Miércoles, 01 de abril de 2020.- Sonaba como un aria nueva de una ópera desconocida que para los efectos de esta nota podríamos titular como La Pandemia.
Pasaba, de tarde, por una calle del este de Caracas, caminando.
No había otra forma, con la cuarentena casi no hay transporte público, cuando de repente oí unos gritos, desde un balcón un joven, un adolescente, como de quince años gritaba duro, desaforado, fin del aria a sotto voce: ¡Quiero salir, quiero salir!
Gritaba fuerte, con mucha energía y se ve que cansado de este encierro a que nos ha sometido el coronavirus.
Un señor mayor que pasaba por la calle, vio hacia arriba y se sonrió, lo noté por sus ojos porque también llevaba tapa boca, está fastidiado del encierro, comentó, pero está vivo y protesta. Es joven y cuando esto acabe se le pasará, me miró, miró el verde cerro y siguió caminando.
Si usted es de los que cree que no hay poesía en el dolor, no siga leyendo esta nota.
Ese momento me hizo reflexionar sobre la situación que deben estar pasando miles de hogares con sus adolescentes encerrados en esta cuarentena que va para su tercera semana, me pregunto, cómo estarán haciendo los padres, las familias no solo en Caracas sino alrededor del mundo para tranquilizarlos y explicarles claramente que lo mejor en este momento es quedarse en la casa y esperar a que se achate la curva y el peligro de contagio pase.
No es una edad en la que nos guste mucho estar tranquilos y esperar se puede transformar en casi un martirio, tanto para ellos, para los jóvenes y adolescentes como para los padres.
La energía que poseen, la impaciencia propia de la edad y su forma de analizar las cosas, a veces sin suficiente información, puede transformarse en una bomba de tiempo, bomba de fabricación casera y a punto de estallar.
Me comentaba un amigo que lo que pasa es que no analizan, que no tienen conciencia de lo que estamos enfrentado y le comenté que a mi modo de ver, su conciencia es otra, su visión del mundo es distinta a la nuestra, a la de los adultos, sus urgencias son otras y su energía suele arrollarlos.
Para disfrutar la música que envuelven esos gritos, de esa expresión pura y llana de salir a la vida, de clamar por ella, hay que tratar de retroceder en el tiempo y recordar cómo éramos cuando teníamos esa edad, no es fácil porque la memoria engaña, los años nos transforman y el intelecto aplaca la magia de los años mozos.
Supongo que la madre angustiada de ese joven y muchas madres y padres de otros jóvenes se preguntarán que pueden hacer para contenerlos, para hacerlos comprender que lo mejor es quedarse en la casa y seguir esperando a que las cosas mejoren.
La velocidad de asimilación de situaciones críticas no es la misma en todos los seres humanos, varía y se toma diferentes tiempos.
No hay una fórmula mágica, cada hogar suele desarrollar sus propios métodos y conseguir sus propias respuestas, eso si, hay que tratar de comprenderlos y hablar con ellos, darles información, mantenerlos al día.
Ante la explosiva exposición de tantos datos detallados de la mecánica celular, de los efectos del coronavirus, datos de bioquímica, de microbiología y la pandemia que estamos padeciendo no es de extrañar que mucho de estos jóvenes, cantantes o no, sucumban fascinados al estudio científico de esta disciplina y sus áreas asociadas.
Y a los jóvenes: tranquilícense, pero no tanto, sigan cantando, descubriendo y volando, ah, y traten de comprender a sus viejos.