En la base de la corrupción, democratizada hoy como nunca, subyace el interés individual e irrefrenable por el dinero fácil, que permitió a antiguos militares, caudillos y comerciantes, apoderarse de las mejores tierras del país a través de subterfugios “legales” y pactos de familias, para conformar el latifundio y la oligarquía que aún persisten. La misma viveza que hizo brotar fortunas de la mezcla de intereses políticos y personales desde el derrocamiento del Presidente Medina Angarita, Fedecámaras mediante, hasta el extremo de asignar ministerios a determinadas empresas durante la etapa eufemísticamente llamada “democracia representativa”, y que llevó a uno de sus líderes más representativos, gran gurú de los domingos, a afirmar que “en Venezuela la gente roba porque no hay razón para no hacerlo”.
Es la misma picaresca nativa que justificaba los frecuentes viajes y saraos durante los gobiernos de CAP, aunque en su segunda etapa aprovechó algún rastro operativo para destituirlo, haciendo justicia por motivos personales. Con este breve recuento podemos desmontar el estribillo hipócrita según la cual “lo que pasa es que en Venezuela se perdieron los valores”, cuando más bien cabe preguntarnos si alguna vez, en alguna gestión gubernamental, ellos existieron.
Lo que sí ha ocurrido es que la corrupción se transformó en un eje transversal a la estructura social del país. Dejó de ser un coto exclusivo de personas influyentes. Durante la cuarta república uno podía distinguir la “corrupción de cuello blanco”, de la ordinaria, ejercida ésta por corruptos tipo clase media, pero asimilados como gestores o “recomendados”. La primera atendía los grandes negocios del Estado y la segunda el quehacer cotidiano. El compadrazgo, el reparto de tarjeticas de presentación apoyando al ahijado, y el “cuánto hay pa’eso”, aunque se acordaba una tarifa plana de 10%, eran parte de la metodología. En la actualidad, una clasificación sistemática de la corrupción luce mucho más compleja y es materia pendiente de estudiosos. Por algo, en alguna parte de su libro “Antes de que se me olvide”, Alí Rodríguez Araque afirma, palabras más, palabras menos, que la corrupción en Venezuela es un mecanismo de redistribución del ingreso.
Al margen de los peces gordos, algunos de los cuales han sido recientemente puestos en evidencia por acción de la Fiscalía, incluso en una misma rama intermedia como la bachaquería, habría que separar entre los especializados en alimentos, baterías nuevas y usadas, lubricantes y otros fluidos para automóviles, medicinas, sangre para transfusiones, boletos para transporte aéreo y terrestre, cupos universitarios, renovación de pasaportes, citas para apostillaje de documentos, adquisición de timbres fiscales, reposición de cables de Cantv hurtados y un largo etcétera. Más aun, entre los bachaqueros de alimentos no deben confundirse los que ofertan productos mexicanos de las cajas CLAP, con los que venden alimentos criollos, porque aparentemente laboran con líneas de suministro diferentes. Y seguramente habrá otras subespecialidades, como las que incluyen en el área eléctrica, ofertas por internet de electrodomésticos de una reconocida marca china, que distribuye el gobierno a través del programa ”Mi Casa Bien Equipada”. El resultado neto es que la economía del país la controla el bachaquerismo y otras formas de corrupción, y no hay gobierno nacional ni regional capaz de frenarlos.
¿Cuáles serán las razones reales, para que no haya un combate frontal, sostenido y eficaz contra la corrupción que sustenta la especulación con los precios, más allá de las esporádicas visitas televisadas de un alto funcionario a ciertos negocios? ¿Cómo es que un fenómeno que ocurre frente a los ojos de todos y a cualquier hora, no puede ser castigado de manera ejemplar? ¿Será que a nuestra dirigencia jamás le han faltado los antihipertensivos, los antiasmáticos, los antibióticos, los antialérgicos, los antidepresivos o la insulina? ¿En ningún momento les han faltado los alimentos? ¿Acaso no han debido reducir su ingesta calórica y proteica diaria, ni les ha tocado esperar horas en una parada por la insuficiencia o saboteo de un transporte privado disfrazado de público? ¿Será que a ellos no les cobran vacuna cuando compran boletos en líneas aéreas? ¿Acaso no saben que, en los terminales de pasajeros, apenas venden unos pocos pasajes de autobuses por punto de débito y que el grueso de los viajeros debe cancelar en efectivo, tarifas millonarias? Si ninguno de tantos problemas los ha afectado, ¿entonces en qué se fundamenta su supuesta identificación con el pueblo, para adoptar posiciones de liderazgo? ¿Se limitan a conformar un nuevo estrato social emergente de “socialistas” acomodados?
Nada más lejos de la esencia chavista que esta clase de dirigentes de grandes camionetas blindadas, con escoltas, caravanas y motorizados altaneros, que encima de su indiferencia cómplice, se escudan detrás de llamados repetitivos a la unidad, mientras las diferencias sociales entre ellos y una masa cada vez más empobrecida, aumentan. Con razón cada vez más gente se burla de las arengas “socialistas”.
Es imprescindible el surgimiento de una nueva dirigencia que efectivamente salga desde abajo, que no olvide sus raíces sino más bien que demuestre su compromiso permanente con ellas. No basta con las adjetivaciones de “gobierno obrero” o aquello de que “somos hijos de Chávez” y otras palabrerías por el estilo. Se trata de que las palabras se conviertan en hechos.
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