Quienes transitamos la quinta década de vida y siempre militamos en la izquierda, fuimos expertos en reveses hasta que apareció Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992. Por eso tomamos con calma el resultado de la consulta del pasado domingo, que permitió detener, temporalmente, el avance formal del proyecto bolivariano. Se trata ahora de revisar las causas, sin descuartizarnos pero señalando las responsabilidades donde sea objetivamente posible, y elaborando los mecanismos que permitan retomar la marcha firme hacia la construcción colectiva del socialismo venezolano.
La implantación de modelos socialistas no ha sido fácil en ningún país y menos en esta época, cuando la economía globalizada pero controlada desde el norte, intenta imponer en todo el planeta y gracias a su poder militar y tecnológico, su cultura materialista basada en el consumo, la competencia, el engaño y la guerra. La forma cruenta como el imperio acabó con los intentos pacíficos iniciados en la Chile de Allende y en la Nicaragua Sandinista que venció al proyanki dictador Somoza, son solo dos ejemplos cercanos que no debemos olvidar. En ese contexto, con la propuesta de reforma constitucional consultada mediante referendo, pretendimos dar otro paso inédito desde que en febrero de 2005, el Presidente Chávez declaró el carácter socialista del proceso de cambios iniciado en Venezuela desde su arribo al poder. Sólo un gobierno muy sólido podía atreverse a dar ese paso que retaba a la mayor potencia hegemónica que ha conocido la historia, y sólo un presidente racional y cabalmente democrático, podía reconocer el triunfo del contrario, por un margen tan estrecho como el que hizo público el CNE una vez contado más del 90% de los sufragios.
Con una abstención de 44%, menor a la correspondiente al referendo aprobatorio de la constitución vigente, y con una pérdida de casi tres millones de votos bolivarianos respecto a los obtenidos en la elecciones de diciembre de 2006, mientras que la oposición sólo incrementó su votación en poco más de 200.000, es lógico deducir que el grueso de la abstención fue chavista. Como reconocen vecinos de Nueva Tacagua, poca gente bajó de los cerros a votar el domingo, y ese cuadro se repitió en otros sectores populares de Caracas, como La Vega, Petare y Caricuao. En escala nacional el voto de derecha se concentró en los estados de mayor población con excepción de Aragua, mientras que el apoyo a la reforma fue más sólido en zonas alejadas del centro del país, donde la señal de Globovisión debe ser más débil o inexistente.
Consecuente con su discurso y luego de las elecciones del 2006, el Presidente Chávez interpretó que el apoyo de más de siete millones de votos por él obtenidos, significaban un aval a su planteamiento socialista. Los resultados recientes indican que entonces muchos votaron por él, pero después sucumbieron ante el miedo al comunismo –comentado en las colas para comprar alimentos misteriosamente desaparecidos de los anaqueles – o cedieron ante la flojera y el triunfalismo tantas veces advertido por el líder, o se empeñaron en un extemporáneo pase de factura por fallas en la gestión de gobierno, no necesariamente atribuibles a Chávez, y en todo caso ajeno al contenido ideológico de la propuesta. ¿Es que acaso la acción del Comando Zamora no subió los cerros de Caracas, mientras las encuestas opositoras que detectaron el desencanto sí lo hicieron? Es muy sospechoso que sólo en las dos últimas semanas previas al referendo, los opositores abandonaran su discurso contra el CNE y llamaran firmemente a participar en la votación. Si todos los chavistas estábamos conscientes de que el desabastecimiento era en gran medida un ardid político, entonces ¿por qué nos falló Mercal? Por otra parte, ¿nos equivocamos en la forma y el momento de convocar la desaparición del MVR para dar paso a un PSUV que no termina de nacer?, ¿acusamos el peso del desgaste por el caso de RCTV?, ¿no fuimos capaces de detectar cuantos funcionarios marchan de rojo pero votan no? Este último es un punto clave, porque se trata de gente que desde entes oficiales puede sabotear la acción de gobierno, alimentar la burocracia y contribuir a aumentar el desencanto de millones de personas que diariamente requieren efectuar trámites en ministerios y otros organismos estatales.
