Los misterios del lenguaje son tan complicados como los “misterios de la ciencia” (profesor Lupa dixit). Veo ahora con cierto dejo de emoción una nueva actitud crítica frente a nuestro particular proceso revolucionario. No espero ver ni escuchar a un, ponte tú, supongamos, Aristóbulo Istúriz o Freddy Bernal haciendo un mea culpa en vivo y directo frente a una cámara, eso no es estratégico y los “trapitos sucios se lavan en casa”.
Eso se entiende, pero lo que no se pudiera entender en ningún sentido, sobre todo por el estado de peligro latente de la Revolución a propósito de los resultados del 26-S, es la no discusión a lo interno de sus instancias decisorias, llámese buró político del PSUV o el alto Gobierno, de los asuntos más sustantivos para la recuperación real de la credibilidad de este proceso. Si la gente no votó por la Revolución no fue porque la derecha hizo un trabajo político encomiable. No miremos solamente hacia ese lado camaradas, miremos a lo interno de nuestro propio proceso y ubiquemos allí dónde están esos flancos débiles resta-votos. En este punto coincido con Santiago Arconada y su artículo en tono irónico denominado: La victoria admirable http://www.aporrea.org/actualidad/a109521.html aparecido en este importante medio. Llamo la atención sobre estos asuntos medulares que bien menciona el camarada Arconada.
Ya esta es la tercera vez, que yo recuerde, que se invocan las Tres R. ¿De qué ha servido eso? ¿Será que a la tercera sí, que ahora va la vencida? Veremos. Lo que irrita, lo que molesta de alguna forma es que las Tres R, al igual que La Artillería del Pensamiento, Moral y Luces, los Cinco Motores, las Diez Líneas Estratégicas, el Plan Revolucionario de Lectura (PRL) y otros, terminan reducidos a unas gorras, unas franelas, unos eslóganes y un par de reuniones, e inician, por lo regular, en un Aló Presidente. A lo sumo esa efervescencia se desvanece a los dos meses; ingentes recursos económicos se invierten en esos planes y programas destinados, supone uno, al fortalecimiento ideológico-político de los correligionarios de la Revolución, o sea, fundamentalmente el pueblo. Pero al poco tiempo todo vuelve a un estado inercial: quedan las gorras, las franelas, las pancartas con los eslóganes; hasta allí. No hay una visión trascendente (política) del asunto; lo electoral-coyuntural es lo que mayormente ha movido al proceso revolucionario en estos últimos años. Lo cual no quiere decir que no se haya avanzado en lo político, claro que hay avances, no obstante debemos revisar qué va de primero en un proceso como el que se intenta sacar adelante en el país, si lo electoral o lo político, en un proceso que necesita ser profundamente revisado, discutido, analizado, criticado, puesto en cuestión; en definitiva, todo aquello que permita reorientar estratégicamente el proyecto. Estamos perdiendo terreno y eso no debemos ocultarlo. Por el contrario, un buen estratega se detendría a pensar los porqués de tal situación. Ya se ha dicho hasta el hartazgo, la crítica es consustancial a todo proceso de emancipación social, a todo proceso revolucionario.
Dejemos atrás los epítetos fáciles, los descalificativos mordaces y otros que se realizan cuando alguien intenta generar el debate y hacer la crítica (a secas, nada de (críticas) constructivas y destructivas, veo siempre, contrario a lo que algunos pudieran pensar, un carácter positivo inherente a la crítica); es hora de pensar la Revolución desde diferentes ángulos y animados por un mismo horizonte programático: la justicia social sustantiva. Para ello debemos entrar al terreno fértil de la discusión y el debate. Este 26-S debe darnos algún tipo de lección, a juro y porque sí.
Hay que criticar y debatir; de suyo eso es un aporte sin igual a la Revolución. La crítica en sí misma tiene un carácter contralor. Quienes temen de la crítica no pueden ser llamados revolucionarios, porque todo proceso revolucionario tiene a lo interno de sí mismo pequeñas revoluciones, etapas entrópicas que permiten decantar lo que haya que decantar. He allí la crítica y el debate serio para comenzar ese proceso de decantación. Crítica y debate que están en todas partes menos en el PSUV. Allí no se discute, se acata un guión.
