Los argumentos o excusas de que Estados Unidos no ha reaccionado con
energía y eficiencia para socorrer a la población de Nueva Orleáns porque
los recursos de la Guardia Nacional están comprometido en la guerra de
Irak, no son serios.
Es evidente que lo ocurrido no se debe a falta de medios, sino a
incapacidad para coordinar su utilización y a graves deficiencias en los
planes de contingencia para catástrofes, que se presumen elaborados y
ensayados por hombres y órganos debidamente entrenados.
Las organizaciones de defensa civil no son dueñas de inmensos almacenes
atestados de todo cuanto se necesita para enfrentar situaciones límite
en las que están envueltas grandes masas de personas, cuya vida debe
ser asegurada. La eficiencia de esas entidades se mide por su capacidad
para coordinador la utilización de las capacidades del país, tanto
privados como públicos.
Es obvio que los recursos necesarios para librar la guerra en Irak y
los que se necesitan en el delta del Mississippi no son los mismos y no
compiten entre si. En Luisiana no hacen falta cañones, tanques, aviones
ni helicópteros de asalto. No se requerían municiones ni fusiles de
asalto.
Todos los expertos coinciden en que en Nueva Orleans las cosas
comenzaron a fallar cuando se ordenó una evacuación por medios propios y a
partir de decisiones individuales de los ciudadanos, que en realidad se
convirtió primero en una huída y luego en una estampida.
Por otra parte, cuando las autoridades locales fueron rebasadas por las
dimensiones de la tragedia y cuando su capacidad de respuesta colapsó,
no apareció la imprescindible intervención de las agencias federales
coordinadas por el gobierno central, en primer lugar, por el presidente
del que se espera el máximo de competencia, autoridad y consagración.
Durante la tragedia y después de ella se echó de menos al ejército, no
sólo a la Guardia Nacional que es una reserva, sino a las tropas
regulares formadas por hombres jóvenes, entrenados, con recursos, mandos y
determinación suficiente para actuar bajo riesgo y que, incluso en las
más adversas circunstancias pueden desplazarse a cualquier punto del país
en breves plazos.
Recuerdo ahora que la guerra de Vietnam se libró durante la Guerra Fría
y que durante ese período, Estados Unidos se involucró en otros muchos
conflictos de menor entidad, incluso internos cuando tuvo que lidiar
con la oposición a la guerra y la lucha por los derechos civiles.
Entonces, cuando regía la doctrina militar de la Destrucción Mutua
Asegurada, el mando militar norteamericano se ufanaba de la capacidad del
país y de sus fuerzas armadas para librar «dos guerras y media». Es
decir, confrontar a la Unión Soviética, sostener el compromiso bélico en
Vietnam y atender cualquier otro conflicto menor.
Bravuconadas aparte, es lógico suponer que un país con la vocación
imperial de Estados Unidos y con sus ínfulas de gendarme mundial, debe
estar respaldadas por una capacidad para actuar de modo simultáneo en
varios teatros de operaciones, cosa que alguna vez hizo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, sin dejar de combatir a los
japoneses en el Pacifico, ni de asistir a Gran Bretaña y colaborar con la Unión
Soviética, Estados Unidos realizó en Normandía un impresionante
desembarco, incluyendo el lanzamiento de 25 000 paracaidistas y recorrió media
Europa al encuentro de las tropas soviéticas.
Otra anécdota ilustrativa de la ahora añorada capacidad logística
norteamericana fue la operación realizada para asistir a Berlín durante el
bloqueo de 1948. En esa oportunidad más de dos millones de residentes de
Berlín Occidental fueron abastecidos de todo lo necesario mediante un
puente aéreo, que involucró a 277. 728 aviones-vuelo que transportaron
2.110.235,5 toneladas de suministros.
En un estadio de Nueva Orleans, desde hace cinco días sólo 23 000
personas sufren, se desesperan y son amenazadas por la muerte. Bastarían
menos e 500 ómnibus para evacuarlos.
La incompetencia mostrada ante los sucesos de Nueva Orleans por la
Agencia Federal para las Catástrofes, el Departamento de Seguridad Interna,
el Alto mando de las fuerzas armadas y sobre todo, por el presidente,
es una mala noticia para el pueblo norteamericano.
Si en su propio territorio, con sus enormes recursos, el conocimiento
del país, el gobierno estadounidense ha sido insolvente para asistir a
un millón de personas en desgracia y aun después de la tragedia se
muestra desconcertado y como inmovilizado, buenas les espera allá en el
otro golfo donde nadie los espera, no los reciben con amor y donde nunca
habrá fuego amigo.