Sobre la Organización Revolucionaria

En los planteamientos genéricos se insiste mucho en la necesidad de un partido o una conciencia preclara y externa que guíe estos movimientos sin dirección hacia objetivos políticos revolucionarios con una identidad netamente socialista. Otros, guiados por concepciones libertarias, consideran que los partidos como ejes transversales del salto cualitativo están en consideración. No es la teoría lo que los ha derrotado como alternativa a futuro sino la historia de traición y conciliación del ejercicio del poder, del método y el modelo empleado lo que les ha quitado credibilidad. Sobre todo, cuando se trata de movimientos masivos o de vanguardias amplias y colectivas que no aceptan esa exterioridad a ellos y exigen dirigentes salidos de sus propias luchas, esencias e identidades. Estos movimientos masivos y populares pocos son doctrinarios. Podrían ser socializantes, libertarios o rebeldes. Son una nueva experiencia de pueblo, una resistencia distinta, diversa y discontinua que no se ve representada en nadie. Sometidos a debilidades ideológicas y orgánicas y a la necesidad de reconstruir su experiencia desde paradigmas de pensamiento y acción, de afectividad y comunicación donde el profesional de la revolución no tiene cabida como intermediario exterior a las subjetividades presentes.

El dirigente y fundador de la Liga socialista, Jorge Rodríguez, entendió y denunció que en Venezuela no existía una vanguardia proletaria. Entre sus argumentos estaba la cuestión de la exterioridad con las masas en las cuales se habían formado los partidos de izquierda. En su análisis afirmaba que una vanguardia no es más que un hombre del pueblo que posee una formación mínima de la teoría marxista y de la experiencia internacional que le permitía sistematizar las ideas, vividas por él y su gente, en una relación de exterioridad al conflicto cotidiano, para luego de discutirlas y darles una visión estratégica, volverlas a la interioridad de las masas, que finalmente las negarían o enriquecerían, en este proceso dialéctico donde la práctica y la teoría marcharían juntos de manera interminable.

Pudiera decirse que existen muchos elementos que demarcan la existencia de una vanguardia política. Tanto importantes sectores del pueblo, como el mismo núcleo de Chávez han actuado como vanguardia; han sabido defender la revolución para aplicar su programa (Constitución) y han sabido criticar al poder constituido, aunque sea de forma insuficiente. Ahora, la cuestión estaría en determinar si esa vanguardia además de política es revolucionaria. La otra vanguardia, la popular, además de silvestre y con características de espontaneidad, también se ha venido dando mediante unificación del movimiento popular en torno al líder en 1998 y la apertura a gran escala de la discusión del programa bolivariano.

Para definir y construir una vanguardia política se deben tener en cuenta que ella está inserta en la lucha entre dinámicas: la dinámica del poder constituido, la dinámica del poder constituyente y la dinámica de la contrarrevolución.

Hay núcleos históricos de organizaciones revolucionarias que actúan de manera fragmentada e inconexa. Estos, si lograran unificarse, pudieran a mediano plazo (re)definir explícitamente y con amplio respaldo del pueblo, en términos de Dieterich1, los cuatro grandes elementos de su proyecto histórico: El programa o contenido del cambio, los sujetos del cambio, los tiempos de transformación y las formas o métodos de lucha, esa organización además, debe mostrar que actúa en coherencia con cada uno de ellos.

El movimiento popular venezolano no reconoce totalmente a la nueva clase política con asiento en la Asamblea Nacional y en otras instituciones de la Quinta República, como parte de su vanguardia y actúa, en algunos momentos bajo una visión crítica que pudiera interpretarse con la abstención electoral y otros “desbordes”desobedientes. Desde esta última mirada el pueblo mismo es vanguardia y es “superior a sus dirigentes”. Se edifica una concepción donde el pueblo vigila a sus gobernantes, enjuicia y veta. Una vanguardia concebida con esa horizontalidad supera la idea de la construcción clásica del partido de cuadros, que casi siempre termina convertido en el poder constituido de gente selecta. Se asienta en una visión de la red de redes, es una respuesta a las prácticas burocrática que se presenta bajo en enfoque de la partidocracia como organización. Superando la construcción aparatista de supuestos partidos de vanguardia que sustituyen al pueblo en su tarea histórica conduciendo las revoluciones a su interrupción o derrota.

Para los que defienden al partido clásico la cuestión crucial estaría en la disyuntiva entre partido de la burocracia o partido de la revolución. Conciben una organización revolucionaria inserta en dinámicas sociales. Una vanguardia del protagonista cotidiano de la revolución, que tenga en cuenta lo que hemos sido y somos, que no considere al ciudadano indígena o al ciudadano urbano-rural como simple observador de la dinámica de la democracia representativa institucional, sino como el sujeto principal de cualquier cambio revolucionario. Un sujeto colectivo en una praxis consciente2 para que se produzca el salto social en la humanidad: el socialismo como alternativa al capitalismo. Estamos hablando de un proceso de comprensión realizado por un sujeto colectivo integrado por millones de almas y no sólo de un sujeto de cuadros de vanguardia. Un poder popular más horizontal, más cercano a la vida de la gente que originó la revolución. Con Asambleas Populares decisorias que se entiendan directamente con los gobernantes. Ello introduciría una profundización en el programa de la revolución y conllevaría a definir objetivos estratégicos del movimiento popular.

En la llamada Nueva Cultura Política el asociado tiene que ayudar a que su compañero escuche, más que hable; consense, más que imponga; acompañe, más que vanguardice. Algunas premisas serían:

“El Colectivo militante se organiza en función de trabajar porque sean las masas las que progresivamente tomen la iniciativa.

No inventa formas de lucha: descubre, sistematiza, orienta, generaliza e impulsa el desarrollo hacia niveles superiores, de aquellos que dentro de la práctica social del pueblo ocupan un papel secundario y determinan el valor que pueden tener dentro de una política de largo alcance.

Las organizaciones populares no le pertenecen y por lo tanto debe respetar la autonomía e independencia de ellas. Esto implica renunciar al concepto de las organizaciones populares como correa de transmisión del partido en su relación con las masas. Ellas no son su apéndice sino que representan el agrupamiento voluntario de sectores de la población en torno a la lucha por intereses concretos.

No estimula la organización y educación del pueblo por la simple finalidad de controlar las organizaciones populares o de lograr militantes para su tendencia. El propósito fundamental de la organización y educación del pueblo, es impulsar el proceso de acumulación de fuerzas entre el pueblo y sus enemigos en la medida en que el pueblo va tomando la iniciativa.

La organización revolucionaria se construye desde abajo hacia arriba en correspondencia con las necesidades presentes y futuras del movimiento de masas”.3

En todo caso, cualquier decisión de formar un todo partidista debe ser de un amplio consenso, ahondar en la discusión dentro de colectivos y militantes de formación muy heterogénea, sin tubos ni imposiciones que creen nuevos recelos que invaliden estos intentos de “unidad”. Interesante sería que fuera síntesis y no decreto, ni simples fusiones de aparatos burocráticos huérfanos de estrategias de largo plazo.


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Rafael Pompilio Santeliz

Doctor en Historia. Profesor de la UBV. Trovador, compositor y conferencista. Militante de la izquierda insurreccional desde el año 1963. Presidente de Proyecto Sueños Venezuela en el estado Miranda y Vicepresidente de la Fundación Gulima, Radio comunitaria en San Antonio de los Altos.

 pompiliosanteliz@hotmail.com

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