La economía de Estados Unidos está quebrada y es el epicentro de la peor crisis financiera de la historia. El desempleo se dispara, los latinoamericanos que fueron en busca del sueño americano se regresan con las tablas en la cabeza, decenas de bancos quiebran a diario y centenares de familias pierden sus casas viviendo ahora en la miseria. El ex presidente Bush invirtió más de mil millones de dólares para rescatar el sector privado que generó la crisis, y no sirvió de nada. Obama también invirtió más de 700 millones de dólares y tampoco sirvió de nada. No es absurdo pensar en un estallido social en las grandes ciudades como los Angeles, Nueva York, entre otras. Rabia e impotencia se despierta en miles de pobres que no podrán satisfacer sus necesidades básicas como salud, alimentación y vivienda, porque una elite los estafó. He reiterado en otros escritos el peligro de una rebelión en Estados Unidos, y dada la cantidad de armas en cualquier hogar de esa nación, sumado al contingente de locos que regresan de la guerra, podríamos presenciar una ruptura en la historia “democrática” del imperio. Sin embargo, el mensajito reconciliador que Obama envió al gobierno de Irán, dan señas de que el moreno no es pendejo. Y como la crisis apenas comienza, no debe sorprender que busque negociar con Chávez un intercambio económico como se ha realizado con Cuba. El imperio necesita petróleo, incluso, no se trata de una simple dependencia energética, sino más bien, de la única alternativa política que tienen para palear la crisis. En una ocasión ya Chávez ayudó a los más pobres del Bronx.
En semejante crisis el presidente Chávez, contra todo pronóstico, incrementa el salario mínimo en un 20% además de sostener la inversión pública en la agroindustria, la vivienda y la infraestructura. Obama debe estarse preguntando ¿cómo lo hace?. Muy simple, intercambió la estrategia, ayudó a los más necesitados y descentralizó el poder hacia los ciudadanos, obligando al sector privado a sincerar sus ganancias, cumplir con las leyes que protegen los intereses del colectivo y luchar contra la corrupción y la anarquía en el sector público. Sin embargo, las diferencias entre ambos países son enormes. A Chávez le urge desarrollar un parque industrial, sobre todo en el sector agrícola, en la transformación de la materia prima, eliminar la burocracia y optimizar las empresas de servicio del Estado. No puede hacerlo con la banca privada, así que está obligado a regular el sector bancario y ya anunció las primeras políticas: nacionalización del Banco de Venezuela, centralización de las tesorerías de las entidades financieras públicas y de paso advierte a los banqueros que no tendrán la ayuda del Estado si conspiran contra el gobierno. A diferencia de Estados Unidos, en Venezuela la situación económica de los banqueros no es prioridad, es más, en algunos casos son un estorbo, porque se niegan a dar créditos a la pequeña y mediana industria.
Obama tiene ahora 12,5 millones de personas desempleadas, que no son prioridad para su gobierno, su parque industrial se desmorona y tiene una deuda impagable. Peor aun, su potencial militar para controlar Venezuela a través del Plan Colombia está enlodado en la narco-democracia del vecino país. Y sus principales aliados para infiltrar en tierra venezolana la industria del narcotráfico Colombo-estadounidense, están recibiendo duros golpes electorales y judiciales. Ejemplo de ello es que Manuel Rosales perdió las elecciones presidenciales y ahora le descubrieron hechos de corrupción que pueden llevarlo a la cárcel por varios años. Obama pierde control en Latinoamérica, debe lidiar con la pobreza y la anarquía, como históricamente lo han hecho países del tercer mundo. Estoy seguro, que en el primer encuentro, Obama podría pedir asesoría al presidente Chávez para lograr el cambio prometido a quienes lo eligieron presidente de Estados Unidos.
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