1º de
enero de 1960
Comandante Ernesto Guevara.
La Habana –
Cuba
Admirado Guevara:
En su viaje
a Buenos Aires, el periodista R. Walsh nos ha explicado con minuciosidad
y entusiasmo la hazaña que ustedes han llevado a cabo. Durante
más de cinco horas, en mi casa de Santos Lugares, donde yo había reunido
un conjunto de amigos, disipó una cantidad de malentendidos que confunden
a la opinión pública del país.
Es precisamente
este hecho el que induce a escribirle esta carta, para que usted, como
uno de los jefes de la revolución cubana y en su condición de argentino,
pueda ayudar a una mejor comprensión del problema que mutuamente nos
atañe; y para que el movimiento cubano alcance en nuestra patria
la repercusión popular que debía tener. Esquemáticamente, el
problema tiene los siguientes aspectos que requieren un análisis (para
un examen más circunstanciado, me permito remitirle El otro rostro
del peronismo, que publiqué en 1957):
1. La revolución
cubana fue saludada con alborozo por la oligarquía argentina en pleno,
porque veía en ella la continuación o equivalente de la revolución
de 1955 contra el peronismo. El uso abstracto y equívoco de palabras
como “libertad” y “tiranía” dio este resultado paradojal.
La misma causa que a tantos intelectuales argentinos nos llevó a situarnos
contra el auténtico pueblo argentino.
2. Como consecuencia
inevitable del hecho anterior, la inmensa mayoría del pueblo trabajador
tomó posición contra ustedes. Pueden leerse en barrios obreros
del Gran Bs. As enormes carteles que dicen: “Viva Perón, muera Fidel
Castro”.
3. Con el desarrollo
de los acontecimientos cubanos, sobre todo con la aplicación de medidas
sociales y “comunistas” las señoras de nuestra oligarquía y los
prohombres de nuestra democracia temen crecientemente haberse equivocado
y ya pueden oírse a muchos de ellos que sostienen que Castro se perfila
como un nuevo Perón. Por desgracia, las masas populares no experimentan
correlativamente el movimiento inverso (tal es la confusión reinante)
y Castro sigue siendo por antonomasia, un libertador del mismo género
que el almirante Rojas. Vinculado a este fenómeno de definición,
es clave lo que pasa con un personaje como Jules Dubois, quien ya ha
cantado en Cuba o para Cuba la misma hipócrita cantilena sobre la “libertad
de prensa”.
¿Cómo puede
haberse llegado a una situación tan equívoca y hasta paradojal?
El análisis nos llevaría muy lejos y no vale la pena que lo haga aquí,
sobre todo porque, siquiera someramente, lo hice en el folleto que le
envío en este mismo correo. Y aunque en ese ensayo todavía mantengo
algunas posiciones que posteriormente he superado y rectificado, permanecen
válidas en esencia las reflexiones que hago sobre el sentido equívoco
de palabras claves como “libertad”, “izquierda”, “democracia”
y “revolución”. La historia es desgraciadamente impura y
a menudo nos valemos de vocablos que han sido superados y hasta invertidos
por el proceso histórico; pero la fuerza de las palabras es tan grande
(casi diría tan mágico) que prevalecen muchas veces sobre los propios
y evidentes hechos. Cuando en la época de nuestra famosa Unión Democrática
tantos intelectuales de “izquierda” marchábamos al lado de conservadores
como Santamarina y señoras de la sociedad, deberíamos haber sospechado
que algo estaba funcionando mal.
Cuando en momentos
en que se producía la revolución de 1955 yo vi modestas sirvientitas
llorando en silencio, pensé (por fin) que los árboles nos habían
impedido ver el bosque y que los afamados textos en que habíamos leído
sobre revoluciones químicamente puras nos habían impedido ver con
nuestros propios ojos una revolución sucia (como siempre son los movimientos
históricos reales) que se desarrollan tumultuosamente ante nosotros.