Se discute en la cola del banco, en el ascensor, con el señor del taxi, en la parada del bus, el pueblo discute por doquier, tiene una necesidad de discutir tremenda; pero no en el PSUV; allí hay que ser disciplinados, pero es un tipo de disciplina rara, suerte de religión que no te permite dudar; si fuese una religión se entendiera que la duda es un problema, pero en un partido político, la duda y la discusión son vitales. Eso, camaradas todos, debe cambiar. Se simula una discusión, se simula un debate; al final no hay tal cosa.
La estructura “verticalísima” del PSUV es antagónica a cualquier proceso real de discusión. Si intentas poner un tema en cuestión, te adjudican un epíteto, la mirada de sospecha cae pesada sobre ti, tu impureza revolucionaria sale a flote. Entonces el puro, el “revolucionario” más comprometido no te da la cola en su Fortuner 2011 y te mira de soslayo a la salida de la reunión del PSUV cual si fueras un lacayo del Imperio; ni modo, te sale esperar la camionetica y para más ñapa te quedaste con el mote y con la mirada de sospecha de los dirigentes regionales del PSUV (el de la Fortuner 2011 full equipo); eres un impuro, no entiendes el proceso, eres débil ideológicamente hablando, etc., etc., etc. (...)
¿En qué punto no se entiende esto del debate y la crítica? ¿En qué punto dejamos de ser leales al proceso si abrimos la boca o ponemos a funcionar la pluma para intentar generar la discusión de cómo vamos construyendo la revolución? No sé, pero tengo la impresión que detrás de esos que no quieren debatir, que rehúyen a la discusión se oculta algo más que la incapacidad de discutir, que hay ciertos intereses de otra índole que operan detrás de la fachada del compromiso absoluto, religioso y obcecado; como unas ganas “sobrenaturales” de decir cuán comprometidos están con la Revolución, que en ellos hay una pureza revolucionaria total que no permite ningún tipo de sospecha, que no da cabida a la duda de ningún tipo.
Una pregunta maliciosa (como buena pregunta que es), ronda desde hace días en mi cabeza: ¿Cómo estará siendo evaluado la Revolución por parte del pueblo? Y esta pregunta me la hago viendo superficialmente algunas caras de la oposición que salieron favorecidas por el voto popular el 26-S (recordemos en este punto el llamado de Fidel al comandante Chávez: “En Venezuela no hay 4 millones de oligarcas”); me refiero a dinosaurios de la IV República como Ramos Allup, Alfredo Ramos, Enrique Mendoza, Andrés Velásquez, entre otros. No sólo salieron favorecidos por el voto popular, ya ello es un punto para el análisis; debemos analizar además que estos diputados son “Zorros viejos” y con viejas mañas, que saben moverse en esos terrenos. No me imagino a un camarada como Robert Serra, muy animoso y combativo, además de bueno discurseando, entrar a debate con uno de estos viejos carcamanes de la política nacional; en todo caso, imaginarme esa escena ya es un ejercicio que también invita a pensar estrategias políticas. Volvieron las lógicas adeco-copeyanas a la Asamblea Nacional. No revivieron solos, nosotros les dimos el aliento vital a estos cadáveres insepultos. Debemos detenernos a pensar en el mensaje político que está enviando la Revolución. No hacerlo es contribuir a la debacle.
