Coronatetas y coronavirus

Confiésolo, que no de otra suerte que como cuando el poeta Pablo Neruda, confesárase al mundo, y confieso lo vivido, que cuando entrara la medida de la cuarentena en Venezuela, el día 15 de marzo de 2020, día de San Aristóbulo, acordéme del maestro Aristóbulo, y del uso del tapaboca, y, taparrabo como dijera el filósofo cojedeño, Roque Roco Pollo Ronco, y, con tal mascarilla, una de las maneras de aminar el caminar de la onda expansiva del coronavirus, y, en esa profunda soledad en que he estado transitando, una vez que mi compañera de la vida diera la partida a otra vida, y, como cantara el camarada, Alí, en una de sus canciones, pasara a otro paisaje, bueno, preguntábame en medio y, por la calle de en medio, cómo fabricaba un tapa boca, para mi jeta abierta, que nunca había estado con tal instrumento pedido por todos los medios, y, a cada rato, remedio del gobierno como malojillo de invierno, y, oía del tapa boca, de la mascarilla, y, había, endenantes, cortado unos pantalones viejos, y, había hecho unos chores, y, sobraban aquellas partes de tela, mas y más, los hice, mas y más, pero no me gustaban mucho, y, seguí buscando, la manera de un buen tapaboca. El indiecito Mario, el pana de Cantaclaro de San Carlos, llegábame, y, el indiecito llevaba hilvanada risotada oculta en tapaboca, el coño’emadre compañero con vistoso tapaboca, y, dime cuenta que la tela era de pantaleta, el pana cacique Mario, lo lucia de manera espléndida y graciosa, mas y más, no era tela de blúmer, era una pantaleta entera, pero el pana, el negrito guajiro Mario, no sabía que era una pantaleta amarilla, y vi que la prenda interior femenina era buena para la pandemia, y, le pregunte al compañero Mario, por esa mascarilla amarilla, y, el muy risueño, díjome, que la mascarilla habíasela regalado Coromoto, su comadre, pues, entonces dime cuenta que Coromoto, no quería que el coronavirus llevárase al camarada indiecito Mario de los correntíos de Cantaclaro por no seguir las prescripciones del presidente Maduro.

Y, margullo en el rancho de Cantaclaro en San Carlos, y, la curiosidad no me soltaba, sobre aquella pantaleta amarilla que lucía en la boca como almíbar mi pana Mario, que en su escacharrada bicicleta movilizabas. Y, al pana Mario, no volví a verle por Cantaclaro, el trabajador con mas y más, de cuarenta años de aseador en el barrio, y, mas y más de las veces andrajoso cachucha rota de sol y agua, botas rotas el bota basura, caminaba en ruidosa carretilla por las calles de Cantaclaro, en similaricadencia tautológica repetitiva platónica a los ejes de mi carreta de Atahualpa Yupanqui, y, en la esquina de Las Viudas de Cantaclaro, y, de El Point, de Ninoska Mariana Eduard, y, con voz de hamburguesa, Pelón Hernández, entre Pinto y Valdemoro, de sábado de dionisíaca gloria báquica, decíale al indiecito: "¡Mario Meléndez, el hombre da las dos M, y fáltale la de marico!" Y, el gracioso aborigen indígena, respondíale: "¡Chaj! ¡Chúpamelo! ¡No me lo gope de naiva! ¡Joco locu!". Y, entre risas y carretilla yupanquiiana, ívase en alegre ruido. Y, con esta pandemia del demonio, y, en su mayoría sacábanle el culo, por creer que el pobre indio era portador del coronavirus, menos su comadre, que a mas y a más, regalóle un coronavirus de pantaleta de color amarillo.

Sigo buscando por los rincones del rancho, algún trapo para hacer un coronavirus, y, seguía pensando en mi amigo Mario, y su tapacuchara y tapaculo de machucho vistoso amarillo, y, en ese interín en el rancho, caminaba de allá pa’cá, y, de aquí pa’llá. Hasta que al magín tocóle su fin, y abrí una gaveta de la peinadora de mi compañera ida, y, saltaban las pantaletas, y, estuve a punto de acompañar al compañero Mario, con su tapachucha, y, casi caigo en la similaricadencia tautológica repetitiva platónica, y encontré una pantaleta amarilla de Ermila Zenobia, y, metí la mano mas y más adentro de la gaveta, y, eran unos sostenes senos negros de los muérganos, y, dije ya está, ya lo tengo, dos tetas en un mismo saco, y, al coronavirus el coñazo, y, a mi amigo Mario el mazazo diosdadocabelloiano dando, y, los muérganos sostenes guindáronse de miedo del medio de mi mano siniestra, y, en mis dedos, y, del fondo de la gaveta, casi me hablaban los sostenes, aquí esperábate escopeta, y, yo díjoles, aquí te tengo escopeta, y, Mario, no puede joderme con su pantaleta amarilla de Coromoto su comadre.