No crea, Guevara,
pues, que le estoy pidiendo a usted, un examen o reexamen de nuestro
problema argentino: le pido algo que muchos de nosotros aquí estamos
haciendo con toda humildad. Usted, como yo, fue no de los estudiantes
o intelectuales de izquierda que rehuyeron la personalidad equívoca
demagógica de Perón; con la diferencia de que usted luego se ha mantenido
lejos de nuestra realidad y nosotros, en cambio, vivimos todo el proceso,
incluso el revelador proceso de la “revolución libertadora” (en
este país todo empieza con mayúsculas, pasa luego a minúsculas y
finalmente termina entre comillas). Cuando los coroneles de extracción
nazi se hicieron cargo del gobierno en 1945, muchos que éramos antifascistas
repudiamos aquel golpe y, en cuanto a mi propia persona se refiere,
debo decir que fui expulsado de mi cátedra y condenado a prisión por
desacato. Este hecho inicial acaso explique mi sistemático alejamiento
de un proceso que sin embargo fue haciéndose cada vez más popular,
hasta convertirse en proceso social más profundo que jamás haya experimentado
nuestra patria.
Puedo decir
en mi descargo, no obstante, que nunca fui antiperonista del mismo género
que podría serlo, digamos, Victoria Ocampo. Recuerdo haber discutido
en pleno régimen peronista con ella (a quien respeto como persona y
como escritora) en presencia del arqueólogo inglés Lawrence sobre
la esencia del peronismo, manteniendo en aquella áspera discusión
las líneas fundamentales que ahora le estoy explicando a Usted.
A ello se debió
que nunca tomara contra el peronismo la posición de nuestra oligarquía
y de la inmensa mayoría de nuestros escritores e intelectuales.
Siempre sostuve que era menester distinguir entre la personalidad del
líder y el movimiento que objetivamente se había suscitado en su torno.
Los hechos posteriores (relajamiento del régimen, corrupción, persecuciones
inicuas, torturas) que culminaron finalmente con la cobarde e innoble
huida de Perón, que no fue capaz de asumir ante su pueblo el puesto
de auténtico y valeroso jefe, confirmaron una idea que era esencialmente
correcta.
Pero, sea como
sea, lo cierto es que muchos como yo estuvimos contra el peronismo,
es decir, contra el pueblo trabajador; no obstante pertenecer, por nuestro
“izquierdismo”, a una posición teóricamente populista.
Ahora, clarificado
por el tiempo todo aquel complejo fenómeno, muchos escritores hemos
iniciado un proceso de reajuste que esquemáticamente consiste en lo
siguiente: el movimiento peronista tuvo aspectos negativos y aún nefastos,
desde el punto de vista de la dignidad humana (servilismo, corrupción,
persecución, torturas); la personalidad del general Perón sigue siendo
para nosotros una personalidad tortuosa y corruptora, pero el pueblo
llamado peronista es el pueblo trabajador y con él debemos llevar hasta
las últimas consecuencias el proceso que ha de darnos la definitiva
liberación económica y política, así como ha de echar las bases
para la unidad del continente latinoamericano, tal y como Bolívar y
San Martín lo imaginaron; y tal como las grandes potencias imperiales
lo han impedido hasta hoy.
En tal perspectiva,
es fácil, advertir la enorme trascendencia que tendría un reexamen
del movimiento cubano en relación con el movimiento popular de la Argentina.
¿Quién sería capaz de parar un proceso combinado de esta envergadura?
Usted, Guevara, por su decisión, por su valentía, por la claridad
de ideas que todos encomian, puede ser uno de los factores decisivos
de este reencuentro.
Reciba junto
a la expresión de mi admiración más profunda, mi saludo fraternal.
Ernesto Sábato
Santos Lugares,
Argentina.
La Habana 12 de abril 1960
Año de la Reforma
Agraria
Sr. Ernesto Sábato
Santos Lugares,
Argentina
Estimado compatriota:
Hace ya unos
15 años, cuando conocí a un hijo suyo, que ya debe tener cerca
de los 20, y a su mujer, por aquel lugar creo que llamado Cabalango,
en Carlos Paz, y después leí su libro Uno y el universo,
que me fascinó, no pensaba que fuera Ud. –poseedor de lo que para
mí era lo más sagrado del mundo el título de escritor- quien me pidiera
con el andar del tiempo una definición, una tarea de reencuentro, como
Ud. llama, en base a una autoridad abonada por algunos hechos,
y muchos fenómenos subjetivos.
Fijaba estos
relatos preliminares solamente para recordarle que pertenezco, a pesar
de todo, a la tierra donde nací y que aún soy capaz de sentir
profundamente todas sus alegrías, todas sus esperanzas y también sus
decepciones. Sería difícil explicarle por qué “esto” no
es Revolución Libertadora; quizá tendría que decirle que le vi las
comillas a las palabras que Ud. denuncia en los mismos días de
iniciarse, y yo identifiqué aquella palabra con lo mismo que había
acontecido en una Guatemala que acababa de abandonar, vencido y casi
decepcionado. Y, como yo, éramos todos los que tuvimos participación
primera en esta aventura extraña y los que fuimos profundizando nuestro
sentido revolucionario en contacto con las masas campesinas, en una
honda interrelación, durante dos años de luchas crueles y de trabajos
realmente grandes.
