Bien se sabe, lo dijo Trotsky, que: “La fuerza del capital financiero no reside en su capacidad de establecer cualquier clase de gobierno en cualquier momento de acuerdo a sus deseos; no posee esta facultad. Su fuerza reside en que todo gobierno no proletario se ve obligado a servir al capital financiero; o mejor dicho, en que el capital financiero cuenta con la posibilidad de sustituir, a cada sistema de gobierno que decae, por otro que se adecue mejor a las cambiantes condiciones…”. Y, precisamente entre otras cosas, lo hace porque en el capitalismo, sea subdesarrollado o avanzado, el gobierno no está para ser un empresario dedicado exclusivamente a lo económico sin que ninguna materia sea de acento en los asuntos políticos y, luego, demostrar indiferencia en los ideológicos. La primera función corresponde, principalmente, a los amos del capital, de la propiedad privada sobre los medios de producción. Sin embargo, ningún régimen capitalista puede subsistir en total armonía y paz con su sociedad sin la existencia del capitalismo de Estado; es decir, sin la aplicación de fórmulas que llevan por finalidad la participación directa del Estado en la economía de su nación, lo cual viene determinado por la caracterización misma de clase del Estado y los rasgos particulares de la economía de su país. Y ese capitalismo de Estado, en el capitalismo propiamente dicho, suele acrecentarse en esos períodos de crisis en que la propiedad privada declara en quiebra determinadas empresas que son compradas por el Estado para salvar, económicamente hablando, a los amos del capital asumiendo aquel con sus deudas o compromisos de todo género. Y cuando, por ejemplo se asoman períodos prósperos en ganancia para la comercialización de determinadas mercancías, suele el Estado vender a precio de gallina flaca específicas fábricas a la propiedad privada, como ha sido el caso de la producción de armamentos para la guerra. En otros términos: hay momentos en que el gobierno de la burguesía se ve en la necesidad de utilizar su aparato militar-policial para poder controlar la rebelión de sus propias fuerzas productivas. Dice Trotsky, que en la medida en que el Estado intenta frenar y disciplinar la anarquía capitalista, se puede hablar condicionalmente de “capitalismo de Estado”.
Hace décadas que al imperialismo (monopolismo capitalista) le resulta imposible no chocar con la propiedad privada sobre los medios de producción y los límites fronterizos del Estado nacional, porque son las mismas fuerzas productivas las que entran en contradicción con los obstáculos de la propiedad privada y los hitos nacionales. Es allí cuando encuentra un espacio “saludable” el capitalismo de Estado como propietario de empresas económicas. Esto era lo que los primeros marxistas entendían como capitalismo de Estado. Sin embargo, ese concepto no fue suficientemente amplio y tuvo que corregirse por el de toda intervención del Estado en la economía, y que los franceses llamaron étatisme. Eso demuestra que el mismo imperialismo (fase monopolista de la economía capitalista) no puede vivir sin algunos rasgos de capitalismo de Estado.
La transición del capitalismo al socialismo tampoco puede subsistir sin esa verdad histórica (capitalismo de Estado o estatización) como no puede, por ninguna circunstancia natural, la oruga metamorfearse en mariposa sin antes pasar un período como crisálida; es decir, para que la propiedad privada pueda transformarse en propiedad social tiene, obligatoriamente, que cumplir primero con su rol de estatalización, porque sólo la propiedad del Estado socialista garantiza que se haga propiedad social justo en la medida que comience a dejar de ser propiedad del Estado para pasar a ser propiedad de la sociedad. De allí la imperiosa necesidad, haciendo uso de la ley de la repetición, entender que el capitalismo de Estado, en la transición del capitalismo al socialismo, viene siendo ese proceso en que el Estado tiene el control en las actividades económicas mixtas, en las concesiones al capital foráneo y, en gran medida, en las cooperativas de nacionales. Aunque eso son elementos de capitalismo el Estado revolucionario interviene directamente en ellos. Que eso no agrade a la burguesía porque choca con sus intereses económicos privados, es harina de otro costal, porque para los amos del capital el capitalismo de Estado o estatismo sólo debe significar el intervencionismo del Estado sobre de la propiedad privada como un traspaso de las cargas pesadas de los más poderosos a los más débiles; es decir, salvar del caos a sectores pequeños burgueses como una necesidad de dominio de la gran propiedad; de conservación de la propiedad privada y no de desarrollo de fuerzas productivas; para detener el avance de la técnica manteniendo vivas a empresas no viables ni rentables pero sí en provecho de estamentos parasitarios. En términos más sencillos y concretos: si los Estados, con sus gobiernos al frente, no se vuelven empresarios ni siquiera vale la pena pensar o soñar en el socialismo. Y conste, no se trata de empresarios chimbos, de poca monta, sino de grandes empresarios, para que se trasformen en el más poderoso monopolista financiero, industrial, bancario y comercial del país. Eso es la estocada casi final a la propiedad privada. Mientras tanto, los amigos de FEDECAMARAS quieren convencer a la sociedad venezolana que “los gobiernos no están para ser empresarios”, porque, según ellos, crean caos, crisis, miseria y otros males sociales como si todos esos elementos no nacieran de las propias entrañas del capitalismo y sobre los cuales sustenta su dominación.
Los Estados, con sus gobiernos al frente, para garantizar que se encaminan derecho con rumbo al socialismo tienen que nacionalizar las tierras, las aguas, los medios de producción, los servicios públicos, la banca y transformarse en el verdadero monopolista del comercio exterior. Que eso requiera de ciertas condiciones especiales como, por ejemplo, el triunfo de la revolución en unos cuantos países (y sin son de capitalismo altamente desarrollado mejor y más rápido), es otra cosa. En ese espacio y tiempo de “otra cosa”, seguramente, la burguesía continuará esperanzada en el fracaso de la revolución socialista confiada y alegando que la URSS se desmoronó, que el muro de Berlín se derrumbó y la aplastante mayoría de países, donde se creía existía el socialismo, cayeron en el abismo por errores que nada tienen que ver con la doctrina comunista de Marx y Engels.
Pero ese cuento que “los gobiernos no están para ser empresarios” es el que más se parece al del gallo pelón, de nunca acabar. La existencia del capitalismo depende de los milagros y éstos son los errores del proletariado, pero el socialismo es ya la necesidad de sustitución del capitalismo, porque éste ha sido negado y rechazado por sus propias atrocidades contra la humanidad. En definitiva, con el debido respeto que merece la señora y empresaria Albis Muñoz y especialmente sus opiniones, precisamente la misión de un gobierno revolucionario que propague el socialismo como la única alternativa para salir del caos, la miseria, la incertidumbre, la injusticia, las guerras que son propias de la entraña del capitalismo, es pensar y actuar como un empresario consciente que sus políticas –de todo género- contribuyan a crear las condiciones para que toda la economía se transforme en propiedad social. Sólo así dejará, para siempre, de cumplir la misión de empresario al ser enterrado boca abajo –llevando entre su urna el Derecho y otras ideologías innecesarias para la conciencia humana- en el cementerio de las antigüedades donde, por ninguna circunstancia ni en colectivo ni por separados, podrán resucitar.