Un mes después

Transcurrido un mes -y unos días -desde que se iniciaran los acontecimientos que provocaron preocupación y molestia a la colectividad, conviene hacer ciertas precisiones.

A partir del 12 de febrero, fecha cuando una manifestación convocada por sectores de oposición se apartó de la ruta pautada y atacó la sede de la Fiscalía General  -ubicada frente a Parque Carabobo-, causando graves daños materiales a las instalaciones de la institución, así como al parque, la violencia irrumpió con características especiales. Razón por la cual juzgo importante abordar aspectos del fenómeno. Voy por parte:

Ante todo, ¿qué origina la protesta? El discurso opositor lo atribuye a problemas económicos. A una reacción ante fallas del gobierno (desabastecimiento, alto costo de vida,  dólar, etc.). Sin embargo, la motivación de la protesta no es esa. Su origen es político. Tiene que ver con la percepción de la oposición de que podía acceder al gobierno con motivo del deceso del presidente Chávez y la realización de elecciones para escoger sucesor. Este acto comicial lo vio la oposición como la oportunidad de lograr la conquista del poder. Como el instante en que se jugaba el todo por el todo, y no como una oportunidad más para transitar el cauce democrático y legal que consagra la Constitución. Capriles y sus partidarios magnificaron su fuerza electoral y se prepararon para una victoria, nunca para una derrota. Por eso que el resultado favorable a Maduro en las urnas, 300 mil votos -ventaja suficiente en la práctica democrática de cualquier país-, los desestabilizó y disparó el resorte de la violencia que en el sector salta cada vez que surgen situaciones críticas. A partir de ese momento, la oposición lanzó la consigna ¡Maduro vete ya!, con claro propósito subversivo y movilizador de su gente. Los sucesos que comenzaron el 12 de febrero y se incrementaron a partir del 18,  con motivo de la marcha convocada por los radicales de la oposición, López, Machado, Ledezma, no fueron espontáneos. Su prolongación lo confirma, y lleva a la siguiente conclusión: detrás de esos hechos hay un aparato con autonomía, suficientes recursos y entrenamiento que garantiza la agitación promovida a través de la modalidad de la guarimba guerrillera.

Hay, sin duda, un plan elaborado en detalle y una estructura insurreccional encargada de ejecutarlo. Objetivo: derrocar al presidente Maduro e instaurar un gobierno de emergencia. Esa estructura cuenta con abundantes recursos económicos, logística y conexiones internacionales que permiten montar una campaña contra Venezuela como nunca antes se había visto; sólo comparable a la que funcionó contra la Guatemala de Arbenz, el Chile de Allende, Irak, Libia, Siria y otros casos. Esta situación introduce un cambio insólito en la política del país. La ofensiva contra el actual gobierno venezolano excede la práctica democrática. Constituye una forma de lucha derivada del empleo de un modelo que hoy se aplica a nivel mundial con resultados bien conocidos. Equiparable, por sus efectos letales, a los que se dieron en la región latinoamericana en las décadas de los 60 y 70, cuando el imperio y la derecha que lo sirve,  reaccionaron contra los movimientos de liberación nacional. La continentalización del conflicto fue la respuesta. Ahora, el formato cuenta con sofisticados recursos y ensaya prácticas inéditas en nuestro medio, cuyo precedente está en los fracasados intentos subversivos de la derecha en los años 2002-2003: 11-A, paro petrolero, guarimba, terrorismo. Seguramente que el revés del sector, dirigido por los mismos que ahora actúan, fueron analizados en profundidad y corregidos con la finalidad de ajustarlos a la presente realidad nacional.

Por tanto, no hay que subestimar lo que ocurre. Considerar, por ejemplo, en el agotamiento de los focos guarimberos significa que el peligro pasó, es un error. Ya que si bien ésta despierta reacciones adversas en los vecinos, cuenta con recursos suficientes para persistir en su actividad terrorista. El propósito es mantener la presión de calle, provocar al gobierno, desgastarlo, estimular el clima internacional hostil para aislar al país. Para que la ciudadanía, neurotizada, reaccione. Provocar fisuras en la Fanb y que el país entre en una etapa en que las presiones internas y externas rebasen a la fuerza pública y hagan saltar a las instituciones. Esta reflexión no es producto del pesimismo. Es realismo puro, basado en el convencimiento de que los factores regresivos están dispuestos a todo. A no perder la oportunidad de alcanzar sus objetivos. Las derrotas no los disuaden. Esperan pegarla algún día. La sangre nunca los ha conmovido. Como se puede ver, el desafío es colosal para el orden constitucional y democrático vigente.



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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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