Cambio climático: de El planeta de los Simios a No miren arriba

Dos películas cuyos estrenos distan 53 años entre sí: El planeta de los simios (Planet of the Apes), de Franklin J. Schaffner, 1968, y No miren arriba (Don’t Look Up), de Adam McKay, 2021, sirven de marco de referencia a este artículo que posiblemente resulte abominable para más de uno. Ambos filmes son distópicos y comparten un razonable pesimismo (no estoy seguro que este sea un calificativo adecuado). Ninguno de las dos películas se refiere explícitamente al cambio climático. En el caso de El planeta de los simios, en el año de su estreno el cambio climático no era todavía un tema de relevancia mediática. Y en No miren arriba, hay consenso general, comprobado por varios hechos, de que su verdadero tema es el cambio climático, pero expresado por medio de la metáfora de un cometa que amenaza con la extinción de la especie humana. Ambas realizaciones tienen que ver, sin lugar a dudas, con la principal amenaza contra nuestra existencia planetaria en los tiempos que corren. Vamos al grano.

En El planeta de los simios, basada en la novela homónima de Pierre Boulle, se narra la historia del astronauta Coronel George Taylor (Charlton Heston), quien junto a su tripulación tiene un aterrizaje forzoso en un planeta habitado por simios inteligentes.

En un todavía futuro 1974, el coronel Taylor y los tres tripulantes de la astronave que comanda, se estrellan en un lago de ese planeta desconocido y luego descubren que está habitado por los simios y por manadas de humanos desnudos y en estado primitivo, privados del don del habla. En esa circunstancia, Taylor es atrapado por los monos y trasladado con otros de la manada a un poblado de la sociedad primate y es víctima de maltrato y persecución (lo que hacemos nosotros con los animales) Finalmente logra a huir, solo para descubrir, al final, que en realidad ha regresado a la tierra en el tiempo futuro y que la humanidad ha sido destruida por la guerra nuclear y los humanos convertidos en unas pocas bestias salvajes. Finalmente, tras cabalgar a la orilla del mar, encuentra las ruinas de la estatua de la libertad hundidas en la arena y exclama: "¡Dios mío! ¡Estoy de regreso! ¡Estoy en casa otra vez! No me había dado cuenta de que estaba en ella... ¡Por fin lo hicieron! ¡Maniáticos! ¡La han destruido! ¡Yo los maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡¡Los maldigo!!"

En conclusión, en El planeta de los simios la Humanidad es diezmada por un solo agente: la estulticia humana. Guarde el lector este dato en reserva para el resto del artículo.

Por otro lado tenemos No miren arriba, la película más importante de 2021 en el sentido del impacto mediático, aunque no necesariamente la mejor (juicio que dejo a los críticos de cine, a quienes casi nunca leo) ¿De qué va esta interesante comedia negra apocalíptica? Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), futura doctora en astronomía de la Universidad Estatal de Míchigan, descubre un cometa hasta entonces desconocido. Su profesor, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), calcula que impactará en la Tierra dentro de unos seis meses y es lo suficientemente grande como para causar un evento de extinción en todo el planeta. Cuando presentan sus hallazgos a la Casa Blanca, son recibidos con apatía por la presidenta Janie Orlean (Meryl Streep). Desde allí comienza el calvario de los dos científicos. Las noticias reales sobre la amenaza del cometa reciben poca atención pública y son negadas por el Gobierno, que solo las asume cuando conviene a sus intereses electorales. Finalmente, la Casa Blanca aprueba un proyecto para lanzar una nave que implantará una carga nuclear en el cometa para desviarlo de su trayectoria, pero Orlean lo aborta abruptamente cuando Peter Isherwell (Mark Rylance), el director general multimillonario de la empresa de tecnología BASH y uno de los principales donantes para la campaña de la presidenta, descubre que el cometa contiene billones de dólares en elementos de tierras raras. La Casa Blanca acuerda explotar comercialmente el cometa fragmentándolo y recuperándolo del océano utilizando una nueva tecnología propuesta por los Premios Nobel de BASH en un esquema que no ha sido objeto de revisión académica por pares. Entretanto, la opinión mundial está dividida entre los que exigen la destrucción del cometa, los que condenan el alarmismo y creen que extraer el cometa creará puestos de trabajo y los que niegan que el cometa exista. Al final, el plan de Isherwell fracasa y el cometa termina devastando la tierra. Toda la acción entre el descubrimiento del cometa y el final transcurre en medio de una ola de negacionismo, estupideces y banalidades de los políticos, los empresarios, los medios, los periodistas y la gente común, más preocupados por sus éxitos, sus mezquinos intereses, las noticias de farándula, las luchas por el poder, los placeres, que por la amenaza de extinción que se presenta ante la Humanidad, tal como ocurre en la realidad con el cambio climático.