No podíamos
ser “libertadora” porque no éramos parte de un ejército
plutocrático sino éramos un nuevo ejército popular, levantado en
armas para destruir al viejo; y no podíamos ser “libertadora” porque
nuestra bandera de combate no era una vaca sino, en todo caso, un alambre
de cerca latifundaria destrozado por un tractor, como es hoy la insignia
de nuestro INRA. No podíamos ser “libertadora” porque nuestras
sirvienticas lloraron de alegría el día que Batista se fue y entramos
en La Habana y hoy continúan dando datos de todas las manifestaciones
y todas las ingenuas conspiraciones de la gente Country Club
que es la misma gente Country Club que Ud. Conociera allá y
que fueran a veces sus compañeros de odio contra el peronismo.
Aquí
la forma de sumisión de la intelectualidad tomó un aspecto mucho
menos sutil que en la Argentina. Aquí la intelectualidad
era esclava a secas, no disfrazada de indiferente, como allá, y muchos
menos disfrazada de inteligente; era una esclavitud sencilla puesta
al servicio de una causa de oprobio, sin complicaciones; vociferaban,
simplemente. Pero todo esto no es nada más que literatura.
Remitirlo a Ud., como lo hiciera Ud. conmigo, a un libro sobre la ideología
cubana, es remitirlo a un plazo de un año adelante; hoy puedo mostrar
apenas, como un intento de teorización de esta Revolución, primer
intento serio quizás, pero sumamente práctico como son todas nuestras
cosas empíricos inveterados, este libro sobre la Guerra de Guerrillas.
Es casi como un exponente pueril de que sé colocar una palabra detrás
de otra; no tiene la pretensión de explicar las grandes cosas que a
Ud. inquietan y quizás tampoco pudiera explicarlas en un segundo libro
que pienso publicar, si las circunstancias nacionales e internacionales
no me obligan de nuevo a empuñar un fusil (tarea que desdeño como
gobernante pero que me entusiasma como hombre gozoso de la aventura).
Anticipándole aquello que puede venir o no (el libro), puedo decirle,
tratando de sintetizar, que esta Revolución es la más genuina creación
de la improvisación.
En la Sierra
Maestra, un dirigente comunista que nos visitara, admirado de tanta
improvisación y de cómo se ajustaban todos los resortes que funcionaban
por su cuenta a una organización central, decían que era el caos más
perfectamente organizado del universo. Y esta Revolución es así
porque caminó mucho más rápido que su ideología anterior.
Al fin y al cabo, Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido
burgués y tan respetable que podía ser el Partido Radical de Argentina;
que seguían las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chibás,
de unas características que pudiéramos hallar parecidas a las del
mismo Yrigoyen; y nosotros, los que seguíamos, éramos un grupo de
hombres con poca preparación política, solamente una carga de buena
voluntad y una ingénita honradez. Así vinimos gritando: “En el 56
seremos héroes o mártires”. Un poco antes habíamos gritado,
o mejor dicho, había gritado Fidel: “Vergüenza contra el dinero”.
Sintetizábamos en frases simples nuestra actitud simple también.
La guerra nos
revolucionó. No hay experiencia más profunda para un revolucionario
que el acto de una guerra; no el hecho aislado de matar, ni el de portar
un fusil o el de establecer una lucha de tal o cual tipo; es el total
del hecho guerrero, el saber que un hombre armado vale como una unidad
combatiente, y vale igual que cualquier hombre armado y puede ya no
temerle a otros hombres armados. Ir explicando nosotros, los dirigentes,
a los campesinos indefensos, cómo podían tomar un fusil y demostrarle
a esos soldados que un campesino armado valía tanto como el mejor de
ellos; e ir también aprendiendo cómo la fuerza de uno no vale nada
si no está rodeada de la fuerza de todos; e ir aprendiendo, asimismo,
cómo las consignas revolucionarias tienen que responder a palpitantes
anhelos del pueblo; e ir aprendiendo a conocer del pueblo sus anhelos
más hondos y convertirlos en banderas de agitación política.
