La guarimba armada en Venezuela

Cuando éramos chamos, en oriente, jugábamos "¡Librao!", es decir, al tocar el poste o guarida cualquiera, quedábamos librados de ser atrapados por el perseguidor. En otras partes, a esa guarida o refugio la llamaban "Guarimba". Con el tiempo, los que nunca conocieron de ese juego sino de vídeos, imaginaron que el refugio debía ser como una barricada a la que dejaron la candela puesta. Desde entonces la guarimba cobró similitud con otros modelos de protestas que causaron asombro en Europa, aunque con la ventaja de su propia "denominación de origen", desplazando el viejo juego de los indígenas y pasando al guerrerismo urbano.

La propuesta inicial de la guarimba se montó como un ingenuo esquema de movimientos de huida parecido a los que ocurrían en los tiempos de Antonio Ledezma como alcalde de Caracas: cuando llegaba la polícía los buhoneros o manteleros corrían a esconderse o mimetizarse con la decoración callejera, ya fuera como transeúnte o ya como matero. Ledezma perseguía, reprimía y castigaba con fiereza a los vendedores ambulantes. Ocurría lo mismo con los estudiantes. No recuerdo, a mediados de los noventa, un día sin protestas en la avenida Páez de la urbanización El Paraíso. Durante el mucho tiempo que trabajé por los lados del Pedagógico, rara fue la vez de vida tranquila que se produjo en sus alrededores, raro fue el tiempo en que no estuviera tomando otras vías para llegar o salir de allí.

Lo de guarimbear "tipo muchacho", pasó a manos de otra gente experta; cuando los oposicionistas pulsaron el pacifismo chavista de los organismos de protección del estado, convirtieron las protestas en algo más letal, aprovechando la impunidad de las candelitas que causaban trancas callejeras. La discrepancia fue aumentando a medida que el nivel represor del estado en la segunda década de los años 2000 se quedaba atrás respecto al poder destructivo de las acciones violentas inspiradas por los conservaduristas de los años 90: eran mucho más potentes los resabios del Ledezmismo en los escuálidos, que el poder represivo que sobrevivió al golpe del año 2002 pidiendo perdón por lo malo y mostrando una cruz. Era Antonio Ledezma alcalde de Caracas aquel 27 de noviembre de 1992, cuando al mismo tiempo que se levantaban movimientos contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, "ocurrió" la Masacre del Retén de Catia, cuya desproporción fue ineludible para las autoridades de la época. En su edición del 01 de diciembre de 1992, el diaro español El País, publicó las palabras de Antonio Ledezma: «Lo del Retén de Catia tiene vinculación con la insurrección golpista, porque no hay duda de que lo que se pretendía era crear un caos en Caracas y que salieran a la calle más de 3.000 reclusos y eso tuvo que controlarse a costa de muchas vidas». No creo que Ledezma tema tanto a alguien como a sí mismo.

Entre los opositores, la "generación del 2007", comenzó mostrando su talante político desde sus nalgas. Mal augurio. Hubo que ver las cavernosas verticalidades posteriores de unos jóvenes adultos que jugaban a la política como niños, queriendo mostrarse como prometedores hombres de carácter frente a la generación anterior, la de Capriles, Borges, Leopoldo, y otros, que ya habían fracasado en los ensayos fascistas del 2002. La generación guarimbera de 2017, diez años después de las nalgas, cuajará su odio y frustración en las armas, propias o ajenas, tal como ya se presentó en el "Desfile del Puente" el 30 de abril de 2019. Del maquiavelismo de Ledezma en 1992 al fascismo de Leopoldo y Capriles de diez años después, saltamos a la fase de enfrentar al pseudopacifismo carente de discurso de los nalgueros del 2007, y luego al natural derrotero de los guarimberos de finales de la segunda década. Mala evolución de la generación guarimbera: de los escudos de cartón y los personajes emulando caballeros medievales, hasta las armas y la purga social.



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Carolina Villegas

Investigadora. Especialista en educación universitaria

 saracolinavilleg@gmail.com

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