Por ningún motivo podemos permitir que la derecha siga avanzando; lejos de entrar en una dinámica confrontativa con ésta, creo más provechoso iniciar un proceso real de revisión estructural de nuestro particular proceso revolucionario. Las revoluciones sólo pueden darse en dos dimensiones paralelas: la material y la inmaterial. En la primera de estas dimensiones se trataría de generar las condiciones objetivas para que la gente pueda vivir mejor: carreteras, seguridad, vivienda, educación digna y de calidad (real: en lo político-ideológico y en lo técnico-teórico), salud integral y de calidad para todos, aumento integral de sueldos a todos los trabajadores del sector público (que permita el pago de la canasta básica y que eleve el nivel adquisitivo de los venezolanos), redes de comunicación intra y extra urbano, medios de comunicación populares que respondan a las necesidades comunicacionales del pueblo y no del partido, banca pública eficiente (no como el adefesio del Banco Industrial que no sé cómo rayos se mantiene ni porqué); en suma, generar niveles de vida más dignos para el pueblo en su conjunto. Sin eso, es casi imposible la otra dimensión que tiene que ver con lo ideológico, con el fortalecimiento de un corpus de ideas y nociones que nos orientan en el devenir de la vida social.
La participación de la gente, el protagonismo social que demanda la Revolución se ve truncado, muchísimas veces, ante la carencia de condiciones materiales de vida estables: con hambre, con un sistema de salud deficitario (cosa que el propio Presidente reconoció en cámara), con inseguridad, con altos precios producto de la inflación galopante y con una especulación considerable, adicionándole a ello la corrupción, la ineficiencia, entre otros males; cómo pedirle al pueblo disciplina, participación y emancipación social si a la señora X le mataron al hijo y su marido no tiene trabajo: es la historia de la Venezuela profunda y cotidiana que no sale en los medios privados acaso que no sea con un sesgo altamente politizado. Con qué ánimos participar, de dónde se saca la fuerza para conformar un Consejo Comunal y participar en él si las condiciones de vida no son las mejores.
(Inciso único: Por cierto, ¿qué será de la vida del parlamentarismo de calle? No es recomendable hacer el ejercicio ese de preguntarnos: ¿qué será de la vida de…? Seguramente el saldo no será positivo al ver cómo desaparecieron personajes, planes, programas, entre otros de la opinión pública común. Un solo ejemplo para ilustrar: hace una par de años, dos nomás, José Vicente Rangel Ávalos era el alcalde del municipio Sucre del estado Miranda, qué será de la vida de él, o de Giovanni Vásquez, el testigo estrella del también desaparecido caso de Danilo Anderson, por ejemplo).
Pero llega el burócrata X, camioneta nissan pathfinder 2011, guardaespaldas por delante y una comitiva de gente atrás; viene a “conectarse” con el pueblo; camisa roja, gorra roja; besa a las viejitas, carga a un par de carajitos (no bebe agua en el barrio; eso sí, las condiciones de salud deben cuidarse, la gente del barrio es otra cosa, ellos están acostumbrados-naturalizados a esa agua fétida que no puede beber el burócrata); llega y se monta en la tarima y comienza a pedirle al pueblo, con voz ronca y altiva, cual Che Guevara venezolano, que “deben comprometerse con la Revolución, este proceso es de la gente, de los pobres y sin ustedes es imposible dar la batalla por la emancipación social (ese mismo discurso lo había dado tres horas antes en otro barrio contiguo). Finaliza con la frase: “Patria socialista o muerte”. Se va; los guardaespaldas apartan al pueblo, se monta en la nissan pathfinder 2011 (el “último grito” en camionetas full equipo) y se va a su casa. Se lava muy bien, pide un nada despreciable 18 años y pone SPNE Deportes para ver cómo quedó el juego entre el Barcelona FC y el Real Madrid.
Mientras se nos pide compromiso, las necesidades del pueblo no van tan allá como tener una nissan pathfinder 2011, una cuenta en dólares y negocios con empresas transnacionales; son más modestas: casa, empleo digno, educación, salud y seguridad, entre otros. No son tan excesivas y exquisitas como las del burócrata; modesticas y concretas, humildes como el pueblo.
Finalmente invito a todos los camaradas a no morir con un grito en el estómago, los invito a echar su palabra al aire, a discutir y avanzar. No esperemos las lamentaciones ni las excusas históricas. La hora de la patria está llamando.
¡Hasta la victoria siempre!
Buenos Aires, 06 de octubre de 2010
johanmanuellopez@hotmail.com