Es evidente, y así lo expresan de varias maneras los protagonistas de la película, que el cometa alude ciertamente a la crisis del cambio climático, hasta el punto de que la cadena Netflix, principal distribuidora del film, es uno de los principales patrocinantes de la plataforma participativa de acción climática ciudadana llamada Cuenta con nosotros (Count us in), asociada a una campaña iniciada por los protagonistas de la película llamando la atención sobre el cambio climático. El protagonista principal de No mires arriba, DiCaprio, con todo el resto del equipo de realización de la cinta, incita a través de las redes a que todos los espectadores interesados integren en 2022 una comunidad real y activa de ciudadanos comprometidos en la lucha contra el colapso climático. La superestrella que encarna al doctor Randall Mindy difundió el 29 de diciembre pasado un video de tres minutos para detallar hasta qué punto el mensaje de la ficción dirigida por Adam McKay es real. Pasa con la crisis climática lo mismo que con este cometa inventado por Hollywood: nos condena a muerte y, nos dice DiCaprio, "es crucial que tomemos las medidas necesarias para proteger nuestro planeta".

En realidad, no soy optimista con respecto a la posibilidad de que este loable esfuerzo que realizan los productores y los protagonistas de No miren arriba tenga éxito. La gran lección que dieron los científicos del IPCC en su último y catastrófico informe publicado en agosto de 2020 es que "los cambios individuales no pueden reducir de manera significativa las emisiones de carbono y gases de efecto invernadero y es imprescindible que se realicen dentro de un cambio de estructuras, de cultura y de instituciones". Es bastante difícil, yo diría que imposible, que una página Web, por más popular que se haga, pueda cambiar la situación aparentemente irreversible en que ha empezado a convertirse el cambio climático. La destrucción del hábitat humano avanza mucho más rápidamente que la de las medidas para supuestamente conjurarla. El profundo cambio revolucionario civilizatorio, el cambio del modelo de desarrollo en el que están embarcadas tanto las izquierdas como las derechas, no está ocurriendo. Un simple ejemplo de ello es como todos nosotros estamos apresados en la cultura del plástico, un aspecto apenas marginal de la problemática general. Mire el lector a su alrededor y verá plástico por todos lados.

Muchos auguraban, cuando se extendía la pandemia del COVID-19, grandes cambios en la sociedad global. Resulta que el Pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) planteó, en un informe divulgado el 31 de marzo de 2021, que el uso exagerado del plástico durante la pandemia ha provocado "un aumento asombroso" de los desechos de este material altamente contaminante, por la utilización creciente de mascarillas y protectores faciales, guantes, trajes médicos protectores, kits de prueba, botellas y recipientes de comida o empaques de entrega, entre otros. Por ejemplo, las ventas globales de mascarillas desechables podrían haber alcanzado unos 166.000 millones de dólares en 2020, un aumento de 200 veces en comparación con 2019, cuando se vendieron 800 millones de dólares. Si la población mundial usara la misma cantidad de mascarillas y guantes que se usaron en Italia en la primavera boreal de 2020, se consumirían 129.000 millones de mascarillas y 65.000 millones de guantes mensualmente en todo el planeta, según el mencionado informe.

En Singapur, durante un cierre de ocho semanas, se generaron 1.470 toneladas adicionales de desechos plásticos solo a partir de envases para llevar. En Teherán los desechos médicos de los hospitales aumentaron de entre 52 y 74 toneladas diarias a entre 80 y 110 toneladas cada día, durante los primeros meses de pandemia.

En Wuhan, en China, los desechos médicos aumentaron seis veces, a 240 toneladas por día durante la pandemia, sobrecargando la capacidad de incineración de la ciudad, de 49 toneladas diarias. Un solo hospital en Jordania multiplicó por 10 sus desechos médicos diarios, atendiendo solo 95 pacientes por COVID.

Por otro lado, las medidas de confinamiento redujeron la demanda de petróleo, empujando sus precios a mínimos históricos. Como resultado, el costo de producir plásticos vírgenes puede ser menor que el de los materiales reciclados, y ya hay empresas de reciclaje en apuros en varios países.

