Es imposible negar que en las recientes elecciones parlamentarias del 26-S el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) lograra la mayoría absoluta de los escaños para la Asamblea Nacional (AN). Sólo un tosco ignorante podría admitir que 98 escaños del PSUV son menores a los 65 escaños alcanzados por la burguesía. Pero para la guerra mediática internacional, plan sabiamente diseñado por el imperialismo y sus capataces de los medios globales de la comunicación, las matemáticas no cuentan. Lo cierto es que la meta “2/3 partes de los escaños de la AN” -necesarias para la aprobación de leyes orgánicas- propuesta por Revolución Bolivariana no pudo ser alcanzada, y ello podría bien interpretarse como una lección, más, no como una “derrota” frente a la burguesía, que muy distinto decir. Tampoco pueden negarse que hubo sorpresas y retrocesos para las fuerzas revolucionarias en algunos Estados del país, mientras que en otros Estados se recuperaron terrenos perdidos. Pero debemos de reconocer para nuestro análisis que, asistimos al juego electoral de la democracia burguesa, y en ese mismo juego –como lo expresó el camarada Manuel Valladares: “ y con sus propias armas los hemos derrotando”. No haber alcanzado las 2/3 partes de la AN y el retroceso en algunos Estados que se creían ganados por la revolución son las razones que nos motiva a generar la reflexión necesaria, de forma que nos permita tomar las medidas correctivas a que tengan lugar.
En estas elecciones, donde no estuvo en medio del debate la figura o continuidad del Comandante Chávez en la dirección del país, un mismo escenario se ha venido ratificando y desarrollando motivado por muchos factores, el mismo que algunos han interpretado como: desgaste, o castigo. Claro está, no nos referimos aquí al supuesto desgaste del Comandante Chávez, o castigo hacia su gestión -tal como la canalla burguesía venezolana ha pretendido hacer creer-, sino nos referimos al desgaste y castigo hacia algunos dirigentes del PSUV por su mal manejo del Estado. El pueblo reconoce la gigantesca tarea que lleva a cuesta el líder de la revolución, pero también sabe que un sólo hombre no puede hacer o mover montañas, tampoco hacer la revolución; el pueblo reconoce que existen algunos dirigentes que entorpecen la labor del Comandante. Nuevamente hoy vuelve a plantearse la aplazada tarea de las 3R (Revisión, Rectificación y Reimpulso). Pero esta vez no deberá limitarse a las políticas económico-sociales; a los programas e ideas que bien han ido marchando y afinándose con las discusiones que se suscitan una vez se plantean, sino, más bien, hacia las personas que dicen acompañar al Comandante Chávez. Muchas veces el pueblo no asocia al dirigente (ministro, diputado, gobernador, alcalde, director o gerente de una empresa del Estado, etc.) con la revolución y el Comandante Chávez. Y en ocasiones es preferible que así suceda para no verse manchada la revolución por las pequeñeces de algunos. Pero hasta cuándo esto puede ser positivo. Las varias elecciones celebradas en 10 años de revolución reflejan que existe ante el pueblo una gran separación entre el líder y la dirigencia (ministros, diputados gobernadores y alcaldes, etc.).
En este articulo nos hemos enfocado en tratar un sólo punto de los diversos que deben ser tomados en cuenta para la reflexión necesaria. Pues, es necesario plantear diferencias entre dos términos que históricamente se han entendido como complementarios, pues la lealtad a una individualidad no necesariamente siempre es lealtad a sus ideas. La lealtad personal no define el nivel de conciencia y compromiso de nadie. Llega el momento en que salen a la luz todas las contradicciones internas y las pequeñeces de algunos personeros comisionados en importantes cargos dentro del Estado salen a relucir. Estos, quienes se sirven del poder para gestionar prebendas en beneficio propio, terminan propinándole un gran daño a la revolución. Son precisamente ellos, los Quintas Columnas, quienes más daño hacen a la revolución y a la imagen del Presidente Chávez; lo que influyen de tal manera en la conciencia del pueblo, y que terminan por desmoralizar y desmovilizar a muchos. La máxima de José Martí que dice“La mejor forma de decir es hacer” es también la mejor forma de conocer a muchos que prefieren callar y no decir lo que verdaderamente sienten y buscan, y con sus practicas en la administración del Estado nos dicen todo.
Nuestra revolución ha padecido de muchas traiciones. Es el karma que sufren todas las revoluciones cuando profundizan sus políticas de cambios y se enfrentan a la clase dominante: los poderosos. El filosofo Jean Paúl Sartre siempre recordaba que la paz celestial en una revolución no existía, y quien la busque debería irse al cielo. La revolución la estamos construyendo con los propios venezolanos. La mala gerencia del Estado y la traición son producto de la vieja cultura política del oportunismo, del sectarismo y del amiguismo arraigado en los tuétanos de algunos dirigentes. Es la herencia de la vieja cultura del egoísmo; la cultura del capitalismo que ha estado presente, o mejor dicho, la anti-cultura que debemos destruir. La administración del Estado no puede seguir siendo dirigida por los amigos “leales”, familiares y grupos sectarios sin conciencia critica y revolucionaria bien probada. La propia dinámica de nuestra revolución, entre otros factores, nos ha impedido apreciar lo imprescindible que es contar con un Partido verdaderamente consolidado e identificado con las ideas socialistas; con una dirección compartida compuesta por Cuadros genuinamente revolucionarios que planteen ideas, propuestas, que tengan iniciativas políticas, que sean reconocidos por el pueblo como insignes dirigentes con cualidades morales y éticas irrebatibles.
Cuando el padre de la Revolución de Octubre, Vladimir Lenin dijo que "la revolución es sólo obra de revolucionarios", lo planteó como una advertencia producto de la experiencia soviética. Lenin insistía en diciendo que la revolución es sólo obra de verdaderos Cuadros revolucionarios, de dirigentes convencidos con las ideas del socialismo, aceptados y apreciados por las masas populares, de la misma manera como lo es el líder de la revolución; que la revolución es sólo obra de una vanguardia capaz de reunir cualidades como: conciencia política crítica, conocimientos técnicos gerenciales, moral y la lealtad al líder de la revolución; que los revolucionarios son aquellos que hacen lo que dicen y no se limitan a decir lo que van hacer; que la revolución sólo puede desarrollarse en la medida que esa vanguardia entienda que debe delegar poderes, construir espacios para la participación efectiva del pueblo y de los trabajadores.
Decía Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios" y también viceversa. Pero cuando se trata propiamente de política y de la dirección del Estado, no debe faltar la conciencia y las habilidades políticas-técnicas del Cuadro. Aquí no se trata de buscar lealtades personales, sino de hacer la revolución. La lealtad es para con las ideas de la revolución.
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