Empezaremos por preguntarnos, ¿Quiénes son los contrarrevolucionarios, la oligarquía fascista y separatista de Santa Cruz o el compañero Evo Morales? Yo lo tengo muy claro, como lo tienen muy claro todos los revolucionarios de Latinoamérica y el mundo que han manifestado su rechazo al referendo, que sin asidero jurídico legal, pretendía seccionar a la hija predilecta del Libertador.
No puedo entender a algunos revolucionarios, que pretendiendo serlos más que nadie, en su empeño por restar en vez de sumar asumen, sin ambages, actitudes claramente contrarrevolucionarias, colocando al presidente de Bolivia como interlocutor complaciente de la sedición.
No se puede sembrar dudas en los revolucionarios porque eso mueve a confusión. Los bandidos separatistas bolivianos no necesitan esa ayuda, ya la tienen y nada menos que de la mayor potencia del mundo.
Entiendo perfectamente que cualquier crítica constructiva es perfectamente admisible y necesaria, así como cualquier pensamiento que disienta de un proceder u opinión, pero no puedo estar de acuerdo con la crítica destructiva de un compañero revolucionario que está fuera de cualquier sospecha, pues se crea un caldo de cultivo en donde un revolucionario sin conciencia política puede hacerle, sin tener conciencia de ello, el juego a la contrarrevolución.
No estamos en los sesenta, cuando el movimiento revolucionario, animados por el triunfo de la revolución cubana, pretendió tomar el poder por la fuerza en contra de cualquier otra consideración política, vivimos en otra época en que las circunstancias políticas obligan a conciliar cuando sea estratégicamente necesario, pues el imperio está al acecho de cualquier error conceptual para sacar provecho de ello. ¿O es que acaso el ejemplo venezolano no sirve para nada? ¿Es tan difícil para un revolucionario con preparación y conciencia política percatarse que cualquier error puede costar el triunfo del proceso aquí, allá o en cualquier país que hoy transita un camino de cambios? Ya es tiempo que comprendamos que no se pueden copiar los dogmas de otras épocas pues estaríamos definitivamente condenados al fracaso. Necesario es inventar pues estamos ante un tablero de ajedrez, donde no gana aquel que tenga mayor bagaje cuantitativo sino aquel que sepa dosificar sus fuerzas y conducir las piezas.
Ponderemos lo que ha sucedido en América Latina en los últimos cinco años y podremos percatarnos que el progreso es notorio y progresivo, tanto y cuando estamos a punto de conformar, entre otros acuerdos y en el estricto sentido semántico de la palabra, una unidad hemisférica que nos hará mas fuertes y respetados ante los ojos del mundo.
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