Manifiesto educativo para la nueva Venezuela (I)

En algún barrio de Venezuela hay un niño. Ese niño es todos los niños del barrio, es todos los barrios de un país herido. Crece entre la escasez y la pobreza, en una tierra que alguna vez intentó atender a su pueblo, pero que nunca fue realmente rica, aunque poseyera riquezas. Minerales, recursos, materia prima extraída del subsuelo y arrebatada por unos pocos privilegiados. Ayer, como hoy, los pobres existían, pero al menos podían vivir. Hoy, la pobreza es la única certeza del pueblo, mientras que los privilegiados, menos numerosos, siguen siendo los amos del destino.

La política, la economía y la estructura social se han convertido en enemigas de las clases populares, cerrando cualquier vía de movilidad social que no pase por la sumisión a los círculos de poder. Este país no será justo, ni sabio, ni fuerte, ni digno de su historia mientras sus pobres sigan siendo cifras frías, masa sin voz, instrumento maleable de intereses políticos.

Venezuela ha sufrido demasiado. Su pueblo es humillado y perseguido, dentro y fuera de sus fronteras. Busca salidas, anhela poner fin a su sufrimiento, pero aún no comprende que no existen mesías, ni profetas, ni héroes que piensen en los pobres más allá de su utilidad para conquistar o mantener el poder.

Ese niño del barrio lleva a cuestas el dolor de sus padres. Su único crimen es ser pobre. Es rechazado, etiquetado, encarcelado y expulsado por ello. Y lo peor: está condenado a seguir siéndolo. Es la materia prima de la maquinaria de poder que lo oprime. Pero en su adversidad yace su posibilidad. La posibilidad de insurgir, de romper el ciclo de miseria. Y esa insurgencia no vendrá de las ideologías caducas de quienes hoy gobiernan o aspiran gobernar. Vendrá del despertar de un pueblo que comprenda que la salvación está en sí mismo.

Ese niño debe entender que él es su propio mesías, pero no como individuo, sino como parte de un pueblo consciente, un pueblo macerado en el sufrimiento y el desengaño. Su llama debe encenderse en las raíces de su historia y en la tierra que lo vio nacer. Porque más allá de su pobreza, se sabe y se siente venezolano. Heredero del espíritu indómito de los humildes que regaron con su sangre la tierra patria, y de aquellos privilegiados que renunciaron a sus comodidades para luchar por la libertad. Esta es la nobleza del espíritu que debe resurgir en el niño del barrio, para combatir los valores mezquinos de quienes hoy conducen y aspiran conducir el destino del país. Una generación perdida en la corrupción, el placer y el poder debe ser sustituida por una generación con conciencia y compromiso.

Hoy, el niño del barrio está desamparado, sin patria que le ofrezca esperanza. Pero ese niño es la verdadera patria. En él se forjará el sentimiento, la pasión, la fortaleza y el conocimiento para reconstruir el país. La Venezuela que hoy se vanagloria de su política vacía, de sus ideologías estériles y de su pretorianismo grotesco debe desaparecer. Su lugar lo ocupará una nación nueva, levantada sobre el trabajo, la rectitud y la inteligencia de una generación que se formará con herramientas propias y estratégicas.

Esta nueva generación entenderá que la escuela institucionalizará su aprendizaje, pero no será su única fuente de conocimiento. Con la guía de una vanguardia de educadores, construirá su propio camino a través de la ciencia y la tecnología. En casas comunales, bibliotecas, salas de barrio y en sus propios hogares, estos niños desarrollarán una capacidad de aprendizaje superior. Amarán la lectura, la ciencia, la tecnología, las matemáticas. Hablarán idiomas y se apropiarán de la informática y sus avances.

Esto no es un sueño: es un objetivo impostergable. Requiere organización, planificación, voluntad, acciones concretas, inversiones inmediatas y determinación. Este árbol crecerá lento, pero firme. Sus raíces afianzarán la tierra patria y sus ramas darán sombra y refugio a todo el pueblo. Venezuela no será más humillada. Resurgirá, con la fuerza de una generación forjada en el dolor y la adversidad, pero que, sobre sus problemas, echará a andar la esperanza y recuperará el orgullo nacional.

Los hombres y mujeres que habrán de asumir el compromiso de poner en marcha este proyecto educativo para la reconstrucción de la patria se encuentran hoy expectantes, paralizados, indignados. Son conscientes de la esterilidad de la lucha política actual y de la entrega del país a intereses extranjeros que lo explotan o lo codician. Sin embargo, más allá de sus diferencias ideológicas, comparten una visión común: perciben el latido de un pueblo que clama por reencontrarse y renacer. Esta vanguardia no responde a consignas vacías ni a ambiciones personales; está convocada por los más altos valores que corren en su sangre venezolana, impulsándolos a un esfuerzo incansable y digno por la redención de su pueblo.



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Daniel Lanza

Licenciado en Educación. Doctor en Ciencias Pedagógicas.

 danielnupen99@gmail.com

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