Lo dejó bien claro Antonio Cánovas del Castillo, nada menos que presidente del gobierno español durante la mayor parte del último cuarto del siglo XIX: "son españoles los que no pueden ser otra cosa". A estas alturas, parece lógico que la Catalunya capitalista y moderna quiera deshacerse del yugo de la España capitalista semifeudal, atrasada, reaccionaria y casposa.
Esa España, que no es más que una entelequia conceptual sostenida a sangre y fuego, aún mantiene los aires imperiales y la bastarda composición fascista. Frente a ella, la burguesía catalana se ha visto arrastrada por una marea democrática –que en Catalunya adopta la forma democrático-nacional– a la que no ha podido sustraerse sin correr el riesgo de perder su hegemonía.
La inexistencia de una organización comunista fuerte, que represente de forma independiente los intereses estratégicos de la clase obrera catalana en todo el proceso, ha facilitado que éste se desarrolle bajo dirección burguesa. Y que, precisamente por ello, adopte una deriva "pacifista" y legalista, en la confianza de que las oligarquías europeas simpaticen con su causa y presionen a España para una salida pactada.
Pero la plutocracia europea no entiende de democracia ni de derechos de los pueblos. Si no, que le pregunten a las repúblicas de la antigua Yugoslavia. Y la oligarquía imperialista española no tiene por costumbre llegar a acuerdos y compromisos. La "España menguante" ha salido de todos sus dominios a tiros, cuando no a la carrera. No entiende otro lenguaje.
Por lo tanto, por mucho apoyo popular que consiguiera, la "hoja de ruta" de la burguesía catalana no parece más que un viaje a ninguna parte, un trayecto del que bajarse a poco que el sector menos fascista de la oligarquía mesetaria tome las riendas en Madrid y haga algunas concesiones económicas. Nadie en su sano juicio puede creer que los botiguers estén dispuestos a jugarse el tipo por una Catalunya independiente. Y menos a jugarse las plusvalías.
Porque el asunto es que, cuando desde el aparato de Estado español se habla de "aplicar la Ley", lo que quieren decir es que, si todo lo demás falla, aplicarán la fuerza bruta. Esa es la clave de la que nadie "educado" habla, la piedra angular de "mal gusto" que no se menciona.
¿De cuantas mujeres y hombres en armas, decididos a defender la independencia nacional catalana dispone la Generalitat? ¿De cuántos tanques y cañones? ¿Podría hacer frente a la División Acorazada Brunete? ¿Y a una simple pareja de la Guardia "Civil"? Siendo las cosas así, ¿de qué estamos hablando?
Mucho postureo y poca sustancia. O sea.