Los peligrosos no son los negacionistas; esos que sospechan que no hay virus, no creen en él o no se sienten concernidos y se resisten por ello a cumplir las medidas restrictivas decididas por los gobiernos. No, esos no son peligrosos. Los peligrosos son esos seres que por propia iniciativa, por encargo o en connivencia con otros han fabricado un virus por medio de su inteligencia en equipo o de la inteligencia artificial, a partir de un virus natural modificando su genoma. Luego lo han patentado, dando lugar a la primer sospecha ¿qué razones que puedan explicar y justificar la patente de un virus que no haya sido adulterado hasta esos extremos?, y lo han lanzado como un proyectil a la sociedad humana con una combinación de propósitos. Propósitos que van desde realizar un ensayo monstruoso, como el doctor Frankenstein llevó a cabo el suyo y el monstruo le superó, pasando por el enriquecimiento asimismo monstruoso de laboratorios y empresas dedicadas a la fabricación de material clinico, hasta conseguir el objetivo principal: ir diezmando la población mundial en sucesivos plazos, con brotes, rebrotes, cepas o mutaciones del virus-madre.
Tarea ésta que contribuirá, teóricamente, primero a sanear las arcas públicas de todas las naciones capitalistas a medida que los sectores de población pasiva disminuyan significativamente, y luego a reajustar la correlación de fuerzas entre la población atemorizada y los poderes, tanto institucionales como fácticos; y paralizar con ello la deriva de un sistema económico, el capitalismo ahora financiero, abocado a un derrumbamiento estrepitoso mucho más devastador que el de 1929; un sistema ya incapaz de sostenerse por la imposible expansión constante que precisa para sobrevivir, como un alto horno precisa el fuego permanente (¿por qué Cuba, por cierto, está libre absolutamente de contagios?
Y todo ello, mutatis mutandis, para afrontar con cierta comodidad, evitando el alzamiento de las masas en todos los países, la reconstrucción de otro sistema tan artificioso como el virus, lejos del socialismo real, compuesto de diversas medidas desesperadas y a la desesperada que puedan neutralizar, aparte los efectos devastadores del envejecimiento exponencial de la población, los del incontenible e incontrolable cambio climático que, pese a ellas, a corto o medio plazo serán inevitables.
Soy consciente de que carezco de pruebas fehacientes al afirmar todo esto. Pero también lo soy de que nadie, jamás, tendrá posibilidad alguna de lograr en este asunto alguna prueba en los términos probatorios que exige la verdad jurídica relativa a la culpa y responsabilidad penales; esa responsabilidad, culposa o dolosa, que nunca en la historia de la justicia, ni en los más resonantes procesos llevados a cabo en la historia como el de Nüremberg, puede determinarse con otra precisión que no sea la ley del encaje; esa clase de responsabilidad que juzgan siempre los vencedores en las guerras, pero también tribunales metafóricos como son los configurados ahora por millones de personas en el mundo que no estamos narcotizadas, que vemos luminosamente un acontecimiento oscuro. Un acontecimiento como éste de un virus manufacturado que trae al mundo de cabeza y que nadie puede ver pero sí su impacto; un acontecimiento que está suponiendo una alteración gravísima, azarosa, singular y continua en la sociedad humana, cuyos efectos están modificando a su vez el sentido de lo histórico, de lo social, de lo económico y de lo político, para siempre.
La historia está plagada de hechos a los que nunca se les ha encontrado explicación, y de crímenes de los que nadie se ha hecho responsable y de los que jamás se ha conocido a ciencia cierta a sus autores...