La lacras del capitalismo, y una de ellas es la epidemia que estamos sufriendo, no se conjuran con antivirales, ni con vacunas, ni con confinamientos, ni con hidrogel, ni con toques de queda, ni con estados de alarma. Prueba de ello es que todas las medidas políticas impuestas para "aplanar la curva" han fracasado. "La escalada en el número de contagios por el coronavirus registrada en los últimos días indica que las medidas adoptadas hasta ahora para el control de la pandemia no están surtiendo el efecto deseado", publicaba ayer El País.
Pero en medio de todo esta perturbación de la salud pública, para la que no hay tampoco resiliencia que valga pues la capacidad de adaptación depende no sólo de los recursos sanitarios para hacerle frente sino también de la capacidad económica de la ciudadanía en general, no se toma en apariencia como dato la alta posibilidad de que estemos ante una pandemia inducida. Es decir, una pandemia provocada intencionadamente por un virus genéticamente manipulado en un laboratorio, que dé el tiro de gracia a un sistema económico mundial a la deriva y muy cerca de su quiebra, para luego reemplazarlo por una "nueva normalidad" cuyo aspecto queda por ver... Hipótesis ésta que no pertenece a la clase de lo que los expertos y su brazo político llaman "los negacionistas". Pues no se niega que exista un virus en el mundo que está diezmando a la población especialmente por arriba, por la ancianidad. Lo que se plantea fuera de las ortodoxias de los gobiernos y sus equipos es una alternativa seria que en modo alguno el poder, los poderes institucionales, ponen en evidencia: la de si es un virus natural, o es fruto de laboratorio, y si es un virus artificial, si es casual su salida del laboratorio o es intencionado. Descartar esta suposición, silenciarla, cuando la sociedad capitalista y quienes están a su frente no se han caracterizado nunca por sus escrúpulos (véase los fondos buitres, los hedges funds, incluso los paraísos fiscales) es tan alarmante como cuando se descubre la incompetencia y la estulticia en un responsable público determinante de la suerte de una población. Pues si el virus es natural, pasados ciertos ciclos, será pasajera la epidemia. Pero si está bioquímicamente modificado, la inteligencia puesta al servicio de esa ingeniería bioquímica necesariamente ha de tener un objetivo y una duración ad libitum al servicio de un fin propuesto. En este planteamiento, conjetura, hipótesis sobre la conducta humana asociada al poder sin límites, no hay "negacionismo", ni clase alguna de "ismo". Ni siquiera yo formularía una acusación criminal contra los eventuales autores. Pues diezmar a la población por el segmento de la edad avanzada y salud quebrantada obviando los efectos colaterales a otras edades, podría no ser una mala idea.
El fin de la maniobra de control de la población humana mundial estaría en correspondencia con el necesario control de la superpoblación de venados en un área concreta, por ejemplo. Pues sabido que el capitalismo ha llegado a los límites de su expansión y que se niega a introducir en el sistema económico el racionalismo de los sistemas del socialismo real, los medios genocidas de una pandemia inducida, desde la óptica del capitalismo, estarían justificados por el logro del "bien mayor" que es lastrar la insoportable carga de la población pasiva...
Desde luego la idea desarrollado aquí nada tiene que ver con la desconfianza propia de quien ha vivido muchos años, aunque también. Tiene que ver con el conocimiento profundo de la humana condición y con la pulsión del colectivo y de grupos humanos detentadores de un poder indefinido, nebuloso y nada evidente que les confiere una total impunidad...