Un hombre decidió visitar la prefectura de su parroquia en búsqueda del departamento del hombre maltratado. Y es que el individuo en cuestión, es de esos venezolanos que cada viernes, una vez concluidas las actividades laborales de toda una ardua semana, acostumbra con unos panas a echarse las friítas y tirar una partida de dominó.
El hombre en cuestión, acudió a la prefectura de su parroquia a sabiendas de la existencia del departamento de la mujer maltratada, en donde su vecina, había acudido a denunciar las continuas situaciones de violencia doméstica que se suscitaban en su hogar por la condición celópata de su marido quien la golpeaba de manera consuetudinaria.
El hombre, al no dar con el fulano departamento, el del hombre maltratado, se dirigió al departamento de la mujer maltratada. Ahí, fue atendido por una amable Trabajadora Social a quien le expuso su caso:
“Mi esposa, le comenta a la Trabajadora Social, todos los viernes arma un sanfarrancho porque llego más tarde de lo acostumbrado. Ella me recrimina por el hecho de llegar con unas cuantas cervecitas encima; no acepta y no entiende mi necesidad de compartir con mis panas. Como en verdad no le hago caso y no la complazco, ha llegado a agredirme físicamente; con bofetadas; escenas de celos; conminándome al abandono del hogar; arrojándome la ropa a la calle; todo esto, en presencia de mis hijos.” [sic]
Esta historia, que no es fábula; es la situación que muchos hombres en este país y en muchos otros también, viven y callan por “hombría”; esa hombría a veces mal entendida; en donde al parecer, la violencia entre géneros humanos para la justicia es unidireccional; del hombre hacia la mujer y nunca en sentido contrario.
Un hombre víctima, hace frente a dos obstáculos: en primer lugar, demostrar su condición de víctima y en segundo lugar, debe asegurarse de proteger a sus niños para que estos no se conviertan en nuevas víctimas.
La mayoría de los hombres reaccionan permaneciendo en silencio ante la agresión femenina. Este silencio es animado, a menudo, por factores tales como: el miedo al ridículo, a que la acción violenta de su mujer no sea verosímil y al temor a ser destruidos económicamente como consecuencia de la separación.
Está suficientemente demostrado, que cuando un hombre ha probado que él es la víctima, parece que la línea de conducta que le queda es salir del hogar; situación similar de ser él, el victimario.
Al igual que la mujer que culpa de sus hematomas a muchas puertas, los hombres víctimas de sus mujeres, no se atreven a decirle a ninguno de los miembros de su familia la situación por la que está pasando y da las explicaciones más increíbles de sus lesiones; incluso, cuando los atienden en hospitales o consultas privadas porque temen la humillación y el estigma; en especial, cuando la violencia es peligrosa para su vida.
En nuestra cultura latinoamericana, se acostumbra a calificar de “pendejo”, al hombre que se deja agredir por una mujer y en especial, sí de su compañera se trata.
Se sabe que, en situaciones como esta, hasta la propia familia del afectado interviene. Es común que la madre y hermanas del afectado, lleguen a tildar a su hijo o hermano, de “macho de la cabra” si este no responde ante la agresión de su mujer con agresión y la sienta de nalgas. [sic]
Empero, si un hombre responde con violencia ante la violencia de una mujer, él no se está defendiendo; él está agrediendo; caso contrario, si él agrede y ella responde con agresión, ella se está defendiendo; de tal forma, que en cualquiera de las dos situaciones, él se mueve en el péndulo maldito y termina, cual malayo, denunciado en la prefectura de su parroquia, en el departamento de la mujer maltratada, que sí existe, y le aplican, la novísima ley de violencia contra la mujer.
Este artículo nace con motivo de un TV-FORO que se trasmitió en días pasados en Venezolana de Televisión. En ese programa, un panel de “expert@s” disertó sobre el tema de la violencia en contra de la mujer; de la violencia desatada del hombre hacia la mujer.
¡Ese programa, fue de terror para el sexo masculino!
