En medio de la pandemia mundial del Covid-19, Estados Unidos, el país más poderoso y rico del planeta tierra, encabeza todos los registros negativos con más de 5.250.000 casos, una tasa de contagio de 15.852 casos por cada millón de habitantes, 166.000 muertos y mantiene más de 17.600 pacientes en condición crítica.
La pandemia ha visibilizado las abismales desigualdades sociales y económicas de este país promotor del neoliberalismo salvaje, el cual mantiene a su elite protegida con acceso a servicios médicos de punta y todo tipo de medicamentos; mientras, en la acera del frente, grandes sectores sociales, millones de familias en condición de pobreza (sobreviviendo desempleados o con empleos precarios), se encuentran totalmente excluidos del sistema sanitario, condición que permite prever que se mantendrá el aumento exponencial e indetenible de los contagios a nivel nacional, principalmente entre los más vulnerables.
Los únicos ganadores hasta ahora, han sido las grandes corporaciones privadas de salud, principalmente las redes de clínicas privadas y los grandes laboratorios productores de medicamentos, que han visto incrementar radicalmente sus ganancias a costillas del bolsillo del pueblo norteamericano. La periodista Amy Goodman ha señalado con tino que “Trump les ofrece socialismo a las corporaciones multinacionales, al repartirles miles de millones de dólares a grandes compañías farmacéuticas, supuestamente para desarrollar vacunas... Los ejecutivos de las compañías farmacéuticas se están llevando al bolsillo millones de dólares gracias a la participación accionaria que tienen en las empresas, mientras que los estadounidenses pobres y sin seguro de salud tienen que valerse por sí mismos en el mal llamado libre mercado”. La mercantilización de la salud es un grave problema que atenta contra el derecho a la vida de millones de ciudadanos.
A Trump nada de esto le importa. Su desquiciado e insensible cerebro está en modo campaña electoral, buscando un bote salvavidas que le permita sobrevivir a la imparable caída de su popularidad. Está en un hoyo, pagando las consecuencias de sus nefastos errores, que hoy lo tienen hundido en el pantano de la inminente derrota electoral. El análisis es unánime. Menospreciar la pandemia del Covid-19 dejó sin una buena preparación a todo el país, trayendo como resultado directo más contagios y más muertes. El descontento es enorme, por la negligente gestión de las agencias federales, con un Trump enfrentado con las autoridades locales y con los propios expertos en salud de su gobierno (Anthony Fauci, Deborah Birx).
A la par, la crisis económica (con la contracción del aparato productivo) y las protestas raciales por el infame asesinato de George Floyd abrieron un boquete en la imagen de inmaculado e imbatible del presidente Trump. Hasta los votantes blancos (sus votos duros) ahora engrosan las filas de solicitantes del subsidio por desempleo y a duras penas están sobreviviendo en medio del colapso económico. Este insensato presidente también tiene frentes abiertos de conflictos y sanciones unilaterales en contra de países como Rusia, China y hasta ha amenazado a sus propios socios de la Unión Europea, como Alemania. Son muchos frentes abiertos, todo un colador de disparates e incongruencias que han permitido que un candidato de bajo perfil como Biden lo supere holgadamente en todas las encuestas, con la alta probabilidad de que logre desalojarlo de la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre.
Otro gran ejemplo del desastre de la política exterior de Trump es Venezuela. Sus sanciones económicas y financieras han afectado el proceso de comercialización de petróleo y sus derivados, generando serias dificultades en las capacidades financieras del país para la compra de alimentos y medicamentos esenciales, con un impacto directo para la población más necesitada. Es un crimen de lesa humanidad en pleno desarrollo. Por lo demás, absolutamente todos sus planes para derrocar por la fuerza al gobierno legítimamente electo han fracasado. En las propias narices de Elliot Abrams, el senador Chris Murphy le increpó que todos los intentos de “cambio de Gobierno” habían resultado en “un desastre absoluto”. Con mucha ironía señaló, bien documentado, que Trump “Reconoció a Guaidó como el líder, pensando que impulsaría a los venezolanos (y líderes militares amigos de Maduro) al lado de Guaidó. De hecho, sucedió lo contrario”; “En abril de 2019, intentamos organizar una especie de golpe, pero se convirtió en una debacle”; “Después de un año y medio, Maduro es más fuerte, la influencia estadounidense es más débil”. Palabras más que elocuentes que recogen para la historia los terribles y garrafales errores del gobierno del irascible Donald Trump en complicidad con la inescrupulosa y apátrida derecha neofascista venezolana. En síntesis, analizado por los propios norteamericanos, los grupúsculos opositores carecen del apoyo del pueblo y de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Bien lapidario.
La desolada derecha venezolana, devenidos en sirvientes de Trump, han terminado convertidas en marionetas que solo se mueven al compás del guion que escriben desde la Casa Blanca. Sin brújula alguna, dicen que son mayoría, pero nuevamente se niegan a participar en elecciones democráticas. Al final de este año, Guaidó adquirirá la condición de diputado-presidente benemérito para toda la eternidad (emulando a Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios), ampliando la colección de contradicciones y barrabasadas de estos supuestos demócratas que sin vergüenza alguna sueltan loas de apoyo para su protector, el ultracriminal paraco Álvaro Uribe. Este es el metabolismo de la doble moral de la derecha criolla.