Como tantos ciudadanos yo también fui víctima de la protesta “pacífica”. Me refiero a esa que desencadenó mas de 49 muertos entre degollados, víctimas por armas de fuego de los francotiradores y, por sustancias resbalosas en la vía, etc.
Aquel infausto día, de cuya fecha no quiero acordarme, me desplazaba en mi vehículo hacia mi casa, cuando de pronto, al doblar en una esquina, me tropiezo imprevistamente con una barricada. Casi choco contra ella lo que hizo que se me acercaran varios encapuchados en actitud feroz. ¡Bájate del carro coño e madre! ¡Te vamos a quemar vivo! gritó uno de ellos, mientras entre todos esteremec.ian y golpeaban el vehículo por todas partes, rompiendo parabrisas y demás vidrios de las otras ventanas. Me asusté bastante por todas las ofensas y vulgaridades recibidas, que no repetiré por respeto al buen gusto de alguien que lea mi testimonio.
Pero aun en medio de aquellas tribulaciones, de los gritos destemplados de de aquellas abominable criaturas de la violencia, me pareció percibir algo muy familiar en aquel contorno de basura, alambre de púas y francotiradores dispuestos a despacharme para siempre a la eternidad. Algo así como una voz conocida que provenía de uno de aquellos engendros de la arrechera. Mientras hacía lo que me pedían para resguardar mi amenazada humanidad me puse a observar disimuladamente una de las capuchas de la cual parecía salir la voz familiar y, pude distinguir también como una especie de muecas en lo que se podía ver de cara en el encapuchado. Realmente el disociado se veía a la vez patético y siniestro a la luz de los árboles incendiados que proyectaban sombras sobrecogedoras por los alrededores y sobre mi destino. Por algún proceso mental asociativo que aun hoy no acierto a comprender, llegó hasta mi atribulado cerebro el programa de Luis Chataing.
Pues bien, ese día perdí mi vehículo que no estaba asegurado por lo caro de las pólizas, pero al menos conservo el carapacho para felicidad de mi esposa, mis otras dos mujeres y alguna suegra oportunista que todavía se aprovecha de las debilidades de mi carne, a quienes mantengo sin que tengan que salir de su casa a arriesgar, valientemente como yo, la vida por estas calles.
Como iba diciendo, me apeé –o mejor dicho, me apearon- del vehículo y caminé en la dirección que me indicaron alejándome los más rápidamente posible de aquel sitio que siempre fue muy tranquilo, pero ahora convertido en antro de paramilitarismo, droga y violencia sin control. A medida que me alejaba me puse a observar al pacífico de la capucha que llamó mi atención y de mi mente no se apartaban la mirada de loco y las muecas desmesuradas de Chataing. Arriesgándome me quedé por los alrededores espiando la guarimba que acabó con mis días de dueño de un vehículo, hasta que los paramilitares paracos decidieron que la jornada de trabajo había concluido y que ya se habían ganado muy bien los dólares de ese día. Por cierto, me di cuenta que algunos de ellos viven por allí mismo por esa zona de clase media, otros fueron recogidos por unos vehículos lujosos como los que usan los capos, y otros se fueron caminando con sus morrales llenos de piedras y miguelitos, con la satisfacción del deber cumplido con el imperio y los bolsillos llenos.
El de la capucha con la voz y las muecas familiares también salió de entre las llamas como un diablo, muy tranquilo, como si no hubiese hecho nada, como Capriles. Creo que iba silbando y aspirando el aire tranquilo de la madrugada, por algunos sonidos que pude escuchar a la distancia. A medida que lo seguía aumentaba mi excitación, temeroso de ser descubierto por aquel desalmado que había incendiado mi carro y quien sabe cuantos preescolares y universidades por orden de los tres chiflados y, que a no dudar, me enviaría de regreso al polvo cósmico. A prudencial distancia pude observar como el sociópata desaparecía en las entrañas de un conjunto residencial de clase media acomodada y decidí abandonar mis tareas de detective hasta el día siguiente
Al otro día me puse a investigar quien podía vivir allí entre tanta comodidad, como un miembro mas de la sociedad civil por el día, y en la noche clandestina salir de tan extraña manera a defender la libertad y la democracia. Mi asombro no tenía limites; ese día descubrí que precisamente allí, en ese conjunto residencial vive nada mas y nada menos que Luis Chataing, el presunto humorista nocturno de Televén, el mismo que botaron cansados en ese canal de su humor extravagante y grotesco.
Esto me trajo a la memoria las impresiones confusas de la noche anterior y comencé a llenarme de sospechas. ¿Estará realmente metido Luis en el asunto de la guarimba y la desestabilización? No sería la primera vez que un personaje respetable de fachada muy institucional es descubierto en faenas al margen de la Constitución, las Leyes y de sus responsabilidades públicas. Podría tratarse de un caso como el de Ceballos quien salía encapuchado a tirar piedras y a aterrorizar a los ciudadanos, asociándose para delinquir con otros individuos igualmente pacíficos como él. Una cosa si tengo clara: el hombre era parte de la guarimba mediática que por las noches horrorizaba al país con chistes de pésimo gusto, destruyendo la imaginación de los pocos disociados extremos que lo seguían. Estoy seguro de que en las alturas del canal donde cometía sus crímenes de lesa inteligencia se dieron cuenta a tiempo de lo que había que hacer y, para salud de todos, finalmente le dieron una patada por ese ano. Precisamente por razones de salud, el Presidente Maduro debería inventar una Misión que le brinde asistencia terapéutica a los ciudadanos opositores y a unos cuantos chavistas descarriados, que noche a noche zozobraban en las aguas del mal gusto y la banalización de casi todo y celebraban con risotadas estruendosas semejante desvarío humorístico.
Continuaré investigando hasta dar con la identidad del encapuchado de la otra noche y tengo planificado infiltrarme en ese edificio haciéndome amigo de alguno de los comerciantes especuladores que viven allí, que segurito estarán en la lista aquella de cadivi que nadie quiere mostrar. Pero mientras, persisten en mí las dudas de que Luis Chataing y el siniestro encapuchado de la otra noche son la misma persona. La intuición me dice que hay gato encerrado y, aunque todavía no tengo las pruebas del fraude como Ramos Allup, si tengo la corazonada que voy a hacer un gran descubrimiento.
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