Honduras: el genio se escapó de la botella

Desde 1957, tres años después del derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz el imperio estadounidense, a través de sus agencias el Departamento de Estado y la CIA inició su proyecto de militarizar a Honduras, como ya lo había hecho en años anteriores con Nicaragua mediante la dictadura de sus sonofabitch predilectos: la dinastía de Anastasio Somoza. Se adelantaban así al surgimiento de nuevos movimientos sociales nacionalistas que pudiesen dar al traste con su proyecto de hacer de Centroamérica una sola y gran Banana Republic.

Al igual que el resto de los países centroamericanos, la sociedad hondureña tiene una característica importante: una pequeña oligarquía terrateniente blanca cuyos vástagos, pertenecientes sea al Partido Liberal o al Conservador, controlan fiera y férreamente todos los mecanismos institucionales del poder: el ejército y la policía, los poderes civiles del Estado, la educación, la Iglesia, la economía, los órganos de prensa, en fin, todo. El actual cardenal Maradiaga, por ejemplo, es hijo de un general de la dictadura de Tiburcio Carías. Esta oligarquía ejercía un poder omnímodo sobre una clase media mestiza - buena parte de la cual tiene como meta acceder al american way of life- y una mayoría excluida de mestizos, indios y negros totalmente desprovistos de los medios básicos para reproducir una vida mínimamente aceptable. Sobre esta sociedad tan desigual e injusta se construyó desde finales del siglo XIX un imperio agroindustrial: la United Fruit Co., hoy Chiquita Brands, entre cuyos accionistas se contaban Allen Dulles, antiguo Director de la CIA y John Foster Dulles, antiguo Secretario de Estado bajo la administración del Presidente Eisenhower. Mamita Yunai, como la denominaba la gente del pueblo, era dueña de las mejores tierras agrícolas, de los ferrocarriles, dueña de los gobiernos y de las oligarquías, su iglesia católica y sus ejércitos privados.

Ningún individuo, civil o militar, que no fuese miembro de la oligarquía blanca y servidor sumiso de la Yunai, del gobierno de los Estados Unidos y su ejército local de militares mercenarios, puede aspirar llegar al poder en Honduras. El derrocamiento de la dictadura de Somoza y el triunfo del Frente Sandinista aceleraron la militarización de Honduras y la construcción de la gran base militar de Palmerolas desde la cual facinerosos corruptos como el coronel US Army Oliver North, John Negroponte (Departamento de Estado-CIA) y la mafia cubanoamericana-CIA representada por Otto Reich, armaron la intervención del ejército de la contra en Nicaragua y el proyecto Irán-Contras, destinado a negociar drogas por armas para financiar la lucha contra el proyecto sandinista y controlan la moderna dictadura militar hondureña. En 1981, un sector de la oligarquía terrateniente hondureña propuso oficialmente hacer de Honduras un Estado Libre Asociado de los Estados Unidos, al mismo tiempo que se iniciaba la persecución, el asesinato y la desaparición de todos aquellos sospechosos de ser comunistas o de tener ideas subversivas. Mediante el terror, la oligarquía hondureña y el Imperio lograron sobrenadar crisis revolucionarias como las de Guatemala y El Salvador y derrotar finalmente a la Revolución Sandinista, comenzando a introducir en Honduras el modelo neoliberal apoyado en el monopolio estadounidense de Chiquita Brands, el latifundio y las maquiladoras instaladas en San Pedro Sula, todo ello en directa colaboración con el lobby sionista-neoconservador que controla, vía el financiamiento de las campañas políticas, la elección de todos y cada uno de los senadores y representantes del Congreso de los Estados Unidos y, todavía más, la elección del Presidente y el Vicepresidente de los Estados Unidos. Honduras figura hoy en el puesto 114 del índice mundial de desarrollo humano de las Naciones Unidas, pueblo agobiado por la miseria, el analfabetismo, las enfermedades, el hambre, la explotación, la desigualdad social y el terrorismo policial que ejerce el poder militarizado del ejército de ocupación comandado por los oficiales del Comando Sur de los Estados Unidos, con base en Miami donde se encuentra también el nido de la víbora mafiosa cubano-americana.

Un presidente legítimo que intentara rebelarse contra aquel régimen de injusticia centenaria que oprime su pueblo, como es el caso de Manuel Zelaya, no podía menos que ser considerado traidor a su clase social. Si al mismo tiempo se unieses a la ALBA y tuviese trato personal con el Presidente Hugo Chávez, considerado por la oligarquía, la jerarquía de la iglesia católica y el bloque sionista-neoconservador de Estados Unidos como la encarnación del mismísimo Diablo, tenía que ser derrocado para meter el temor en el alma de otros políticos y del pueblo mismo y evitar que cundiese el mal ejemplo de la democracia participativa (sustituto del viejo mote de comunista). Algo ha fallado, sin embargo, en la política del fascismo hondureño-estadounidense: el pueblo hondureño aprendió que es posible mediante la organización y la movilización política poner en jaque a la dictadura militar del Imperio: el genio se escapó de la botella. Si quisieran los fascistas volver a recluirlo pasivamente en su botella mediática, en sus casas, ya es muy tarde: el tiempo de la revolución social ha llegado a Honduras... para quedarse. El imperio trata y tratará de derrocar otros gobiernos progresistas como el de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Para ello mueven sus títeres de la oposición fascista, como es en nuestro país el caso de Ledezma, Ravell y sus secuaces de los medios, la jerarquía cardenalicia y el obispado de la Iglesia Católica, cavernícolas políticos como Peña Esclusa y los ex generales y ex-almirantes golpistas del 2002.

Ya han movilizado también las celestinas que dirigen la OEA y sus capitostes de la oligarquía costarricense para tratar de desmontar el apoyo unánime de los organismos internacionales al Presidente Zelaya y hacer prevalecer el libreto de la mediación inventada por Doña Hillary para ganar tiempo y consolidar el nuevo régimen dictatorial hondureño. Movilizan también a sus narcosicarios políticos como Álvaro Uribe para tratar de amedrentar a la Revolución Bolivariana, a la Revolución Ciudadana del Ecuador y a la Revolución Boliviana. Pero el poder del imperio se desvanece, su decaimiento se acelera progresivamente con la crisis que sacude el modo de vida capitalista estadounidense, sus derrotas anunciadas en Irak y Afganistán, en Irán, la muerte del dólar como moneda única de cambio. Vemos en cambio como en Bolivia y Venezuela, los índices del crecimiento económico y social se mantienen positivamente. Los sicarios políticos del imperio en Honduras, podrán vencer, por ahora... pero no convencerán, no prevalecerán sobre los movimientos sociales revolucionarios que ven finalmente llegada su hora de ser libres y de construir una sociedad justa.


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Mario Sanoja Obediente

Escritor, antropólogo y docente universitario


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