Quien haya visto este programa y pertenezca al sexo masculino y practique la violencia doméstica, debe saber a lo que se expondrá en lo sucesivo, si se le ocurre maltratar física, moral o sicológicamente a su esposa o compañera.
La violencia hacia la mujer en todas las sociedades, occidentales y orientales, ha sido una epidemia. Ha sido motivo de largas luchas de los grupos feministas quienes han visto retribuidos sus esfuerzos, mediante el advenimiento de leyes “modernas” que, según quienes las impulsan, pretenden garantizar los derechos humanos de la mujer ante la violencia del llamado sexo fuerte mediante penas ejemplarizantes. No obstante, en opinión de otros estudiosos del tema, entre ellos expertos juristas, lo que se busca en realidad con estas leyes, es castigar el mal comportamiento de los varones en general.
Pero, ¿cuándo se tocará el tema de la violencia desatada de la mujer hacia el hombre?
La violencia de la mujer hacia el hombre no es un mito; es una realidad; una realidad que se vive también día a día en nuestra sociedad. Se ha llegado a decir que la violencia del hombre hacia la mujer para nadie es un secreto; en tanto, que la violencia de la mujer hacia el hombre, si lo es.
Hay estudios que dan cuenta de una paridad en términos porcentuales de agresiones en todas sus variedades hacia el hombre, hasta de un 50%.
Las encuestas sobre violencia intrafamiliar realizadas en Estados Unidos, arrojan datos sorprendentes. En casos de violencia severa, básicamente física, el 35% se atribuye al hombre, el 30% a mujeres y el 35% restante a ambos sexos. Cuando se analiza el conjunto de los casos de violencia, incluida la emocional, la doble participación (hombre y mujer) se acerca al 50% de los casos, lo cual echa por tierra el argumento unidireccional (hombre-mujer) de la violencia entre parejas.
La medicina moderna está enterada de ciertas condiciones que pueden hacer violento a un ser humano, pero la sociedad espera que tales personas busquen ayuda o tratamiento médico.
Se espera, en tales casos, que los hombres tomen la responsabilidad de la violencia y el abuso sin aceptar ninguna explicación o excusas. Sin embargo, cuando es la mujer la violenta, la sociedad proporciona toda una lista de excusas, por ejemplo: Que tiene depresión, stress, PMT post-natales, irritación por su obesidad, desórdenes de la personalidad; le llegó la menopausia; es por el síndrome pre-menstrual y está en sus días, traumas de la niñez, la provocación, la autodefensa y hasta el popular dicho utilizado como chantaje que, a la mujer ni con el pétalo de una rosa, es usado para evadir responsabilidades. Sin embargo, a los hombres también les afectan algunos de estos problemas y no son entendidos como tal.
Cuando una mujer es violenta y abusiva con su cónyuge, no se asume necesariamente que ella es una mala madre. Si un hombre es violento hacia su mujer, se asume automáticamente que él es un mal padre. La ley presume que los niños siempre estarán mejor junto a su madre. Por lo tanto, las únicas opciones para los hombres es tolerar el abuso de la violencia o irse de casa, puesto que bajo la ley, no tiene una protección verdadera para él.
En tiempos de igualdad entre hombres y mujeres en donde ambos géneros ocupan cargos comunes y desempeñan funciones con igual eficiencia, tal el caso de los poderes públicos en Venezuela; donde, de cinco que constituyen el Estado Venezolano, cuatro son presididos hoy día por lindas e inteligentes mujeres venezolanas, se impone, no una ley castrante hacia el hombre; se impone una “Ley Orgánica Integral Contra la Violencia de Género”, que garantice, de manera justa, los derechos entre mujeres y hombres. Caso contrario, sólo se habrá aprobado una ley; la ley de violencia contra la mujer que, en malas manos, se puede convertir en un instrumento para la degradación y criminalización del sexo masculino.
¡El que tenga oídos, que oiga!
(*)Médico
elieceralvarado@hotmail.com