La reciente denuncia del ex vicepresidente José Vicente Rangel de un plan desestabilizador de la oposición que involucra a obispos, es el más fiel testimonio del credo de que los prelados de la iglesia católica dejaron de ser célibes para casarse con el culto ortodoxo del golpismo en un intento por resucitar al pecaminoso 11 de abril de 2002.
Éste grupo de obispos pareciera que, sin bañarse con agua bendita, está a la espera de la ascensión al poder de quienes invocan en sus constantes letanías y oraciones de acción de gracias el regreso milagroso de la IV República, cuando más bien debieran elevar un responso por las exequias del puntofijismo que mantuvo crucificado a los venezolanos durante 40 años.
Aunque no está obligado al sigilo sacramental, Rangel no confesó en su liturgia política dominical quiénes fueron los prelados catequizados y evangelizados que les vendieron el alma a los laicos del oposicionismo que asistieron a la reunión encapillada de fieles devotos del golpe de Estado.
Pero con el tiempo se sabrá dónde se concelebró el citado cónclave y cuál fue el ofertorio o las dádivas que el oposicionismo fundamentalista le prometió a este grupo de pastores católicos “con el fin de articular un plan destinado a enfrentar el gobierno de Chávez, aprovechando el tema de la reforma constitucional”. ¿Se les olvidó a los obispos que el Gobierno nacional ya no es el beato del año 2002?
Por decir lo menos, los obispos -quebrantando la abstinencia política aconsejada por el Papa Benedicto XVI- prefieren ofrendar votos de obediencia al sector opositor, antes que hacer votos de castidad por el referendo del próximo mes de diciembre. Sin dudas, que esta herejía de los obispos es el mortal resentimiento de los típicos profetas del desastre, más no de apóstoles o misioneros de la paz interior y la concordia democrática.
Suponemos que la presunta participación de los altos jerarcas católicos en este tipo de concilio conspirativo se debe a que comulgan con el catecismo y la profesión de fe de la llamada democracia social opositora y dejaron de acatar la doctrina social de la iglesia y la opción preferencial por los pobres. ¡Eso es pecado mortal para un prelado!
Sabido los fracasos del oposicionismo en el golpe de Estado del 11-A, en el sabotaje petrolero y la guarimba, entre otras prédicas y prácticas non santas, consideramos que éste tipo de orientaciones pastorales que dictan algunos obispos lleva a la iglesia católica venezolana por el camino del sacrificio vivo del martirologio, a la vez que intenta beatificar a personajes del oposicionismo que, por haberles perdido la fe, dejaron de ser venerados y alabados por la feligresía nacional.
Antes esta realidad, estos obispos deben hacer un acto de contrición para obtener del pueblo el perdón o la absolución del pecado mortal de que los acusa José Vicente Rangel.
Puesto que el Gobierno nacional se mantiene en atenta vigilia para apagar los cirios encendidos de la desestabilización política (“candelita que se prenda, candelita que se apaga”), a manera de penitencia a los obispos les corresponden hacer una urgente renovación carismática, ya que la reencarnación de la cofradía del golpismo en el cuerpo de la alta jerarquía católica puede ser causa de ex comunión popular, como les ocurrió a los principales partidos del puntofijismo que hoy vagan con su Inri por el purgatorio político como el alma en pena de muertos insepultos. QEPD.
Al venirse abajo el santuario del golpismo, los obispos tendrán que quitarse la mitra ante el triunfo del pueblo resucitado del olvido y la exclusión, ya que será la victoria del amor y del reflorecimiento de una vida nueva que alcanzará la plenitud del alba de la luz con la Reforma Constitucional.
Por tanto, los obispos que andan en peregrinación y procesión con el oposicionismo deben recordar que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. De seguir con este rosario golpista, sólo nos queda por decirle a estos prelados: “¡Qué Dios los coja confesados!”. Ora pro nobis. Amén.
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