De prisa y corriendo y a uña de caballo, me puse a cavilar, raudo como el viento, y, el magín era fusilado por millones de ideas, y, una congelóse, la perfecta, como dijera Cortázar, el perfecto enunciado y la verdad profunda, entre lo verdadero y lo falso, en Rayuela, y por la calle de en medio, el medio, de La Gran Moral Aristotélica, el tercio incluso aristotélico profundo, entre exceso y defecto. Asina asín así, aguja de zapatero, hilo negro para coser guachicones rotos, tijera en mano, contornaba los sostenes senos de Zenobia, la compañera muerta, y, seguí en la formatura geométrica de las tetas de mi amada, la de la perra negra churchilliana, que ahora, este cura ignaro raro cleuasmo asno, cual ebrio miura somnoliente, estaba con el tapatetas, de mi compañera yerta.

Y, desafiante como el compañero comandante ante la tempestad, y, similaricadente tautológico repetitivo platónico, decía, junto al comandante trascendente de una galleta preinfantil párvula ensalivada de baba cristiana, y, el comandante desafiaba al mundo con el poeta William Shakespeare, y la tempestad del coronavirus, la peste: "Sopla viento fuerte, sopla tempestad, sopla coronavirus que tengo coronatetas para maniobrarte."

Entretanto, transcurría la cuaresma, como decía el filósofo cojedeño, Roque Roco Pollo Ronco, y, la cuarentena transcurría, endenantes el día de San Aristóbulo. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en Italia el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en España el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en Portugal el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba y en Francia el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba y en toda Europa el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en Alemania el coronavirus, aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en Inglaterra el coronavirus aumentaba y aumentaba. En Venezuela el coronavirus aminaba y amainaba, y, en Canadá el coronavirus aumentaba y aumentaba. ¡En Venezuela el coronavirus amainaba y amainaba, y, en los Estados Unidos de Norteamérica y todos los países Latinoamericanos satélites al imperio criminal gringo go home, el coronavirus aumentaba y aumentaba! Y, yo, con mi coronatetas todas las noches de San Aristóbulo como las noches de Santiago, que no eran las del río, sino de la cuarentena del Presidente Maduro, que como peso pluma se mueve, y que amainaba y amainaba, al covi-19, y, la cura, que si tiene cura la locura con malojillo y quina a la pandemia del coronavirus, tortura.

Si el coronatetas y el coronavirus, son casos limite contradictorios borrosos tocantes en medio entre los extremos de los aspectos límbico antagónicos, el coronatetas paraíso y el coronavirus infierno. Entonces se dicho que los sostenes senos coronatetas de Zenobia, la compañera muerta, y, la pantaleta amarilla del compañero comandante Mario Meléndez de su comadre Coromoto Laprenda, al coronavirus rechazamos con treta tetra retreta destreza, coronatetas y pantaleta. Ergo vergo sea dicho que en similaricadente tautológico repetitivo platónico discurso oponente, opongamos con el Libertador Simón Bolivar, a la naturaleza del terremoto de Caracas, 26 de marzo 1812, a la naturaleza del terremoto del covi-19. Ergo vergo sea dicho que no de otra suerte, que como cuando, con desafiante parlamento el comandante Chávez a los shakespeariano, dijera: "¡Sopla viento fuerte, sopla tempestad, sopla coronavirus, que tengo coronatetas y pantaleta para maniobrarte!", como la noche de San Aristóbulo y la noche de Santiago. Ergo vergo sea dicho que en Venezuela el coronavirus amaina y amaina, mas y más, y, que en Europa y EEUU, aumenta y aumenta. Ergo vergo sea dicho que sin cuaresma y sin cuartel, a la filosófica del filósofo cojedeño Roque, el de matar dos piedras con un solo y sólo pájaro, que en la isla Los Roque, estuviera y, el coronavirus no contrajera. Ergo vergo sea dicho que coronatetas negro y pantaleta de amarillo, a mas y más del remedio presidente malojillo ¡cura pandemia del coronavirus y a tragar quina, sea dicho! ¡Ergo vergo sea dicho que quédeles bien claro, a Trump, Duque y Bolsonaro, el remedio del Presidente Venezolano!



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Miguel Homero Balza Lima


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