Si las cifras históricas indican el futuro, menos de 10 por ciento de los plásticos utilizados durante la pandemia se reciclarán alguna vez, y más del 70 por ciento llegarán a los vertederos o al ambiente, con el agravante de que el coronavirus puede sobrevivir en superficies plásticas hasta tres días.

De 1950 a 2015, se produjeron 8.300 millones de toneladas métricas de nuevos plásticos, y si estas tendencias continúan, para 2025 habrá suficiente plástico para cubrir cada metro de costa en todo el mundo con 100 bolsas.

La contaminación plástica impacta el ambiente marino y las comunidades humanas. En particular, las comunidades vulnerables soportan de manera desproporcionada las consecuencias de la degradación ambiental causada por la contaminación por plásticos, desde la producción hasta los desechos.

Los plásticos, que se componen principalmente de monómeros derivados de hidrocarburos fósiles, no son biodegradables. Cuando se desechan, no se descomponen ni se asimilan mediante procesos biológicos, y aún divididos en pedazos cada vez más pequeños conservan muchas de sus propiedades originales.

Desde la extracción de petróleo hasta la eliminación de plástico, existen tres impactos externos principales: degradación del ecosistema debido a fugas, especialmente en el medio marino, emisiones de sustancias tóxicas en la producción y la incineración de materiales, e impactos en la salud y el ambiente. Impactantes estudios han hallado que la contaminación por plásticos está por doquier: en la lluvia, en nuestra comida, en el agua que tomamos… ¡Incluso en la placenta humana! Una botella de plástico se va rompiendo hasta generar pedacitos minúsculos y casi invisibles que viajan por el mundo a través del agua y el aire, contaminando nuestros mares, nuestros ríos… ¡e incluso nuestros cuerpos!

Hasta la lluvia está contaminada por el plástico. Científicos de EE.UU. han descubierto que la lluvia está cubriendo con mil toneladas de microplásticos al año sus parques nacionales protegidos. ¡Es el equivalente a verter allí 120 millones de botellas de plástico!

La cultura del plástico viene de la mano con la cultura de los combustibles fósiles, además de la creciente deforestación (que ha alcanzado cifras históricas récord en el Amazonas, el principal pulmón del planeta), la contaminación del aire, la desertificación, la acidificación de los océanos, la descongelación de los glaciares, la extinción de especies animales imprescindibles para el sostenimiento del medio ambiente y otros flagelos que no hacen sino crecer y crecer, mientras los políticos se encierran en sus luchas por el poder, los empresarios en su afán de lucro, los ciudadanos en su indetenible carrera consumista.

Al referirse a la película No miren arriba, el destacado científico español Jesús Martínez Frías afirma que "la película nos aporta un argumento más, como ingrediente pernicioso de extinción: nuestra propia estupidez y estulticia como sociedad. Esta actitud comporta que, pudiendo resolver los serios problemas que nos acucian (reflejados ficticiamente en la llegada del cometa), nos hace minimizarlos e incluso despreciarlos". Y agrega: "a nadie parece importarle la gravedad de la situación. Siguen preocupados por sus rutinas, nimiedades, hábitos ridículos e incluso fatuos, repletos de insensatez y escepticismo anticientífico. La sociedad permanece ajena a todo lo que va a suceder, como si se tratara de una noticia alarmista e irrelevante más que se deja pasar inconscientemente".

Los datos son precisos. Tenemos una ventana de menos de 20 años antes de que el cambio climático sea irreversible. Y la falta de acción de gobiernos, corporaciones y ciudadanos es dramática.

En mi opinión, el colapso de la especie humana es irremediable, marchamos a paso firme hacia el abismo final. Coincido, básicamente, con la visión de la corriente identificada como "colapsismo", la cual plantea, en líneas generales, que el colapso es inevitable y que aceptarlo así puede abrir caminos a soluciones reales para salvar a la Humanidad de su extinción. Sin embargo, mi colapsismo es radical y creo que solo queda la remota esperanza de que se cumpla en su totalidad la metáfora bíblica del Apocalipsis ¿Sobrevendrá, cuando estemos al borde del abismo, y sobre las cenizas de nuestro fracaso, el renacimiento, la construcción del "Reino de Dios en la Tierra"? ¿Qué será de nosotros cuando el destino nos alcance?



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Néstor Francia


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