El tema del montaje de un Golpe de Estado contra Venezuela sigue ocupándonos. Sus actores, sus métodos y su estilo son objeto de nuestro análisis. Estudiosos de diversas disciplinas y voceros de la política nacional han calificado el intento conspirador como un “golpe frío”, un “golpe en cámara lenta”, “golpe continuado”, “golpe institucional”, en fin sobran las categorizaciones que nos permiten esbozar la premisa de que el Golpe no ha sido desmontado. El fascismo ha perfeccionado sus prácticas. Tras 14 años de observación y ensayos, han asumido posturas bizarras encarnadas en una especie de subversión mediática que, en una sociedad donde aún sobreviven los antivalores e impera la moda hasta para la política, les ha permitido plantear un escenario de frivolización y confrontación en el cual se han movido cómodamente sus primeras y primeros actores, esos mismos que se maquillan golpes y que saben mucho de BMW.
Como resultado de esa estrategia de guerra psicológica o guerra sin fusiles, con el uso eficaz de las armas de la inmediatez, ha emergido, en las mentes de muchos y muchas, un país paralelo donde de manera inmoral reinan las fuerzas del fascismo, ese mismo que ha intentado mimetizarse con los símbolos, imágenes, discursos y principios del socialismo y de la revolución. Lo ha dicho de manera magistral y en una síntesis extraordinaria Luis Britto García: el fascismo y capitalismo tienen rostros aborrecibles que necesitan máscaras. Los fascistas copian consignas y programas revolucionarios, los fascistas son elitescos pero convocan a las masas, son racistas por naturaleza, en su subconscientes nazi, se consideran parte de una raza “superior” y, para cualquier duda del momento, el escritor venezolano nos recuerda además que el fascismo no valora a la mujer y por si fuera poco, desconoce la lucha de clases.
En ese país paralelo Nicolás Maduro no es presidente, aun cuando sacó la mayor cantidad de votos el pasado 14 de abril (siete millones quinientos ochenta y siete mil ciento sesenta y un votos 7.587.161 votos); en ese mundo distorsionado, la “arrechera” del candidato derrotado no es violencia; en ese otro país y de acuerdo al plan subversivo del fascismo, los 10 muertos chavistas que generó la violencia desatada por el llamado de Capriles el pasado 14 y 15 de abril, tampoco existen, o peor aún, si existen no son importantes y quizá, en su distorsión psicótica los ven apenas como “saldos colaterales” de una guerra intestina que ellos han emprendido para tratar de debilitar a la revolución a hacerse del poder. Pero ellos no quieren el poder para gobernar, lo necesitan para sus amos y eso lo acaba de dejar bien claro el señor Obama en su reciente gira Latinoamericana.
Han descontextualizado hasta las más sencillas frases del presidente legítimo Nicolás Maduro y mediante las más vergonzosas y anti éticas demostraciones que rayan en el delito, han minimizado el impacto negativo de sus actos y pataletas políticas. En fin, una estrategia de subversión mediática que busca imponer como antes, como siempre lo intentaron en 14 años del gobierno revolucionario del gigante Chávez, la deslegitimación del proceso político y de las instituciones democráticas venezolanas.
La hegemonía comunicacional privada, banal pero peligrosa, frívola para masiva, perversa e inmediata, se enfrenta nuevamente a la hegemonía de la conciencia que Chávez nos heredó. Si tomamos el morral, en una metáfora del soñar, el decir y el hacer, podremos enfrentar la subversión mediática, recordando, eso sí, que solo juntos, somos Chávez. Aquí hay una dirección colectiva gobernando y en la calle; una dirección colectiva haciendo política desde los partidos de la revolución y debe haber, entonces, una dirección colectiva comunicacional para hacer valer nuestra hegemonía ideológica. Entendemos que Ernesto lo sabe, tiene el pulso de la realidad nacional, por eso, junto a él, como Ribas decimos que no podemos optar entre vencer o morir, en esta tarea necesario es VENCER.
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