No me venga nadie con el cuento de que esa cumbre fue un éxito, porque ni a Chávez se lo acepto. Un auspicioso discurso introductorio de la presidenta argentina y una honesta intervención de Daniel Ortega, se perdieron después en formato repetido: saludos insinceros, sonrisas de falsa fraternidad para la pose, y una triste rueda de prensa que nada informó. Tal como fue un misterio lo ocurrido en cónclave, también lo es una “Declaración Final” que solamente el presidente anfitrión suscribió; aunque supuestamente todos la acogieron en “consenso”, según declara la hipocresía oficial del evento. ¿¡Qué broma es esa!? Los pueblos que pagaron esa cumbre y sus viajeros, ¿no tienen derecho a conocer lo realmente sucedido? ¿Cuál fue el verdadero resultado de esa Cumbre que a todos mantuvo en ascuas?
Una cosa si noté y me extrañó: un presidente Obama tímido al comienzo, que después de la “discusión” no televisada salió fuerte y arrogante. No exhibió la insolencia de Bush porque él no parece ser insolente, pero salió pisando duro, como quien pasó la prueba con banderas y ya había recuperado su color, después de la palidez. Dijo alguien que el caso de Cuba se había “tratado”, ¿pero qué fue lo que se trató? ¿Se concedió al presidente norteamericano más tiempo para reflexionar sobre el levantamiento del embargo, que más que eso es una desalmada guerra económica? Mal parodiando a Bolívar, ¿es que medio siglo de espera no bastan? ¿Y cuál fue el nuevo comienzo que ofreció el jefe de Washington? ¿Qué olvidemos la Historia? Presidente Obama, lo que usted llama Historia para nosotros en Latinoamérica es tragedia, que es género distinto. Repase las palabras de Ortega en Trinidad, e infórmese sobre la intervención de Raúl Castro en la cumbre del ALBA, para que conozca lo que han hecho sus gobiernos con nosotros, incluidos Chile, Guatemala, Venezuela y Panamá.
Total, amigos, que yo no percibí ningún triunfo en esa cita, a no ser algunos dólares que pudiera recabar algún país del Cribe a cambio de su obsecuencia. ¿Y cuánto costó la Cumbre? ¡Incalculable!, no ya en dinero, sino en esperanzas frustradas, que tiene mayor valor. Es con este sentimiento de revolucionario estafado que ofrezco este escrito para el debate entre nosotros, con seguridad mucho más sincero que el ocurrido en Trinidad.
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