Eso lo fuimos haciendo todos nosotros y comprendimos que el ansia del
campesino por la tierra era el más fuerte estímulo de lucha que se
podía encontrar en Cuba. Fidel entendió muchas cosas; se desarrolló
como el extraordinario conductor de hombres que es hoy y como el gigantesco
poder aglutinante de nuestro pueblo. Porque Fidel, por sobre todas
las cosas, es el aglutinante por excelencia, el conductor indiscutido
que suprime todas las divergencias y destruye con su desaprobación.
Utilizado muchas veces, desafiado otras, por dinero o ambición, es
temido siempre por sus adversarios. Así nació esta Revolución,
así se fueron creando sus consignas y así se fue, poco a poco, teorizando
sobre hechos para crear una ideología que venía a la zaga de los acontecimientos.
Cuando nosotros lanzamos nuestra Ley de la Reforma Agraria en la Sierra
Maestra, ya hacía mucho tiempo se habían hecho repartos de tierra
en el mismo lugar. Después comprender en la práctica una serie
de factores, expusimos nuestra tímida ley, que no se aventuraba con
lo más fundamental como era la supresión de los latifundistas.
Nosotros no
fuimos demasiado malos para la prensa continental por dos causas: la
primera porque Fidel Castro es un extraordinario político que nunca
mostró sus intenciones más allá de ciertos límites y supo conquistarse
la admiración de reporteros de grandes empresas que simpatizaban con
él y utilizaban el camino fácil en la crónica de tipo sensacional;
la otra, simplemente porque los norteamericanos, que son los grandes
constructores de test y raseros para medirlo todo, aplicaron uno de
sus raseros, sacaron su puntuación y lo encasillaron. Según
sus hojas de testificación, donde decía Nacionalizaremos los servicios
públicos, debía leerse Evitaremos que eso suceda si recibimos un razonable
apoyo; donde decía Liquidaremos el latifundio, debía decirse Utilizaremos
el latifundio como una buena base para sacar dinero para nuestra campaña
política o para nuestro bolsillo personal, y así sucesivamente.
Nunca les pasó por la cabeza que lo que Fidel Castro y nuestro Movimiento
dijeran tan ingenua y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos
hacer; constituimos para ello la gran estafa de este medio siglo: dijimos
la verdad aparentando tergiversarla. Eisenhower dice que traicionamos
nuestros principios; es parte de su verdad; traicionamos la imagen que
ellos se hicieron de nosotros, como en el cuento del pastorcito mentiroso,
pero al revés, y tampoco se nos creyó. Así estamos ahora, hablando
un lenguaje que es también nuevo, porque seguimos caminando mucho más
rápido de lo que podemos pensar y estructurar nuestro pensamiento,
estamos en un movimiento continuo y la teoría va caminando muy lentamente,
tan lentamente, que después de escribir en los poquísimos ratos que
tengo este manual que aquí le envío, encontré que para Cuba no sirve
casi; para nuestro país, en cambio, puede servir; solamente que hay
que usarlo con inteligencia, sin apresuramientos ni embelecos.
Mientras se
van agudizando las situaciones externas y la tensión internacional
aumenta, nuestra Revolución, por necesidad de subsistencia, debe agudizarse
y, cada vez que se agudiza la Revolución, aumenta la tensión y debe
agudizarse una vez más ésta, en un círculo vicioso que parece indicado
ir estrechándose y estrechándose cada vez más hasta romperse; veremos
entonces cómo salimos del atolladero. Lo que sí puedo asegurarle
es que este pueblo es fuerte, porque ha luchado y ha vencido y sabe
el valor de la victoria; conoce el sabor de las batallas y de las bombas
y también el sabor de la opresión. Sabrá luchar con una entereza
ejemplar. Al mismo tiempo le aseguro que en aquel momento, a pesar
de que ahora hago algún tímido intento en tal sentido, habremos teorizado
muy poco y los acontecimientos deberemos resolverlos con la agilidad
que la vida guerrillera nos ha dado. Sé que ese día su arma
de intelectual honrado disparará hacia donde está el enemigo, nuestro
enemigo, y que podemos tenerlo allá, presente y luchando junto a nosotros.
Esta carta ha sido un poco larga y no está exenta de esa pequeña cantidad
de pose que a la gente sencilla como nosotros le impone, sin embargo,
el tratar de demostrar ante un pensador que somos también eso que no
somos: pensadores. De todas maneras, estoy a su disposición.
polanco.delia@yahoo.es