La propuesta de reforma constitucional que hizo nuestro Presidente el pasado quince de agosto ha convertido nuestro país en un aula abierta donde se discute, debate, analiza e interpretan los alcances de la misma. Esa es la idea, o mejor dicho, eso es lo que deben hacer las sociedades hoy en día, discutir, reformular y replantear sus estrategias de desarrollo político, económico y social.
Las verdaderas democracias, las democracias revolucionarias sólo son posibles cuando sus decisiones son aprobadas y respaldadas por el pueblo. La legitimidad envuelve con su manto cada palabra, cada frase, cada planteamiento y, al igual que la madre, los arropa para darle el don de la vida teórica. Después de esa sana y natural protección, no hay huracán posible, ni del norte ni del sur, que destruya las teorías nacientes. Las revoluciones son procesos “descontructivos”, es decir, destruyen para construir lo nuevo, lo soñado. La utopía se desvanece para darle paso a las nuevas realidades.
Precisamente, el tema de la reforma constitucional que se adelanta en Venezuela corre como los vientos en los hombros del caballo revolucionario. A galope abierto partió desde Miraflores, recorriendo ya en menos de quince días todo el territorio; inclusive en su galopar ha traspasado las fronteras nacionales y anda por los pueblos hermanos de la América Latina y el Caribe. La Bandera de ocho estrellas y el caballo indómito también han pasado por Europa, rumbo al continente asiático. Que fuerte, que valiente, que audaz es este caballo revolucionario, cuando todo el mundo pensaba que iba a pastar tranquilamente en las tierras fértiles de Sabaneta, el mismo ha emprendido la marcha de la reforma, para demostrarle al mundo que no todo está perdido, que otro tipo de democracia es posible. La humanidad entera no se puede hundir en los fangos de la democracia neoliberal, ni mucho menos las sociedades deben condicionar su existencia entregándole el alma a los imperios. Hay que cultivar y consolidar la conciencia revolucionaria del pueblo, porque si se falla en esto no estaría garantizada ni la revolución ni la patria.
Nuestro pensamiento tiene que ser visionario, de futuro y de avanzada para el progreso, no de retroceso ni de estancamiento. Hay que seguir adelante. El caballo revolucionario lleva las banderas y el contenido de la propuesta, en tanto nosotros debemos recorrer el camino y sembrar en cada surco de su pisada, la semilla de la reforma.
Es nuestro deber participar en el actual debate constitucional, no hacerlo es seguir viviendo atrapado en las fronteras de la indiferencia. Hay que ir mar adentro, me dijo recientemente un pescador margariteño. Ante una pregunta mía sobre si estaba de acuerdo con la reforma a la Constitución, el me respondió: “sí, sí, sí, hijo er´diablo, mientras enterramos a los bagres opositores, no hay que pelar esa avanzada de camarón”.
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