Primero la Unasur y luego la OEA reconocieron el resultado. La aceptación del comandante Hugo Chávez de una derrota en el año 2007 en elecciones para reformar la Constitución resulta un antecedente demoledor a la hora de sostener el sistema democrático en el país.
Las acciones que hoy están llevando adelante el candidato opositor van mucho más allá del planteo del recuento de votos. Detrás de eso se esconde su objetivo primordial de desgastar al gobierno recién electo para ir sondeando, con el correr del tiempo, la posibilidad de generar una situación que llegue hasta una intervención militar externa.
Pero cuando se habla de la política exterior norteamericana, una cosa es Estados Unidos, otra su propio gobierno y, también, debe analizarse la postura de la derecha estadounidense. A veces, tienen criterios, metas y prioridades comunes y otras veces no. La tarea primordial de esa derecha es desestabilizar al proyecto popular que viene, democráticamente, imponiéndose en Venezuela desde 1998. Su tarea se extiende a lo largo del mundo pero en nuestro continente lo concretó en Haití, Honduras, Paraguay y con el propio Chávez en 2002, aunque aquí pudo revertirse la situación.
Algunos intentos fracasaron, como el alzamiento policial contra Rafael Correa en Ecuador o el intento de secesión de las zonas más ricas del Estado Plurinacional de Bolivia, con base en Santa Cruz. La intervención de la Unasur, con un rol protagónico de Néstor Kirchner, evitó esa estrategia de desestabilización que escondía claros golpes de Estado.
En Venezuela la referencia más cercana que fueron las elecciones en que Hugo Chávez triunfó en 2012. Allí se montó un operativo donde periodistas –entre ellos Jorge Lanata– y dirigentes políticos anticiparon un triunfo de Capriles con la intención de decir, después, que había existido fraude. La contundencia de los números y el apoyo de Sudamérica derrotó a esa intentona.
Los golpes de Estado que propicia la derecha estadounidense se expresan de distintas formas y con diferentes grupos sociales (ya no con el rol principal de las Fuerzas Armadas), y utiliza instrumentos de financiación que hoy comienzan a quedar expuestos en su mecánica de funcionamiento. Este es el caso de la expulsión de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) por parte del gobierno de Evo Morales.
Este tipo de ONG son financiadas directamente por la CIA y en el caso de referencia, el presidente boliviano la acusó de intromisión en los sindicatos campesinos y de desestabilizar a su gobierno. Organizaciones de este tipo existen en toda América Latina y actúan como avanzada de una política intervencionista mayor.
En el escenario continental están quedando en evidencia, de manera contundente, los actores y sectores sociales, económicos e institucionales que operan con esa derecha estadounidense. Y no existe país que no esté expuesto a esa estrategia.
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