La historia de un hijo de papi que se creía muy bello

En “Al este del Edén” (1952), novela de John Steinbeck, aparecen dos hermanos, que bien pudiéramos relacionarlo en un perfecto símil con la actual realidad nacional: uno como representante del chavismo y al otro como de la oposición. El primero, hosco y retraído, sin maneras finas, sin mucha educación, por haber sido poco amado, poco atendido y con lo que al transcurrir del tiempo acabó por ser catalogado de raro y peligroso (sin que en el fondo jamás hubiese hecho nada malo y más bien buscase lo mejor por sus semejantes). La oveja negra. El otro, pues era el preferido, el consentido, el bello, el que todo se lo merecía. El mingón.

Por un extraño fenómeno el malcriado y consentido comienza a sentir que su hermano le supera en inteligencia y en inventiva porque ha tenido que sacar fortalezas de la nada, del dolor, de la soledad, del abandono, del desprecio y hubo de sobrevivir en medio del desamor supremo. Nada de lo que hacía para merecer el cariño de sus seres queridos era tomado en cuenta.

Ocurre sin embargo, que la novia del mimado comienza a interesarse por aquel ser complejo que en su soledad es noble y desprendido de lo material y, por fuerza llega el día del enfrentamiento: una noche, el mimado, el predilecto, va y le dice cosas terribles, cargadas de odio y de humillantes ofensas al hermano díscolo.

La oveja negra le mira fijamente, y le dice: “Hermano, quiero mostrarte algo, que debes saber. Hay una verdad que tú desconoces”. El mingón queda seducido por la fuerza de resolución implícita en el mensaje y se deja conducir siendo llevado hasta un burdel que regenta su madre, a quien el hermano bello y sano, el hermano cuerdo y preferido, suponía muerta. “Esa que está allí –le dice el hermano feo- es vuestra madre. Ella no estaba muerta. Anda abrázala, pídele la bendición. Bésala…”

Esa meretriz es el símil protuberante de la democracia venezolana. Es la gran meretriz de la estafa, del consuetudinario engaño, de la incontrolable corrupción en que por tanto tiempo habíamos vivido. Aquel ser consentido, mimado, no pudo soportar la fuerza de aquella verdad y entra en las tinieblas de la locura. Lo que se odia en Chávez es esa verdad que nos ha mostrado en sus huesos, en carne viva, que uno, una vez que la ha visto no puede volver a ser el mismo. Esa es la razón y la causa de toda la división que siempre existió entre nosotros, y que hoy nos desgarra por haberla palpado en toda su cruda, patética y cruel dimensión.

Los de arriba, los que siempre nos habían tratado de mantenernos contentos con trucos de habas y promesas, y para quienes jamás el pueblo estaba en condiciones de entender los fenómenos de la realidad, padecieron el shock del desparpajo de Chávez y de sus verdades, las cuales de inmediato las catalogaron como actos de violencia, de terror y de muerte, porque en verdad nada es tan desintegrador, chocante y violento como el acabar con tabúes, echar por tierra mitos y arrancarle la careta a los farsantes. El desvelar tantos negocios oscuros, tantas falsas personalidades acaparadoras de pomposos títulos de magistrados, intelectuales, científicos, Ph.Ds, académicos, summa cum laudens, fue el gran final de la farsa: se fueron abajo sus arrogancias con las que creían que aquí nada funcionaría; sus prestigios se fueron por los suelos, sus méritos (meritócratas) y sus sabihondeces se hicieron polvos al primer soplo. Todo aquel mundo apuntalado, claro, sobre las falacias con un grueso velo montado por los dueños de los medios de comunicación. Así sucedió.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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