Pocas actitudes tan tristes y mediocres como la del rector del CNE Vicente Díaz. El personaje encaja a la perfección en la frase de San Pablo que he citado otras veces: o frio o caliente, porque tibio lo vomito.
Reconocido, y prácticamente confeso, vocero de la oposición en el organismo electoral, el rector ha decidido jugar el papel de sí pero no en las actuales circunstancias.
Él cree en la limpieza del acto de votación, de la trasmisión de los datos y, por ende, del resultado final de la elección presidencial, pero pide el conteo manual del cien por ciento de los votos “para darle tranquilidad a la población” según sus propias palabras. Y de una vez adelanta que contar manualmente las papeletas no cambiará el resultado obtenido. Vale la pena preguntarse si su aporte a la tranquilidad ciudadana no hubiese sido mucho más significativo si se hubiese ceñido a reafirmar que los resultados son limpios, sin abrir esa puertecita a la sospecha y la duda en que se convirtió su llamado al conteo manual.
El rector sabe, y no tiene empacho en expresarlo frente a lo medios, que el ordenamiento jurídico del país exige que, en caso de cuestionamiento de los resultado electorales, se siga adelante con la proclamación del candidato electo y que, quien no esté de acuerdo con tales resultados, inicie por los canales establecidos en la constitución y las leyes la impugnación del proceso. El rector lo sabe; el rector lo manifiesta públicamente, pero no asiste al acto de proclamación del presidente electo porque no se atendió su solicitud de conteo manual.
Se nota que el rector quiere ser honesto, el rector quiere conservar lo que seguramente se le antoja como su sólida reputación de hombre legalista. Pero el rector no se atreve a negarse frente a quienes le exigen que colabore con el plan desestabilizador decidido, a todas luces, mucho antes del proceso electoral.
Vicente Díaz está obligado a un papel bastante más activo del que hasta ahora ha desempeñado para calmar lo ánimos. Frente a una masa cuya más prolija fuente de desinformación es Twitter, le corresponde explicar con lujo de detalles y reiterándolo hasta donde sea necesario, su convicción de que el tan añorado conteo manual no serviría para cambiar los resultados y se convertiría, simplemente, en una excusa adicional para cantar fraude.
El problema reside en que no le va a resultar fácil a Vicente Díaz difundir ese mensaje, en caso de que estuviese dispuesto a hacerlo, pues ya le cerraron las puertas en Globovisión. Quienes no alcanzaron a verlo en vivo, pueden descargar de internet el video en el cual Leopoldo Castillo, sin más ni más, lo saca del aire en cuanto el rector explica que no hay nada cuestionable en el proceso electoral. A los medias tintas no los quiere nadie. Una cosa es mantener una posición ecuánime y otra intentar sostener simultáneamente dos posturas abiertamente contradictorias entre sí.
Está claro que la dirigencia opositora busca que el nuevo gobierno nazca con un plomo en el ala, porque no otra cosa sería aceptar las exigencias que, sin fundamento legal y constitucional, se le quieren imponer.
Vicente Díaz, por su parte, está suficientemente grandecito para comprender que no se puede estar a distancia equidistante entre la legalidad y la impostura.