prensa internacional y de las redes electrónicas. Este fenómeno informativo no ha ido reduciéndose con el tiempo sino que se ha mantenido e incluso exacerbado. La información y la desinformación han corrido en forma paralela y entremezclada una con otra por el mundo entero. El exceso informativo puede perfectamente ser calificado de propaganda, muchas veces confusa, incompleta y contradictoria y dirigida en varias direcciones y con diferentes propósitos. La generación de miedo parece muchas veces ser su objetivo, miedo que degenera rápidamente en terror. Miedo que es aprovechado en distintas formas para el control de la población, para la generación de xenofobia y para la creación de conductas no necesariamente adecuadas socialmente con miras hacia el futuro.
Los efectos de la epidemia sobre la vida cotidiana de la gente han sido trágicos y más que evidentes en muchos países. El efecto sobre la producción ya se siente en todas partes y ha afectado tanto a los grandes productores desarrollados como a los encargados de generar las materias primas. El uso industrial del petróleo ha caído y con ello su precio en el mercado internacional, lo que en el caso de Venezuela nos coloca en situaciones peores que las vividas hasta este momento. En nuestro caso, además, dado el enfrentamiento a muerte existente entre el gobierno depredador y la oposición extremista transnacionalizada, el escenario es más grave por la contaminación politiquera de todo lo que ocurre. Los primeros, cultivando su demagogia, su autoritarismo y su modo militar de hacer política. Los otros, esperanzados en tener de aliado al coronavirus en el derrocamiento de Maduro.
Por su parte, la gente, los venezolanos, enloquecidos con tantos videos, audios, imágenes, caricaturas, humor negro, consejos de supuestos expertos, programas televisivos, noticieros nacionales y mundiales, sin saber realmente qué hacer se dedican a compras nerviosas de lo que se les ocurra: tapabocas, papel sanitario, alimentos, frutas con vitamina C, enseres de limpieza, preparaciones y geles alcoholados muchas veces inservibles, gasolina, desinfectantes y paremos de contar. Hay quienes ya son capaces de establecer el diagnóstico diferencial entre un paciente con coronavirus y uno con resfriado común. Se los oye dando "conferencias" a sus amigos sobre la materia y sobre cómo proceder. Ni qué hablar de las soluciones mágicas o provenientes del campo de la brujería.
Guaidó y su séquito ya han dicho que no es el gobierno quien tiene la capacidad de enfrentar la epidemia, sino que son ellos quienes disponen de los contactos internacionales para "salvar" a Venezuela de este virus castro comunista. Juegan claramente al desastre. No les importa que los venezolanos se enfermen y mueran, mientras crean que se acercan al cese de la usurpación. Distintos gobiernos han tomado medidas drásticas para contener la expansión de la infección; el nuestro, presidido por Nicolás Maduro aunque no me guste, también ha ido tomando las suyas. Tenemos un gobierno muy malo desde el punto de vista de su eficiencia, entre otros, pero es quien administra el sistema de salud y es el que tenemos. O apostamos a que haga las cosas bien o sucumbiremos ante la epidemia.
Se impone una tregua para enfrentar a un enemigo común: el coronavirus. Este virus infecta por igual a chavecistas, opositores de todos los partidos, apartidistas, independientes y gobernantes de todos los signos. Infecta a venezolanos y extranjeros que vivan en Venezuela, que es donde podemos actuar. ¿Es mucho pedir esta tregua? ¿Es alocado exigir que unamos esfuerzos contra un enemigo común que nos afectará a todos?