Las quejas cotidianas a través de medios oficiales como RNV y YVKE Mundial, referentes a la inseguridad, la corrupción y la lentitud burocrática, indican que hay fallas evidentes de gestión que requieren cambios drásticos en la administración pública, desde los ministros hasta los directores de línea, para superar la sensación tantas veces denunciada por María de La Paz Higuera, de que en Venezuela existe Chávez y su pueblo, sin el necesario puente conector eficaz intermedio. Y como lo advirtió Fidel hace tiempo, el Presidente no puede ser el alcalde de Venezuela. Una acertada renovación del tren ejecutivo permitiría desplazar a quienes ven más por sus intereses que por los colectivos, y reducir la exposición mediática de Chávez, aumentando la participación de ministros y gerentes en sus áreas de competencia. Un solo palo no hace montaña, dice el refranero popular. Pero paralelamente, parece urgente revisar la estructura organizativa del PSUV, partiendo de la elección de autoridades que sean ajenas a cargos del gobierno y capaces de sumar en vez de restar, mediante una coexistencia armónica con otras organizaciones izquierdistas serias, leales y combativas.
Por otra parte, a simple vista pareciera que el gasto publicitario del alcalde mayor de Caracas, así como de algunos gobernadores como el de Anzoátegui, mantiene una relación inversa con el logro de votos en sus respectivas jurisdicciones. Ello sugiere que el apoyo popular se logra más con base en las obras puestas a la disposición del colectivo, que con la proyección personal de los responsables de la gestión, que más bien favorece a los propietarios de medios opositores al gobierno. Cuando se libra una lucha de clases como la que ocurre en Venezuela desde 1999, incluso hasta la acción de los gerentes más dedicados y eficaces, puede verse enmascarada por una campaña en contra sostenida a través de los medios de difusión nativos y extranjeros, afines al imperio; en consecuencia, además de la necesaria elaboración de un política comunicacional inteligente, lo último que podrían hacer dirigentes que se dicen revolucionarios, es facilitarle insumos a tales enemigos.
Ante el resultado favorable a la derecha, además del inmediato reconocimiento de su financista Bush, se han manifestado voceros del sector demandando la “reconciliación” del país. Según ellos ahora sí el CNE es confiable y ahora sí en Venezuela cabemos todos. Entre tales maromeros ideológicos destaca el actual presidente de Fedecamaras y algunos rectores de universidades. Nadie en la izquierda debe caer en esa nueva trampa, primero porque partimos de puntos de vista radicalmente opuestos, y en segundo lugar porque la derecha venezolana solo destila odio y desprecio hacia los chavistas.
Esa derecha venezolana se concentra en las clases medias y altas y aún en confundidas familias de medianos recursos, que manipuladas por la TV, sueñan con la acumulación de riquezas más que en cubrir necesidades reales, sin comprender la dialéctica del capitalismo. Solo personas tan cínicas como Emeterio Gómez, pueden subestimarnos tanto, como para pretender que un “capitalismo solidario”, o sea un oxímoron como diría Jorge Luís Borges, pueda sustituir nuestra esperanza y compromiso con el socialismo del siglo 21. En democracia se impone la mayoría y si temporalmente no pudimos lograr que esa mayoría se expresara, se trata de un hecho circunstancial que con los correctivos necesarios pronto podremos superar, más aún cuando el proceso electoral permitió al chavismo deslastrase de varios traidores. Chávez sigue siendo el Presidente y el proyecto el mismo: solo precisamos cambios tácticos, por Venezuela y por los otros países, que siguiendo nuestro ejemplo, han despertado en su lucha por una verdadera emancipación y soberanía.
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